Cultivar la concentración, conocer las posibilidades de la tecnología para paliar la sobrecarga de información y recurrir de manera periódica a la desconexión digital forman parte de la receta de Javier Serrano Puche, profesor de Comunicación Pública de la Universidad de Navarra y defensor de la «dieta digital», para evitar el enganche psicológico a las nuevas tecnologías que conduce a muchas personas a la nomofobia, una dependencia tal del móvil que les hace escuchar alertas inexistentes. Impulsor de la «comunicación slow», su consejo consiste en abandonar la obsesión por vivir pendiente de la mirada y de la opinión de los demás en las redes sociales.

Profesor Serrano, ¿se ha convertido hoy Internet en el ágora de las relaciones humanas?

Internet y, en general, las tecnologías digitales han ido colonizando todas las actividades cotidianas y su influencia también se aprecia en el plano social y en el deseo de estar en contacto con amigos y familiares. A ello favorece el carácter ubicuo y omnipresente de los teléfonos móviles, que se han convertido en una extensión de nuestros cuerpos.

Teléfonos sin los que ya muchos no saben vivir, ¿verdad?

Exacto porque aparece la nomofobia, que no es otra cosa que la dependencia emocional al teléfono móvil. La gente que la sufre tiene miedo a salir de casa sin el teléfono y escucha hasta alertas de mensajes que no existen.

¿Qué sucede entonces con las relaciones cara a cara?

Que la sociabilidad se amplíe y encuentre un nuevo cauce en el ámbito digital es una riqueza. El mundo online ha permitido deslocalizar las relaciones sociales: ya no es necesario compartir un mismo espacio geográfico para iniciar un contacto profesional con otra persona o mantener una amistad. Aun así, la comunicación cara a cara sigue siendo la ideal porque ofrece matices a través de los gestos faciales y corporales.

¿Cómo han cambiado las relaciones interpersonales?

Hoy se desarrollan tanto en el mundo físico como en el digital. Digo digital porque me parece un error denominarlo virtual, como si el ámbito online no fuera «real». Aunque no tengan entidad física como tal, las relaciones que mantenemos en esos espacios tecnológicos tienen consecuencias en nuestro entorno físico. Lo bueno es saber conjugar de modo acertado ambas esferas de relación, sin descuidar ninguna de ellas y sin privilegiar en exceso el ámbito digital

¿Mostramos en nuestros perfiles digitales nuestro yo o tendemos a dar versiones mejoradas de nosotros mismos?

Es normal que, si podemos escoger entre dos fotos nuestras, elijamos aquella en la que salimos más guapos. Que las redes sociales nos permitan controlar qué mostramos de nosotros mismos puede llevar a una cierta distorsión de la realidad, de idealización de la propia vida, es cierto, pero creo que hoy en día en general la gente cuenta ya con ello, al menos hasta un punto razonable. Ni somos tan guapos en Facebook, ni tan feos en el DNI.

¿No son entonces estas relaciones un tanto engañosas?

Depende del grado de exageración y de nuestro grado de relación con esa otra persona. Una cosa es el «postureo» y otra, que no es ni mucho menos lo habitual, el caso de usuarios que suplantan la identidad de otros o que crean perfiles falsos.

¿Qué riesgo corremos si solo aspiramos a mantener relaciones a la carta?

El ámbito digital permite establecer lazos débiles, en función de una cualidad concreta. Tiene grandes ventajas, pero también una dimensión utilitarista. También hay que reconocer que Internet es un espacio que facilita la movilización social, la solidaridad ante las catástrofes humanitarias o la creación colectiva. Y puede ser también el lugar en el que iniciar y desarrollar amistades o relaciones afectivas, que para alcanzar su plenitud tienden naturalmente a desplazarse al plano presencial.

¿Hasta qué punto pecamos de narcisistas al querer colgar en la red toda nuestra vida?

Es un riesgo latente, especialmente entre los jóvenes de hoy. A ello contribuye la propia arquitectura de las redes sociales y las gratificaciones que procura al usuario, en forma de «me gusta» a sus publicaciones, retuits o comentarios. El peligro es vivir pendiente siempre de la mirada y de la opinión de los demás.

Los jóvenes se reúnen pero en vez de hablar entre ellos su interlocutor es su teléfono móvil. ¿Qué sentido tienen esas reuniones?

Muchas veces es un acuerdo tácito entre ellos, que todos aceptan y ven como algo normal. Desde fuera, sin embargo, sí parece una ocasión desaprovechada de mantener una conversación cara a cara. A lo largo del día, el mundo físico y el digital se entremezclan y tenemos que decidir a qué queremos dedicarle nuestra atención. Me contaban hace poco un juego interesante de un grupo de amigos. Cuando quedan a tomar algo en un bar, todos ponen el móvil boca abajo sobre la mesa. Al primero que consulte el suyo, le toca pagar la siguiente ronda.

