Todo lo que se cuente en esta crónica debe llevar un coeficiente de comprensión acorde al molestísimo Eolo, que se empeñó en soplar a traición durante toda la tarde. Las innumerables coladas y reacciones a veces sorprendentes de los astados de El Pilar y Charro de Llen (segundo bis) uno no sabe muy bien si achacarlas a faltas de colocación o toques precisos de los coletudos o a rachas traidoras que flameaban a destiempo pañosas y percales.

Y además, no rompieron del todo los astados corridos. Tampoco resultaron incómodos para lidiar, y cierto es que todos, en distinto grado, se movieron. Y algo deberán poner también los toreros, que parece que andamos siempre exigiéndole todo a los animales para justificar las carencias del lucimiento. No dejaron de ser seis buenos ejemplos de lo que rondan los toreros: ese toro con casta justa, que quedan "chochones" para la muleta y, si aguantan, permiten realizar el toreo despacito. Pero ¿y la emoción? ¡Ay, eso ya es otro cantar!

El que más emocionó en sus viajes fue el sobrero de Charro de Llen que sorteó Manzanares. Lástima que el viento no le permitiera mayor acople. Tres verónicas y media de mérito y alguna tanda con la diestra con contenido. Pero ni el animal se acabó de entregar ni el alicantino acabó de poder domeñar todos los elementos en contra. Mató de pinchazo y bajonazo, con aviso incluido.

El quinto permitió ver su voluntad sin resquicios. A veces con cierto desdén, lo que le llevó a sufrir algún achuchón, como al comienzo por alto con la pañosa. Con vendaval y todo, se le anotaron tres tandas por el lado derecho templadas y dos al natural mejor trazadas. Sin algo faltó, lo rubricó con una gran estocada. Oreja tras aviso. Lástima que no se anuncie otra tarde más.

Poco que decir de Perera, que templó a dos oponentes con tanta calidad como flojera de fuerzas, y de Juan José Padilla, a quien se le vio pasar "fatiguitas" en ambos toros (quizá el mejor lote). Los tres brindaron su primer oponente a don Juan Carlos de Borbón.