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«Vargas Llosa me convirtió en un escritor profesional»

Hay autores que han marcado en cierto modo su vida. Uno de ellos el chileno Roberto Bolaño, que siempre le apoyó, y otro Vargas Llosa, que fue quien dio el grito de aviso de la calidad literaria de Soldados de Salamina. ¿Qué supuso para usted?

Por resumirlo en una frase: el artículo de Vargas Llosa convirtió un libro destinado a tener un puñado de lectores en un best seller y a mí me convirtió en un escritor profesional.

¿Cómo ha sido su relación desde entonces?

Muy buena, como lo era antes: sólo que antes lo conocía sólo por escrito, desde la adolescencia (y, modestia aparte, creo que bastante bien); ahora, además, lo conozco personalmente.

¿Cómo se habla a un Premio Nobel de Literatura?

Exactamente igual que se habla con cualquier otra persona, sólo que con Vargas Llosa lo mejor que se puede hacer -sobre todo si uno es escritor- no es hablar sino escuchar; bien pensado, eso también es lo mejor que podemos hacer con cualquier otra persona.

Algo de razón tendría el Nobel cuando sus novelas se han traducido a más de veinte idiomas.

Ahora más de treinta, pero da igual: que un libro se traduzca mucho -como que tenga muchos lectores-no es ninguna garantía de que sea bueno; la única garantía de que un libro es bueno la da el tiempo.

Por cierto, pasado el tiempo desde Soldados de Salamina, ¿cree que se ha hecho algo por la memoria histórica? En Alicante fue precisamente donde terminó la contienda...

Sí se ha hecho, pero lo que se ha hecho es insuficiente, y muchas veces se ha hecho mal, no desde luego por culpa de las asociaciones, que han hecho todo lo que han podido o les han dejado, sino por culpa de los poderes públicos, que o no han estado interesados en solucionar la relación con nuestro pasado más negro o han estado más interesados en sacar rédito político del problema que de solucionarlo.

¿Por qué en su literatura casi siempre parte de un hecho real que luego ficciona más o menos, según el tema?

Toda la literatura parte de la realidad; la ficción pura no existe: es un invento de quienes no saben lo que es la ficción. Además, si existiera sería mala, porque carecería de su principal carburante, que es la realidad. Por eso en el fondo, todas las novelas son autobiográficas, incluidas las fantásticas.

Con El impostor vuelve a acercarse a un tema real y a un personaje que no deja de ser apasionante.

Es más que apasionante: Vargas Llosa lo ha llamado el mayor impostor de la historia; tiene razón: es el Maradona, el Picasso de la impostura. Y por eso, porque este hombre que inventó su vida entera es una ficción ambulante, la novela es una novela sin ficción, absolutamente cosida a la realidad: añadir ficción a la ficción me pareció redundante, literariamente irrelevante. Para mí, esa es la clave: cada libro crea sus propias reglas, y su propia relación con la realidad de la que parte.

Usted fue profesor en la universidad. ¿Cómo ve el funcionamiento de estas instituciones académicas hoy en día?

Te contesto desde Oxford, donde he venido a dar un ciclo de conferencias: ojalá tuviéramos nosotros algo remotamente parecido a esto, porque Gran Bretaña sin Oxford (y sin Cambridge) no sería una potencia mundial. Pero ahí está el problema: que nuestros gobernantes jamás se han tomado en serio la educación. Así es imposible tener un país de primera.

De nuestras universidades han salido no solo alumnos, sino también profesores que se han metido en política...

Me parece muy bien.

España pasa por un momento fundamental con la respuesta de la sociedad que pide hacer política de otra manera. ¿Cómo ve estos cambios?

Con escepticismo, a veces con pesimismo, porque los cambios son absolutamente necesarios pero no veo a nadie decidido de verdad a llevarlos a cabo. Hay que cambiar la forma de hacer política, pero sobre todo hay que cambiar el fondo, aunque quizá es lo mismo. Hay que hacer reformas profundas en el sistema. «Quien no está ocupado en nacer está ocupado en morir», dice Bob Dylan; la democracia es igual: o mejora o empeora. Y durante mucho tiempo la nuestra no ha mejorado, y por tanto se ha empobrecido y anquilosado. Por eso estamos como estamos.

¿Es un momento para la esperanza o si nos equivocamos no hay marcha atrás?

Por muy pesimista que esté, soy un optimista instintivo, irracional, totalmente compulsivo. Por eso me temo que soy como Ambrose Bierce, que definió así la palabra «año»: «Período de trescientas sesenta y cinco decepciones».

Puestos a partir de hechos reales, ¿el momento actual daría para una novela?

Para una no: para muchísimas. De hecho, las está dando cada día: las novelas, les guste o no, lo pretenda o no el escritor, hablan siempre del momento actual. La cuestión es que sean buenas, y eso sólo depende de quién las escriba. Por suerte en España hay buenos escritores.

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