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Un sueño destrozado en 10 años

Ciudad de la Luz, el proyecto dorado de convertir Alicante en el nuevo «Hollywood europeo» cuando el Consell abrió sus puertas en el 2005, atraviesa ahora su fase final de venta tras una etapa marcada por la polémica

Colin Farrell rodó en Alicante Triage. INFORMACIÓN

La escapada esperpéntica de Quentin Tarantino del complejo cinematográfico alicantino cuando se le prohibió el acceso «porque no se le conocía»; el abrazo amoroso de Francisco Camps con el actor Gérard Depardieu, ataviado de Obélix, cuando supuestamente Alicante se transformaba en referencia mundial del séptimo arte al ser capaz de acoger grandes producciones; o la huida inesperada de Roman Polanski, cuando sonreía complaciente junto a su maqueta de Pompeya ante su inminente rodaje en estas tierras, son solo algunas de las sombras, de las docenas de sombras, que han acompañado a Ciudad de la Luz desde su apertura en el 2005.

Una trayectoria que, en sus 10 años de vida, ha estado marcada por la polémica

, el escándalo, la nula profesionalidad y una nefasta gestión que ha derivado al complejo en una muerte lenta y dolorosa con su actual proceso de venta. Un sueño destrozado, un sueño hecho pesadilla, que ha reventado víctima de múltiples circunstancias hasta que la sentencia de Bruselas, con la devolución millonaria de las ayudas a rodajes, ha supuesto su definitivo punto final.

Los inicios

¿Pero cómo se ha llegado hasta aquí, y qué ha pasado en todo este tiempo? Ciudad de la Luz era un cuento de hadas en un marco idílico donde la crisis era un espejismo y el dinero fluía generosamente en el 2000. Eso explica en parte la fórmula de cierta clase política que, a buena gastronomía, buen clima y buen sector hostelero, se planteó: «¿Y por qué no convertir la Comunidad Valenciana en un marco de cine?».

La inspiración del eterno cineasta valenciano Luis García Berlanga pasaba por ubicar inicialmente los estudios cinematográficos en Sagunto, por la cercanía y conexión audiovisual con Valencia, Madrid y Barcelona, aunque fue el expresidente Eduardo Zaplana quien trasladó la idea a Alicante y su sucesor, Francisco Camps, quien la asentó definitivamente.

Tras la expropiación y adquisición de los terrenos en Aguamarga, guerra vecinal incluida con los habitantes del antiguo barrio, la titánica obra se puso en marcha en un procedimiento en el que saltaron todas las alarmas a medida que el presupuesto se iba hinchando, los contratos se multiplicaban y una mole de edificios se expandía a su alrededor. El Consell invirtió unos 270 millones de euros (45.000 millones de las antiguas pesetas) en esta estructura cinematográfica gigantesca, moderna y de calidad, propio del nuevo «Hollywood europeo» en la costa alicantina.

Un monstruo cinematográfico construido acorde a los tiempos dorados de la bonanza económica, que recibió una severa crítica de la comisión europea años después cuando denunciaba en su informe, con otras palabras, que ningún empresario privado se habría atrevido a levantar algo así. El New York Times definió la infraestructura de Ciudad de la Luz como un «ejemplo del frenesí valenciano».

La inauguración y estreno de Ciudad de Luz tuvo lugar en el 2005. Fotos por aquí, fotos por allá; sonrisas; poses; políticos llamados a filas; se descorcharon botellas y se derrochaba felicidad. Arrancaba la verdadera prueba de fuego para un complejo que tenía que responder a las expectativas de sus dimensiones: 11.000 metros cuadrados de platós de rodaje, 12 hectáreas de zona de rodaje en exteriores con foso de rodaje de 8.000 metros cuadrados y más de 11.000 metros cuadrados de almacenes, talleres y edificios de producción con tecnología punta. Promesas y esperanzas que, al tiempo, se fueron desmoronando.

Estrellas y estrellados

Antonio Banderas, Bruce Willis, Elsa Pataky, Ricardo Darín, Álex de la Iglesia, Fernando Tejero, Paz Vega, Colin Farrell, Gerard Depardieu, Pepe Sancho, Santiago Segura, Maribel Verdú, José Coronado, Eduardo Noriega... pese a la enorme lista de reconocidos actores que desfilaron por Alicante, a muy pocos de ellos consiguió vincularse Ciudad de la Luz para seducir a nuevos productores y directores. Y, aunque algunas de las películas que acogió cosecharon grandes éxitos (ya sea No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu; o Balada triste de trompeta, de De la Iglesia), solo en el tramo final de su agonía, Bayona catapultó a la fama a Ciudad de la Luz con su película Lo imposible, entre halagos y elogios a unos estudios que, pese a todo, ya andaban en decadencia con platós semivacíos.

