Fernando Delgado debía ser en el colegio de aquellos que sabían las respuestas pero nunca levantaban la mano para decirlas. Pese a su altura y su voz grave; pese a haber saludado a España entera desde la pequeña pantalla los fines de semana para contar lo bueno y lo malo de la vida; pese a recordarnos A vivir que son dos días, desde las ondas en la Ser, también el fin de semana; pese a haber visto su foto y su firma en numerosos medios escritos; pese a encabezar una veintena de títulos literarios... pese a todo eso, este periodista y escritor ha conseguido compatibilizar de forma magistral la popularidad con pasar desapercibido de forma buscada, algo que sin embargo no es incompatible con una voz crítica que suena muy alta cuando se trata de buscar la verdad. Aunque También la verdad se inventa, título de una de sus últimas novelas en las que pidió prestado el verso a Antonio Machado.

Dice que su letra es «infame» y que en ocasiones «ni yo mismo me entiendo». Reminiscencias del Fernando Delgado periodista que muy joven coordinó Radio Exterior con voces como las de José Hierro o Félix Grande, y plantó las semillas para que Radio 3 naciera y creciera. Eso fue en 1981. Los cambios políticos -no sería la última vez que le tocara la china- le sacaron de allí y le llevaron a dirigir Rne en dos periodos diferentes. Después llegaron los telediarios de TVE en fin de semana y otro cambio político le llevó a la Ser. «El contraste entre una dictadura y una democracia es muy grande y el logro de ciertas libertades por las que habíamos luchado suponía un enorme ilusión», aseguraba. «He podido ver una España cutre y una españa moderna».

Pero a veces, se volvió a encontrar con la cutre. Uno de los episodios más oscuros a los que se ha tenido que enfrentar fue por «culpa» de Alfredo Urdaci, que acusó a Delgado de haber asegurado en la Ser después de los atentados del 11M y antes de las elecciones, que, según recoge literalmente el libro del exdirector de informativos de TVE, «mañana tienen ustedes la oportunidad de terminar con gente como Federico Jiménez Losantos, Carlos Dávila, Alfonso Ussía y Alfredo Urdaci, herederos directos de los que asesinaron a Lorca». Era falso y el periodista lo llevó a los tribunales. Urdaci tuvo que retirar el libro.

Aunque en 2005 dejó los medios para dedicarse a la literatura, su colaboración en prensa ha seguido siendo muy fructífera. Pero también lo ha sido, y mucho, su faceta literaria. «Prefiero oír los pájaros a la radio, y amo mucho a la radio. Pero, a veces quiero perder el contacto con la realidad y olvidar, no tener la sensación de que vivo en una verdadera cloaca».

Amante de la buena mesa, sobre todo de las lentejas de su abuela que eran «exquisitas», son ya una veintena de libros en los que ha plasmado su firma, entre novela y poesía, desde que publicase la primera, Tachero, en 1976. Después llegaron otras, como Háblame de ti, la que él considera su novela más personal. Y en 1995, La mirada del otro, con la que ganó el Planeta. Desde entonces, el vínculo con la editorial que le ha concedido el Premio Azorín -a cuya gala ha acudido en varias ocasiones- ha sido constante, actuando de jurado en el Premio Fernando Lara y en el Planeta.

También la poesía forma parte de su vida. Y reconoce que en sus versos «siempre he sido algo impúdico». Quizá porque considera que «no hay sexo sin imaginación» y que a través de los versos uno se muestra más y mejor. Y de poesía fue precisamente su último libro, Donde estuve, publicado el pasado año.

Así es este periodista y escritor que ayer ganó el Azorín con cierta timidez y nerviosismo, pero seguro de sí mismo. Altivo y pudoroso a partes iguales. Apasionado por la pintura y con una clara vocación musical que no ha visto realizada. «Me hubiera gustado tocar un instrumento, pero no componer». Y si tiene que quedarse con una novela no lo duda: La montaña mágica, de Thomas Mann.