Francisco Cano, Canito (Alicante, 1912), se coló en la historia de España la misma tarde en que murió Manolete y él era el único fotógrafo en la plaza de toros de Linares (Jaén). Era el 28 de agosto de 1947. De suceder hoy, en la era de la telefonía móvil y de las redes sociales, la inmortalidad de aquel drama habría llegado en segundos vía whatsapp a los teléfonos de medio país, y la foto de Canito, dramática, brutal, con la cuadrilla desesperada por llevar a la enfermería al moribundo, sin quitarle un solo poro al papel en que se reveló esa magnífica imagen de la muerte en la arena, sería una más, la mejor entre millones, seguramente portada de toda la prensa nacional. Pero ese día España estaba en las catacumbas de las comunicaciones, y aquella tarde de marras solo disparó su cámara este hombre pequeño y sonriente del barrio de La Goteta -testigo con sus objetivos de casi un siglo de historia española- para inmortalizar la muerte del mito.

El reconocimiento institucional le ha llegado esta semana del Ministerio de Cultura, que ha distinguido a Canito con el Premio Nacional de Tauromaquia. En los últimos 70 años, Cano ha registrado en su cámara a quienes han llegado a figura del toreo y a los que se quedaron en el camino, y con ello, a todo el oropel y el glamour que la Fiesta ha arrastrado siempre tras de sí. De Orson Welles a Ava Gardner, de Ernest Hemingway a Sophia Loren. Y por supuesto, a Francisco Franco, a quien gustaba rodearse (y era mutua la querencia) de las grandes figuras del estoque, como Luis Miguel Dominguín o Manolete, cuya muerte cimentó y marcó el resto de la vida de Canito.

Leyenda popular

Islero (Cano nunca habla en singular del miura que mató a su ídolo; a Manolete «le mataron», repite, como si con el ninguneo al animal volcara su odio hacia el mítico toro que privó de tardes de gloria al fotógrafo y a España entera); Islero, decía, Manuel Laureano Rodríguez Sánchez y Francisco Cano entraron aquella tarde del 47 en la leyenda popular y en el Olimpo de la España de posguerra entregada a un franquismo que necesitaba héroes como Manolete, villanos como el toro de Miura y fotógrafos como Cano para hacerlos eternos.

Aquella tarde fatídica Canito tenía 35 años. Ahora, a punto de cumplir 102 , lo tardío de este reconocimiento no parece importunarle. Después de todo, para un hombre que estuvo en brazos de Ava Gardner ya nada debe importarle a partir de ese mismo momento y hasta el fin de sus días.

Alicantino de La Goteta, Francisco Cano reside desde hace medio siglo en Valencia junto a su segunda mujer, Maruja, una anciana bellísima dotada de una paciencia notable que, a pesar de los años (85), uno entiende que con 27 fuera Fallera Mayor de Valencia y Miss Valencia. Sorprende que alguien procedente del mundo de los toros, con sus mitos y supersticiones, viva en la puerta 13 de un céntrico edificio de la capital del Turia. «Esta casa la compró mi mujer. Y bueno, el 13, pues el 13. El piso me costó 900.000 pesetas, y no veas qué piso. Se me murió mi mujer y me lié con mi actual esposa. Son cincuenta y tantos años los que hace que vivo en Valencia. Mi padre y yo inauguramos la playa del Postiguet de Alicante, pusimos sillas, mesas, toldos. Y allí estuvimos hasta que vino el Ayuntamiento y nos lo quitó. Y yo me fui al Ayuntamiento con una faca así de grande para matar al alcalde. Mi padre sabía que yo iba a matarlo [bromea] y fue mi padre el que se fue a hablar con él. Yo tenía 17 años, el alcalde era Agatángelo Soler. Cuando mi padre bajó me quitó la navaja y me sacudió. Tuvo que venir la policía. Ay si baja el alcalde... no se me escapa».

- Ni usted hubiera hecho fotos.

- Ya.