De cualquier modo, muy pocas ficciones de Ciudad de la Luz serán recordadas, como la serie Crematorio (magistral Pepe Sancho, la serie para televisión sentó un precedente en España por su firma al más puro estilo HBO, aunque con distribución escasa). Del resto de la filmografía, contados proyectos se libran del terrible olvido.

Directores o políticos

Siempre se echó en falta, y las críticas eran comunes en este aspecto, una dirección más profesional que política, conocedora del sector cinematográfico, de sus tentáculos y contactos, que de cualquier otro campo. Pero la política se impuso sobre todo los demás, y eso quedó plasmado en la dirección asignada por el Consell a José María Rodríguez Galant, a quien los sucesivos escándalos y polémicas decisiones (pagó 500.000 euros a Coppola para una conferencia en Ciudad de la Luz) terminaron por derrocarlo. Tampoco Elsa Martínez, su segunda directora, provenía del sector cinematográfico, aunque puso empeño y se acercó a la voz experta de Gerardo Herrero, productor de renombre, para salvar un barco que ya navegaba en aguas turbulentas. Solo su tercer y último director, José Antonio Escrivá, pertenece al gremio del séptimo arte, aunque el Consell le asignara en su cometido el papel de enterrador y sepulturero en este último tiempo de silencio e inactividad de los estudios.

Competencia brutal

Apenas se produjeron alianzas internacionales, y Ciudad de la Luz, pese al ímpetu de su dirección, tampoco se convirtió en un referente del cine español. Y brutal, salvaje, se presentaba la competencia para los estudios alicantinos en el mercado exterior, con platós prestigiosos, pesos pesados del sector, que seguían presentando sus novedades cinematográficas. Así, los Pinewood de Londres trabajaban El hombre lobo, con Beniccio del Toro; la mano barata de técnicos y personal de Atlas-Film en Ouarzazate (Marruecos) mejoraba constantemente sus condiciones económicas, y su prestigio se lo daban películas como Gladiator o El Reino de los Cielos; Mediterranean Film Studios, de Malta, era y sigue siendo la perla más preciada del séptimo arte europeo, y de ella hablan sus rodajes como Ágora, de Amenábar, o Múnich, de Steven Spielberg; y tampoco cabe olvidarse de los históricos Cinecittà, de Roma, que habían ampliado sus negocios con superproducciones norteamericanas.

El enemigo en casa

La explotación comercial de Ciudad de la Luz estuvo antes y después en manos privadas, en manos de Aguamarga. Primero, solo en fase de asesoramiento, y más tarde, como ejecutor. Y, casi desde un principio, las desavenencias entre Aguamarga y Ciudad de la Luz fueron bien visibles, pero incomprensiblemente el contrato de Aguamarga se renovaba y ampliaba en una pelea de trasfondo político. Pero la guerra se declaró y recrudeció en 2010, cuando Ciudad de la Luz decidió disolver el contrato por «graves incumplimientos» en la gestión del complejo. Aguamarga solicitaba, por su parte, lo que se le debía por sus servicios y la rescisión del acuerdo. Juicio de por medio, en este contexto la gestora organizaba clases de zumba en Ciudad de la Luz, o visitas guiadas al complejo, paella incluida. Acciones que respondían como presión a la dirección del complejo, que había congelado todas las funciones de los platós por orden del Consell. La Audiencia dio la razón a Ciudad de la Luz, y Aguamarga fue expulsada del centro y condenada a pagar 1,2 millones.

Estrategias equivocadas

La táctica planteada para la captación de rodajes, y que años después significó su tiro de gracia, fue una política de subvenciones y ayudas a las películas españolas o extranjeras que apostaran por filmar en Ciudad de la Luz. Una polémica medida, una estrategia equivocada de principio a fin, que solo en su fase inicial conllevó un gasto de más de dos millones de euros, cubriendo gastos de películas como El camino de los ingleses, de Antonio Banderas, al que la Generalitat inyectó 690.000 euros.

La práctica habitual de estas «ayudas» fue denunciada por los estudios Pinewood de Londres por competencia desleal, y posteriormente declaradas ilegales por la comisión europea obligando al complejo a su recuperación y devolución. El Consell, ante tal tesitura, optó sin más remedio por su actual proceso de venta, de tal modo que la posible extinción o reimpulso de Ciudad de la Luz queda ahora a expensas de los nuevos propietarios. El equipo de Francis Ford Coppola y un grupo inversor chino son de momento los más interesados en liderar el futuro de los estudios.

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