¿Qué es eso de que hay desconectarse con frecuencia para llegar a la alfabetización mediática?

De igual modo que nos han enseñado a leer y escribir, también necesitamos aprender a usar los medios digitales. Y saber usarlos no sólo en un plano técnico, sino tomar conciencia de las implicaciones cognitivas, sociales, éticas que tiene el empleo de la tecnología, sobre todo si es de manera constante. Me parece que en ese proceso de aprendizaje existe un componente que a menudo se ignora, pero que es necesario; y es saber desconectarse de la tecnología. Pasar ratos, más o menos largos, sin estar pendiente del móvil, por ejemplo.

¡Menuda angustia!

Al principio siempre será costoso, por eso lo mejor es diseñar un plan de desconexión progresivo. El segundo paso es la fase de «desintoxicación»: abstenerse de usar la tecnología de manera creciente. Al final, el objetivo es reconectarse digitalmente, pero partiendo ya de buenos hábitos y reasignando a la tecnología el lugar que ha de tener dentro del día a día.

¿Quién nos puede recomendar una dieta digital saludable en esta época de sobreabundancia u obesidad informativa?

El concepto de «dieta digital» consiste en desarrollar algunas pautas para hacer un uso saludable de la tecnología. Efectivamente, nuestra época se caracteriza por la sobreabundancia informativa. Nos vemos desbordados por tantísima información, mucha de ella de escasa calidad o fiabilidad.

¿Cómo digerir tanta información basura sin sufrir un empacho?

Hay que aprender a cultivar la capacidad de concentración, acotando el foco de atención en lo relevante; saber emplear las propias capacidades de la tecnología para paliar esta sobrecarga de información y recurrir de manera periódica a la desconexión digital.

¿Habla de ingerir lo justo y practicar de vez en cuando el ayuno digital?

Sí. La dieta digital, al igual que las dietas alimenticias, es más eficaz cuando se afronta de manera positiva, no como un mero privarse de ciertas cosas, sino como un modo inteligente de consumir mejor la información apropiada y de desarrollar hábitos saludables.

¿Debo evitar la hiperconectividad total?

No soy defensor de lo que podríamos llamar un «maximalismo digital», esa idea de que cuanto más tiempo esté uno conectado a las pantallas, mejor. Pero la hiperconectividad irá cada vez a más.

¿Comienza ya la gente a pensar que le conviene desconectarse?

Estamos ante una de las paradojas de nuestro tiempo. Por un lado nos gusta estar conectados, porque la pantalla del móvil es nuestra ventana al mundo. Estar conectado es estar visible. Sin embargo, eso mismo se experimenta a menudo como una tiranía. Hay que estar siempre disponible. Desconectarse es, en ese sentido, un acto contracultural.

¿Qué riesgos acarrea esa hiperconectividad?

Internet ofrece un tipo de estímulos sensoriales y cognoscitivos que son intensos, repetitivos, adictivos. La Red es velocidad y eficiencia, pero puede conducir a la falta de paciencia, a la frustración si no se da una gratificación instantánea, a una actividad multitarea que en muchos casos no es sinónimo de más productividad. Además de esas patologías, creo que estar continuamente conectados nos lleva a no disfrutar plenamente de la realidad.

Estamos también ante el riesgo de la pérdida de intimidad, ¿no?

Sí. Hay que enseñar a los jóvenes a respetar a los demás en las redes sociales y dejarles claro que no conviene abrir en exceso la intimidad. El pasado siempre vuelve y ahora con las nuevas tecnologías vuelve con pruebas que dejamos nosotros mismos. Hay que tener claro que nuestros actos, también en el plano digital, tienen siempre consecuencias.

¿Qué espacio le queda al periodismo en este nuevo escenario donde estamos informados de un determinado tipo de actualidad al instante?

La dimensión temporal del periodismo ha saltado por los aires, pero su función sigue siendo necesaria, ahora más que nunca. En un entorno de multitud de fuentes e informaciones, el ciudadano sigue requiriendo información contrastada y contextualizada, que le ayude a comprender el entorno en el que vive.

¿En qué va a cambiar el papel del periodista del futuro?

Habrá cambios en la industria mediática junto a nuevas narrativas, géneros y formatos periodísticos. El periodista tiene que hacer cada vez más un hueco a la colaboración de los lectores, con los que ha de entablar una conversación continua, lo cual es enriquecedor.

¿Es Pablo Iglesias un adelantado en política respecto al uso de las nuevas tecnologías?

Pablo Iglesias muestra una habilidad en el uso de twitter de la que carecen otros líderes políticos, que aún piensan que es una herramienta más de propaganda unidireccional, y se equivocan. Si pensamos en el ámbito internacional, el referente sin duda de cómo construir una marca política en las redes sociales es Barack Obama desde 2008.