Canito fue un fotógrafo tardío. Como a muchos de su generación la Guerra Civil le partió la vida y le truncó sus sueños de ser matador de toros, primero, y boxeador después. Cuando se colgó la cámara por primera vez como profesional ya tenía 31 años. Nunca se planteó ser fotógrafo porque en aquella posguerra atroz, como dijo El Espartero, «más cornás da el hambre». Cano tomó su primera foto en Alicante, antes de la guerra. «Yo quería ser boxeador. Estuve preparándome dos años, y cuando estaba a punto de irme a Barcelona, me dice mi padre: "Como no vengas aquí con el cinturón de campeón ya no entras en casa". Y no me fui. Mi padre fue torero. Mi carné de torero me lo dio Marcial Lalanda, nada menos. Toreé hasta el año 43. Empecé con 15 años de becerrista antes de la guerra. Toreé para el Partido Comunista y para la FAI [Federación Anarquista Ibérica]. En el 36, me voy a Madrid con el convoy de los comunistas, y al llegar, desaparezco. Me metí en casa de un amigo mío y pasé los tres años de la guerra metido en la buhardilla».

Durante el periodo que duró la contienda, jamás salió de su escondrijo, cuenta ahora. «Nunca. Bajaba, comía y arriba otra vez. Cuando acabó la guerra seguí toreando, pero lo dejé en el 43 para coger la cámara. Mi primera cámara fue una Brownie de Kodak que me costó 21 pesetas. A lo largo de mi vida he debido de tener unas 200 cámaras. Las últimas que me he comprado son una Canon [a la que le ha quitado la última N para formar su apellido con la marca de la máquina] y una Nikon». En activo hasta la última feria de Fallas, los años no le han restado interés por los avances aplicados a su oficio. «La cámara digital, eso es lo mejor. Si yo tengo un hijo gilipollas le meto a fotógrafo. Antes, de cada momento había que hacer una foto. Hoy te pones a disparar y alguna saldrá buena», razona el fotógrafo.

En 1939, tras acabar la Guerra Civil, Francisco Cano, que había toreado para los anarquistas de la FAI, abraza el régimen del Caudillo e intenta reanudar su carrera como matador de toros. Sin el talento y la suerte necesarios para llegar a figura prueba suerte con las fotos. No es bueno técnicamente, pero de su experiencia con el capote y la muleta conoce a todo el mundillo taurino. Paco Cano es de los que cae bien enseguida y se gana pronto la confianza y la amistad de Dominguín, Manolete, Juan Belmonte, el clan Bienvenida...

La tarde de aquel negro 28 de agosto sigue recordándola cada noche 67 años después. «Para mí, Manolete fue el mejor torero que ha existido y que existirá, porque fue muy honrado. El se arrimaba al toro en Madrid, en Sevilla y en Chinchón. Los demás toreros le decían: "Manolo, ya está bien, que te van a pagar lo mismo". Era un torero de mucha vergüenza. Y el día que lo mataron...».

Canito ni siquiera tenía previsto viajar a Linares. «Yo era muy amigo de la casa Dominguín, era como mi familia, pero para pagar eran muy tardos. Me enfadé con Luis Miguel porque me debía unas fotos y la mujer de Franco organizó un festival. Me encontré con Luis Miguel y comenzó a abrazarme. Le dije: "Luis, menos mariconadas y paga". Me citó en su casa al día siguiente. Me dijo: "Coge la maleta, que nos vamos a Linares. Vente y te pago allí". Y me fui con Luis Miguel. Y así fue como tuve la desgracia y la suerte de ver morir a Manolete. El día que lo mataron, por la mañana, tuvo un disgusto con la familia. Poco antes de que comenzara la corrida estuve hablando con él, me senté a su lado, me preguntó la edad, cuántos hijos tenía, cómo había sido yo como torero. Le dije que yo había sido muy torpe y que los toros me cogían mucho. "¿Sabes por qué te cogían?", me dijo. "Porque te quedabas quieto". Mira, me entró una cosa. ¿Tú sabes lo que es que la máxima figura del toreo me dijera que yo me quedaba quieto delante del toro? Se ha muerto ya hace 60 ó 70 años, pero yo todas las noches cuando me acuesto, miro hacia arriba y pienso en él [Cano hace el gesto de santiguarse]. A mi modo, yo soy creyente, católico».

