Filósofo, ensayista, académico, Emilio Lledó (Sevilla, 1927) es el último resistente. Un gran defensor del libro, de la educación humanista, del lenguaje, la memoria y la amistad, unas cualidades que ayer se le han reconocido con la concesión del Premio Nacional de las Letras 2014. Un premio valioso, el más importante de los que se dan en España tras el Cervantes, que se suma a otros muchos que últimamente está recibiendo este lúcido y sabio pensador, nacido en Sevilla en 1927 y cuya vida ha cruzado los episodios más crudos del siglo XX, la Guerra Civil, el hambre de la posguerra, el franquismo, el exilio o el Berlín del muro.

Emilio Lledó salió de España en 1953 para estudiar en Heidelberg (Alemania), donde fue alumno de Hans-Georg Gadamer; después estuvo en Berlín hasta que en 1963 volvió con su mujer a una España gris, pero «con mucha ilusión», según reconocía en una entrevista. Y volvió para dar clase y dedicarse a la educación, que es uno de los temas que más ha preocupado al filósofo y que ha sido la obsesión de su vida. «Esa es mi obsesión -decía-, el planteamiento educativo. La función más importante es crear ciudadanos libres y críticos. Y el principio de una democracia es la defensa de lo público», recalcaba en una entrevista con motivo de la publicación de su libro Los libros y la libertad.

«De mis libros, de las bibliotecas que he frecuentado, aprendí el diálogo y la libertad de pensar. Durante siglos, fueron los libros los vencedores del carácter efímero de la vida. Por eso, también fueron tachados, prohibidos, quemados, por los profesionales de la ignorancia y la mentira», escribía en ese volumen. «Pero siguen vivos -añadía-, tienen que seguir vivos, conservando la memoria y liberando y fomentando la inteligencia. Con algo de todo esto tiene que ver este libro».

Una defensa que, cual don Quijote, sigue ejerciendo por el mundo este infatigable creador de ojos azules y transparentes, de pasión casi juvenil, otra de las características que ennoblecen a este pensador, cuya casa madrileña está forrada literalmente de libros.

Pero Emilio Lledó, gran defensor de la belleza y la verdad, como ha sabido ver el jurado que falló ayer el premio, también ha sido muy activo últimamente en su crítica con la situación actual y contra la corrupción. «Vivimos un momento muy duro. Decir que nunca he vivido un tiempo así es tal vez exagerar. Porque en el franquismo pasé un hambre feroz: lo normal en aquel tiempo, si no eras estraperlista, oligarca o tramposo. Pero los que nos íbamos fuera teníamos esperanza. Hoy estamos en el territorio de la desesperanza, que es lo peor», señaló el académico.

«No hay que votar a los corruptos, y hay que luchar porque las humanidades no desaparezcan», recordaba este defensor de la memoria, al tiempo que decía que estaba a favor de la memoria histórica, porque «somos personas con memoria, el mundo está fatal por la codicia y la ignorancia».

Una memoria que lleva a Emilio Lledó a no olvidar nunca el olor a pólvora y muerte que le impregnó, cuando tenía nueve años, en plena Guerra Civil, testigo de los bombardeos en la Gran Vía madrileña junto a su padre.

El Premio de las Letras, que concede el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, es el más importante de los que se conceden en España tras el Cervantes y está dotado con 40.000 euros. El jurado ha valorado en Emilio Lledó su «dilatada obra, que armoniza la filosofía del Logos, la hermenéutica, el valor estético y ético de la palabra, la defensa de la libertad y reivindica la vocación docente». Es, según añade el fallo del jurado, «un gran ensayista y divulgador de alto nivel, que ha tratado temas tan diversos como la defensa de la lectura, la felicidad, el silencio, la belleza y la verdad».