Por 25 pesetas cada uno, momentos imborrables de su paso por el concurso más famoso de la televisión en España. Por ejemplo, cuando coincidió con su marido, él vestido de general Custer.

Y yo, que tengo memoria fotográfica y no me equivoco nunca, a mi marido le cambié un pie. Por los nervios.

Chicho Ibáñez Serrador debía ser de armas tomar, ¿y usted le paró los pies?

Yo sabía que ese momento iba a llegar. Le conocía bien, había trabajado dos años como actriz y sabía que me iba a poner a prueba. Y pasó. Yo tenía que reaccionar. A mi manera, le dije «Hasta aquí puedo leer».A la hora de trabajar Chicho sí era exigente, pero no exigía más de lo que él daba. Y aquello no me molestaba, porque yo también soy así.

Un, dos, tres recorre la historia de la televisión, pero también la de España: franquismo, Transición y democracia.

Si lo vierámos en secuencia, veríamos los cambios de la sociedad española. Yo he sobrevivido a Fidel Castro, a Franco, a la Transición, a UCD, al PSOE y a PP. Y ahora a ver si Podemos me sobrevive a mí.

Los chats están llenos de gente que le da las gracias por esas noches de los viernes en familia ante el televisor.

Cosas maravillosas. Es que fue el último gran programa. Cuando yo termino en el 88 llegan las autonómicas, las privadas, empieza la eclosión de internet, las redes sociales y se divide todo.

A ver quién hace ahora audiencias de 24 millones de espectadores.

Nadie, ni la final del Mundial de fútbol.

¿Qué factores explican ese éxito?

Fue una conjunción de estrellas: el momento justo, los ingredientes necesarios, que se viera y se comentara en familia. Y estaba muy bien hecho, Chicho fue agrandando el programa poco a poco. Tenía el don, el olfato. de saber qué iba a funcionar.

¡También tenía el incentivo del apartamento en Torrevieja!

El coche, el coche, la gente quería el coche. En aquel momento, eso no pasaría ahora, nadie quería los viajes.

Un, dos, tres, como usted dice, fue una de sus vidas. Pero sus memorias comienzan con otra, cuando le detectaron en 2009 un cáncer de lengua.

Doblemente cruel. Porque no sólo era superar el cáncer, sino todo lo que conlleva de daños colaterales. Aún lidio con ellos. El libro empieza el día que me lo diagnostican.

Usted pensó en dos hombres: Fidel Castro y su marido.

Lo de Fidel era mi grito de batalla cuando venían los momentos bajos. Decía «yo no me puedo morir antes que Fidel Castro». Y la adrenalina funcionaba. Cuando me lo dijeron es verdad que lo primero que pensé es cómo se lo digo a mi marido, que veintipico años antes había tenido una depresión. Tenía miedo de que volviese a caer. Y cayó. Pero teníamos las herramientas para salir.

¿Por qué decidió contarlo?

Pensé que si había algo positivo que pudiera sacar era ayudar, que mi experiencia no fuera en vano. Yo creo que quienes hemos sido personas populares tenemos el deber de hacer públicas estas cosas.

Cuenta que sus metas han dejado de ser profesionales y que no va a luchar contra la imagen de sí misma.

Claro. A mí me han dicho si no volvería a hacer el programa. No. Creo que tampoco debería hacerse, está muy bien donde está, en el recuerdo. Nunca competiría conmigo misma de entonces. Ahora soy otra Mayra.