En la intersección de dos autopistas estatales, la 46 y la 41, cerca de la localidad de Cholame (California), a unos 300 kilómetros al noroeste de Los Ángeles, perdió la vida un rebelde. Su nombre era James Dean y hoy se cumplen 60 años de su muerte.

En torno a las 17:45 horas del 30 de septiembre de 1955 se produjo el choque frontal entre su Porsche 550 Spyder plateado, al que llamaba cariñosamente Little Bastard (Pequeño Bastardo) , con un Ford Tudor blanco conducido por un joven estudiante llamado Donald Turnupseed, que salió prácticamente ileso de la colisión. Junto a Dean, en ruta hacia una carrera de coches en Salinas, viajaba el mecánico alemán Rolf Wütherich, que salió despedido del vehículo. Quedó herido grave, pero tras recuperarse jamás habló sobre el accidente. Dos horas antes del choque habían sido multados por exceso de velocidad.

En cambio, «el rebelde de América», como fue bautizado por Ronald Reagan, sufrió varias lesiones graves, incluida una fractura de cuello, y la muerte le sobrevino de forma instantánea. En ese preciso instante comenzó su leyenda y nació un icono americano, marcado por esa belleza congelada en el tiempo y esa actitud rebelde y desafiante a la par que vulnerable y angustiosa que definiría a la juventud de la posguerra. Tenía 24 años y solo había hecho tres películas, aunque únicamente una había llegado a los cines: Al Este del Edén, la adaptación de Elia Kazan de la novela de John Steinbeck. Aquel título fue suficiente para que la crítica lo recibiera como el mayor talento joven de Hollywood, algo que se vería refrendado con el estreno, apenas un mes después de su muerte, de Rebelde sin causa, el drama de Nicholas Ray. Para octubre de 1956 y convertido ya en un mito del cine, se lanzó Gigante, su último trabajo, con la firma de George Stevens y Elizabeth Taylor y Rock Hudson también en el reparto. Dean logró la nominación póstuma al Óscar, como ya ocurriera con Al Este del Edén.

«Estaba muy centrado en su trabajo y en su carrera», rememoraba al diario Los Angeles Times en el año 2000 Dennis Hopper, que debutó en el cine con Rebelde sin causa y que volvió a coincidir con Dean en Gigante. «Yo tenía 18 años y él era cinco años mayor que yo. Es una gran diferencia. La actuación era su vida. Unos días le veías aparecer, le saludabas y pasaba de largo. Estaba completamente concentrado en lo que hacía. Otros días», explicaba Hopper, «estaba más abierto y era más gentil».

El tormento que acompañó siempre a sus personajes cinematográficos bien pudo encontrar inspiración en sus vivencias, ya que su madre murió de cáncer cuando Dean tenía 9 años y su padre se desentendió de su cuidado.

Muchos se preguntan qué habría sido de Dean si hubiera disfrutado de una vida longeva. Hay quien cree que hubiera tenido una carrera similar a la de Marlon Brando o Cary Grant, que tal vez hubiera optado por involucrarse profesionalmente en el mundo de las carreras de coches que tanto amaba, o que hubiera allanado el camino para muchos al hacer pública su presunta homosexualidad.

James Dean fue «un viento de libertad» en la América de los años cincuenta, puritana y enconsertada, el anuncio de la apertura que llegaría en los sesenta, según el periodista y escritor francés Philippe Besson, autor de una nueva biografía del actor, Vive deprisa (Alianza Literaria) que llega ahora en su edición en español.