Era un joven de apenas 22 años recién llegado a Madrid para trabajar en una revista de arte que le encargó hacer un libro sobre Eusebio Sempere. Andrés Trapiello se iniciaba así en una etapa fundamental de su vida junto al arista de Onil y Abel Martín, «que para mí son indisolubles». El resultado fue Conversación con Eusebio Sempere (1977), después de un año de reuniones y charlas, «aunque debería haberse titulado Recuerdo de unas conversaciones con Eusebio Sempere porque la grabadora me falló y él me dijo que pusiera lo que yo recordaba, así que fue más bien una recreación de esas reuniones».

Cordial, modesto, comprensivo, discreto y enormemente cariñoso. Así era el artista de Onil que hoy hace 30 años que falleció en su localidad natal. «Me acogieron como alguien de la familia; siempre vivían con una enorme modestia, primero en su casa de García de Morato y luego en un gran piso que tenían casi todo cerrado; se pasaban el día en un cuarto los dos juntos, uno trabajando sobre un tablero de arquitecto y el otro sobre sus serigrafías; era como un taller de gusanos de seda porque se pasaban el día tejiendo».

El escritor recuerda que un consejo de Sempere marcó su vida para siempre. «Yo trabajaba con un tipo siniestro del mundo del arte, al que se le conocía como "el fenicio", y me hizo la pirula; me engañó de una manera vil; yo era muy joven y cogí una enorme depresión, hasta el punto de que quería irme de Madrid. Sempere me dio un consejo maravilloso: no te vayas, espérate cinco años aquí y luego te vas porque va a ser importante para tu formación. Gracias a ese consejo logré levantar cabeza de nuevo, algo que nunca podré agradecer bastante».

Trapiello afirma que «Eusebio tenía un drama personal», que no era otro que «ser víctima de las vanguardias pictóricas, cuando a él lo que le gustaba era pintar clásico, hacer retratos como los de Goya, Ribera o Velázquez; tenía una gran mano para la figuración, pero la modernidad le llevó por unos derroteros de los que no se pudo apartar, excepto al final de su vida que pudo hacer compatibles las rayitas, como él decía, con la figuración».

El escritor, que posteriormente se vio en numerosas ocasiones con el artista, lo define como «muy inteligente». «Tenía una sólida formación académica y conocía muy bien el mundo del arte; es uno de los seres más angelicales que he conocido, desinteresado, nada envidioso... había algo en él de una especie de monje, bueno en Abel también. Eran como dos monjes medievales en una especie de monasterio; había algo en ellos de miniaturistas; Eusebio más que pintar la realidad la miniaba».

La última vez que lo vio fue antes de morir. «Ya estaba muy enfermo, en silla de ruedas, y le di muchos ánimos; fue una de sus últimas apariciones públicas».

Sin embargo, Sempere siempre estará presente en su vida. «Cuando acabé el libro me regaló un cuadro; yo no quería aceptarlo, pero insistió y me dijo que algún día me podía sacar de un apuro, igual que a él le había pasado con obras de sus amigos. Pues pasado el tiempo lo tuve que vender para poder arreglar el tejado de mi casa, así que lo llamamos el tejado de Sempere. Y hay algo de él en ese tejado, con las rayas... el tejado de mi casa es muy semperiano».