La más absoluta normalidad ambiental, sin gritos reivindicativos ni vacías euforias, fue la tónica de la vuelta de los toros a San Sebastián tras dos años de veto político, con una corrida que, por otra parte, no alcanzó especial brillo artístico.

Seis toros de Torrestrella para Enrique Ponce -estocada contraria desprendida y estocada trasera desprendida (ovacion); estocada caída delantera y dos descabellos (oreja tras aviso)-; José María Manzanares -estocada (ovación tras leve petición); media estocada (silencio)- y López Simón estocada corta y dos descabellos (ovación tras aviso); pinchazo bajo, pinchazo, estocada desprendida y dos descabellos (ovación tras aviso)-.

Una fuerte ovación para acompañar el primer paseíllo de la era post-Bildu fue la única concesión a la euforia que se hizo la afición donostiarra en una tarde ante 7.000 personas en la que no pareció que se hubiera producido esa larga travesía de dos años por el desierto taurino. Si acaso, la visita del rey Juan Carlos, que tampoco hizo ostentación de su presencia en un palco del callejón junto a su hija mayor y sus nietos, provocó en los aledaños del moderno coso los únicos gritos destemplados, por parte un par de cientos de personas que mezclaron en su peculiar coctelera tauromaquia, monarquía y españolismo como objetivo de su agresividad. Pero nadie echó cuentas a los manifestantes ni hubo lugar a enfrentamientos, porque todos los pro taurinos querían volver a disfrutar de su espectáculo favorito con la libertad que les negaron los anteriores gestores de la ciudad. Sólo Ponce cortó una oreja. El segundo de la corrida estuvo a punto de herir en dos ocasiones a José María Manzanares, que apostó con mayor entrega de lo habitual ante sus emotivas y no siempre claras embestidas.

El rey Juan Carlos señaló que la fiesta de los toros es «un activo de España que tenemos que apoyar» y destacó que era la primera vez que iba a los toros en San Sebastián. La infanta Elena dijo que la tauromaquia «cuenta con todo mi apoyo».