Lejos de ser tan conocido como los acordes de su Paquito el Chocolatero, Pascual Falcó, que nació y murió a edad temprana por problemas renales en Cocentaina (1909-1946), es objeto de homenaje y ocupa un privilegiado lugar en la exposición que el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), dedica estos días al patrimonio cultural de este pueblo con fondos del ayuntamiento.

El hijo del genial compositor contestano, Gustavo Pascual Pérez, relató ayer que la guitarra era usada por su padre para alumbrar sus pasodobles y marchas moras de las fiestas de Moros y Cristianos, y habitualmente se exhibe con la partitura en el museo municipal de la Fiesta, no así el violonchelo.

Éste último, que guarda el hijo en un pedestal en el comedor de su casa, era utilizado por Pascual Falcó para amenizar en directo las películas mudas del cine Moderno en las años 30 y 40. Pascual Falcó era un virtuoso de varios instrumentos y entre ellos destacaba el clarinete, con el que se le recuerda desde los 8 años, aunque tras su prematura muerte, a los 36 años, la viuda (Consuelo Pérez Molina) se deshizo del mismo.

El MARQ ha habilitado un cuidado espacio a Paquito el Chocolatero donde se pueden observar los pentagramas y las notas musicales de puño y letra de Pascual Falcó. «Paquito el Chocolatero/por Gustavo Pascual/Pasodoble valenciano/Dedicado a mi cuñado Paquito/El autor», reza en la portada de la conocidísima partitura, de la que la SGAE dijo en 2007 que era la más reproducida en directo. Esta composición de 1937 tardó cuatro años en estrenarse y, cuando la escribió para los Moros y Cristianos, su autor no podía adivinar su éxito durante décadas y hasta pleno siglo XXI.

El hijo del compositor es consciente de que ha trascendido hasta tal punto que en muchos puntos de España, y en otros países, no se entiende una fiesta popular sin su pegadiza melodía. Habitualmente se pagan derechos de autor desde cuarenta países, el principal Francia aunque los hay tan lejanos y dispares culturalmente como Japón, Egipto, Argentina, Alemania, Estados Unidos y Australia, y preguntado por la cuantía aclaró que equivale a «una paga extra cada tres meses».

Músico de vocación (trabajaba en una fábrica de zapatos), Pascual Falcó era introvertido y enfermizo desde joven, y le dedicó su mejor pasodoble a su cuñado y gran amigo, Francisco Pérez Molina «Paquito», conocido como el «chocolatero» por vender este popular producto, además de café, azúcar y especias. En el verano de 1937 Gustavo veraneaba con la familia de su esposa en una casa a los pies de la sierra de Mariola y una tarde le mostró a Paquito, que tocaba el tambor y de sonrisa contagiosa, tres pasodobles que acababa de componer. Le ofreció que eligiera uno para que llevara su nombre y Paquito no dudó en escoger el más alegre y pegadizo, que inmortalizaría su apodo. Otra de las aportaciones de Pascual Falcó a la fiesta se produjo al constatar que las melodías de las comparsas se oían bien en los ensayos y no tanto en la calle. En el estreno de una de ellas, en 1943, ordenó detener la «entrada» para reorganizar la banda, de manera que puso la parte rítmica delante, melodías detrás y al final las piezas de contratiempo. Ese día le llevaron a casa a hombros y su tipo de formación de la banda se mantiene hasta hoy.