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José María Pou

«Hemos coincidido con una clase dirigente nefasta»

Acaba de cumplir 70 años y es la primera vez que interpreta a un personaje de su misma edad: el protagonista de Sócrates

José María Pou, en la representación de la obra. JERO MORALES

Le he leído que el teatro ha de estar siempre comprometido contra el poder. ¿De eso va «Sócrates»?

Por supuesto. Sócrates es el padre de la filosofía, pero era un señor nada pedante, un hombre tan de la calle que caminaba descalzo. Es por encima de todo un ciudadano que cuestionando lo que dice el poder llega a ser un personaje incómodo, tanto que llegan a juzgarle con acusaciones ridículas y condenarlo a muerte. Uno de los factores del éxito de Sócrates es que el público ve en el escenario a un ciudadano consecuente en este momento de confusión, corrupción y políticos chaqueteros.

¿No quedan seres consecuentes y honestos en la vida pública?

Ese es el gran problema. Generalizar no me gusta, pero en unos momentos difíciles de crisis económica y de valores los españoles hemos coincidido en los últimos seis o siete años con una clase dirigente nefasta. Lamento la mala suerte de haber coincidido en estos momentos. Con otros quizá la crisis no hubiera sido tan dura.

Entonces, ¿la muerte de Sócrates es un símbolo de la muerte de la dignidad?

Sí. Los mismos jueces daban por supuesto que no iba a morir. Podía pagar, corromper a los carceleros, pero ese señor sorprendió con su compromiso con las leyes dadas por todos: si le habían condenado, debía morir; escaparse sería una burla de las leyes y destruiría la democracia y la ciudad.

Así se construye un mito?

Claro. Ahí hablo de la coherencia y la honestidad. Dice cosas tan actuales? Les dice a jueces y otros cargos del consejo: «Avergonzaos de no pensar en otra cosa más que acumular riquezas». Ojalá yo lo pudiera decir en el Congreso. Y yo pienso: ¡qué maravilla poder decir algo así en un escenario!

El teatro de temporada ha derivado en los últimos años hacia una fórmula de guerrilla, con pocos medios. ¿Es su idea de la escena?

Esta malísima política cultural, de recorte de ayudas y aumento de impuestos, ha propiciado que solo el 50% del tejido teatral haya resistido, pero ha propiciado también, y es beneficioso, pequeñas salas y espectáculos de denuncia. Son buenísimos por lo que ofrecen, pero difícilmente los que trabajan pueden vivir de eso. Tengo la esperanza de que con un cambio, que es lo que vislumbro, pueda corregirse, pero no será de un día para otro.

¿El daño es tan grave?

Sí. Va a llevar tiempo poder reconstruir el tejido teatral al nivel de hace diez años. Nunca ha sido un sector maravilloso, pero había en cada comunidad una red de compañías y la posibilidad de giras. Todo eso se ha perdido.

¿Obras tan cargadas de inmediatez política como «Ruz-Bárcenas» le interesan?

Siempre que no dejen de ser textos de calidad y de primera categoría, siempre que no sean puros mítines. En las etapas finales del franquismo también hubo una fiebre de obras que se convertían en mítines partidistas y no se ocupaban de la creación teatral.

Y el teatro mitinero no es lo suyo...

No me interesa demasiado. Sí incitar a la reflexión sin llegar a extremos de un teatro político, porque el espectador necesita oír cosas que quizá no se atreve a decir en público. Hace falta denunciar, porque estamos en una democracia muy pervertida.

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