¿Cómo va de felicidad? ¿Es un buen momento vital?

Sí. Lo mío es carpe diem. Cuando se me pase el resfriado, voy a ser la mujer más contenta del mundo (ríe). Como cantante y directora de un festival, es un momento muy interesante, porque tengo la experiencia de casi treinta años de carrera.

¿Es una salvadora de músicas perdidas, con su lucha por recuperar composiciones olvidadas?

Por una parte, sí. Empecé mi carrera con compositores muy conocidos, como Rossini. También Mozart. Es fabuloso cantar autores así, pero pensé que también lo era cantar a quienes les han influido. Fue un camino lógico: cantar música popular en el siglo XVIII pero desconocida hoy.

Rompe con el papel de diva, distante y vanidosa, para aparecer más como musicóloga. ¿Le interesa más esa imagen?

Me interesa la diva en el escenario, pero me gusta compartir los descubrimientos.

¿Se siente más cómoda en este momento con el repertorio del siglo XVIII?

No. El repertorio que me gusta es de Monteverdi a Bellini. Hablamos de muchos años (ríe), del Renacimiento al bel canto.

¿Y qué pasa con la ópera escenificada? ¿Dosifica más sus apariciones?

Ahora canto más ópera. Cada año me gusta hacer un nuevo papel. Este ha sido Iphigenie en Tauride, de Gluck, en Salzburgo. Y vamos a hacer una gira con Norma. Lo nuevo con lo que estoy es West Side Story, en Salzburgo, con Gustavo Dudamel.

¿Un musical?

Sí. Es considerado un musical, pero Bernstein cuando hizo el disco llamó a José Carreras y Kiri Te Kanawa. ¿Por qué no hacer lo mismo ahora en Salzburgo?

¿Hay que abrir mentes en la ópera?

Y en la música en general. La ópera es emoción y reflexión. El cerebro ha de estar siempre abierto a diferentes posibilidades de interpretación. El canto tradicional está bien, pero ha de haber también evolución.

¿También es necesario para ganar nuevos públicos?

La ópera no puede ser un museo. Siempre ha de estar viva, porque es actual. Piense en Così fan tutte, de Mozart. Todo lo que dice es actual: la dificultad del amor para sobrevivir y la fragilidad del ser humano.

¿Mantener el estatus de estrella es mucho sacrificio?

Es una responsabilidad, sobre todo, por el compositor a cuyo servicio pones tu voz. Siempre hay que hacerlo con mucha humildad, pensando por qué está escrita y cómo traducirla en la interpretación, que va a tocar mi alma y la del público.

¿Y responsabilidad cada vez que sube a un escenario por no bajar el nivel?

También. Pero yo tengo ascendente de león. Soy una luchadora.

Como ejecutiva de ópera ahora es directora del Festival de Pentecostes de Salzburgo, ¿la perspectiva cambia mucho?

Es un cambio total. Ahora tengo la posibilidad de hacer programas para diferentes artistas e invitarlos. Es muchísimo trabajo y un descubrimiento para mí.

Y con la crisis las posibilidades son diferentes, más reducidas, imagino...

Hay crisis, claro, en toda Europa. Ahora la gente no compra paquetes completos: si hay diez conciertos, coge los cinco que le interesan más, pero siempre la hay. Y lo mismo con los discos. Cuidan más qué compran.

Ha demostrado que los discos pueden funcionar cuando la industria agonizaba...

La clave está en hacer discos diferentes. El secreto es salirse del camino habitual.