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Pablo Alborán desata la fiebre

El joven cantante exhibe en Alicante las cualidades que le han convertido en el mayor fenómeno de la música española actual

Pablo Alborán en un momento de su concierto anoche en la plaza de toros de Alicante. jose navarro

Si Pablo Alborán se ha convertido en el mayor fenómeno de la música española actual es por exhibiciones como la protagonizada anoche en la plaza de toros de Alicante. A sus 26 años el malagueño derrochó entusiasmo sobre el escenario, con esas ganas de comerse el mundo propias de la juventud. No escatimó recursos e hizo una completa demostración del manejo de instrumentos, tocando la guitarra, el piano y el cajón flamenco.

Fueron precisamente esos toque flamencos de su pop los que más pasiones levantaron. Sabía Alborán que jugaba con ventaja desde el minuto 1, consciente de que eran varias las jóvenes que llevaban esperándole desde el pasado sábado en los aledaños de la plaza de toros. No se hizo esperar el malagueño. A las 23 horas estaba fijada la hora del inicio del concierto y a las 23 horas se apagaron las luces en el coso taurino. El griterío fue ensordecedor, ensordecedor de verdad.

El cartel de «todo vendido» llevaba bastantes días colgado, como en la mayoría de sus conciertos. La progresión de Alborán ha sido meteórica desde que publicó su primer disco en 2011. De aspirante a estrella a través de YouTube a ocupar un lugar propio en el firmamento musical en un pis pas. Ahora presenta su último álbum, Terral. Por eso inició el recital con el tema Está permitido de su nuevo disco, al que siguió La escalera.

El terreno estaba abonado para una nueva velada exitosa. Los gritos de «Pablo, Pablo» se sucedían entre el público, femenino en su mayoría. La excitación era tanta que se vivió lo más parecido a lo que despertaba Jesulín de Ubrique a su paso por los ruedos, ayer precisamente de vuelta a la faena en Benidorm. Alborán se siente maestro sobre el escenario y controla todo, desde la presentación de los músicos que le acompañan hasta la mirada a las cámaras, siempre oportuna, medida al milímetro.

Un par de canciones y se pasó al piano. Antes un breve discurso para espolear al personal. No le hizo falta más, con decir «Alicante» ya tenía al responsable metido en el bolsillo. «Buenas noches, familia, qué ganas tenía de llegar a Alicante. Gracias por apostar por mi música y por hacer que esta noche, desde ya, sea inolvidable. Y, sobre todo, gracias a las personas que llevan días haciendo cola», dijo en alusión a las valientes que han desafiado la ola de calor para garantizarse un puesto de privilegio.

A la guitarra y al piano le sucedieron los timbales y el cajón. Mucha percusión y raíces africanas para un concierto con partes bien diferenciadas: ratos de baladas lentas para abrazarse y otras con aroma más cercanos al rock, en los que Alborán disfrutó con el público, consciente del estatus que ha alcanzado.

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