Católico, sí, pero con mucha vida a la espaldas. Pegado como una lapa a las grandes figuras, Francisco Cano, lejos de atesorar el patrimonio o la fortuna de las grandes figuras a las que acompaña de plaza en plaza, vive de retratar la vida de los ídolos de la España de Franco. «Yo he sido muy golfo. Las que no podía Luis Miguel me las he tirado yo. Me decía: "Cano, ya no puedo más». Durante años frecuenta Chicote, el Abra, Gavira, locales de moda ajenos al racionamiento y donde se beben primeras marcas y se fuman habanos. Si Dominguín salía de montería con Franco, allí estaba Canito con su cámara. «Lo he pasado mejor que nadie. Con Orson Welles, Hemingway, Ava Gardner, Sophia Loren,...», recita de carrerilla.

Le digo a Cano que no me creo que llegara a intimar con Ava Gardner, que en los 50 y 60 venía a España huyendo de Sinatra para caer en brazos de Dominguín. El hombre de 101 años mira hacia arriba, como queriendo decir al periodista: «Tú qué sabrás». Y se explica así: «Yo tengo amigos muy católicos y me han excomulgado por decir que la Virgen y Ava Gardner eran las más guapas del mundo. "¡Cómo comparas a la Virgen con Ava Gardner!" Y yo les respondía: "Pues mira, para ti la Virgen y para mí Ava Gardner"».

De las paredes de su dormitorio cuelgan dos de sus fotos más conocidas: un imponente retrato de Ava y otro de Dominguín y el dictador durante una cacería. «Era una gran señora. Hablaba español mejor que tú. Le dije que me gustaba una guitarra y me la regaló. La gente se enteró. Vino uno para comprármela y le dije: "200.000 pesetas". Y me las daba. Y yo le solté un guitarrazo. A tomar por culo la guitarra. A mí Ava me quería mucho. Recuerdo que una tarde, comenzó a darme besos. Yo vivía en Madrid. Iba en el metro a mi casa en la calle Méjico y la gente me miraba y se reía. Cuando llego a casa me dice mi hija que por qué llevo toda la cara llena de carmín. A mi Ava me ha querido mucho y yo a ella también, y por las noches la recuerdo».

El amigo Hemingway

Junto a Ava, su otro gran recuerdo de mitad del siglo XX se lo lleva Ernest Hemingway, magistral escritor, premio Nobel, amante del buen vino y aficionadísimo a los toros. Al autor de «Fiesta», Cano le recuerda «en Pamplona, en plena calle, con una botella de vino Las Campanas y los coches parando».

A mitad de conversación, Canito agarra el libro de lujo que compuso Andrés Amorós a partir de las imágenes más conocidas del alicantino. El hombre centenario se emociona. «Yo he tenido una buena vida y no la cambio por nada. Si volviera a nacer sería matador de toros y después fotógrafo. He tenido una vida muy bonita. También ha habido momentos muy tristes, la muerte de Manolete, la de Manolo Montoliú. Fueron momentos horribles».

¿Que cómo este hombre ahora tierno y entrañable llegó a ganarse la amistad y el cariño de estrellas como Gary Cooper o Deborah Kerr? «A mí me decían: "Tú, Canito, ¿sabes por qué te quiere todo el mundo? Porque siempre has sido sordo, mudo y ciego», sentencia.

En un lugar próximo a su domicilio valenciano guarda su archivo fotográfico. A juzgar por los gestos, no debe de estar muy en orden. «Siempre he sido un poco abandonado en eso», admite. También con el dinero. Por la imagen de Manolete camino de la enfermería herido de muerte llegaron a ofrecerle un millón de pesetas el mismo día de la tragedia. Lo rechazó. Si más tarde acabó vendiéndola no lo cuenta, pero para él queda la gloria y la sinceridad al aseverar: «¡Si sigo viviendo de eso!»

A poco más de un mes de cumplir 102 años, Francisco Cano está decidido a regresar a los ruedos como fotógrafo profesional. «Al entierro de Jose Mari Manzanares no fui porque mis hijas no me dejaron, me había dado un pequeño infarto un poco antes y me dijeron que no», lamenta. «Disgustos he tenido muy poquitos porque he sabido torear a la gente. Ahora no valgo un duro, hijo mío. Llevo dos by pass y viene una enfermera que me cuida, me da las pastillas, me hace el cafetito, pero puedo decir que he sido un hombre feliz».