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Estilo y personalidad

Muere Manzanares, maestro del toreo clásico y natural

El diestro alicantino fallece a los 61 años de un infarto mientras dormía en su finca de Cáceres. En la retina de los aficionados que asistieron a sus grandes tardes quedarán los reflejos del toreo más bello jamás contado, reservado a los artistas privilegiados

Muere Manzanares, maestro del toreo clásico y natural

El matador de toros retirado José María Manzanares (padre), cuyo vedadero nombre era José María Dols Abellán, falleció ayer de forma repentina a los 61 años. El cuerpo del torero alicantino fue encontrado sin vida por la mañana en su finca de Campo Lugar (Cáceres) donde residía. «Nada hacía prever este fatal desenlace, pues el lunes se despidió de su hijo antes de partir a México, e incluso habló con sus nietos. Estamos destrozados. Se ha ido una gran persona», señalaron fuentes de la familia.

El fallecimiento se produjo alrededor de las dos de la madrugada debido a un infarto fulminante. A media mañana era su propio hijo, José María Manzanares (hijo) -José Mari Dols Samper-, quien confirmaba la noticia por las redes sociales desde México, donde se había trasladado para actuar en el festejo del próximo domingo. El joven Manzanares tenía previsto llegar hoy a Madrid y trasladarse luego a Alicante.

Manzanares llevaba retirado del toreo desde el 1 de mayo de 2006, fecha en la que su propio hijo, que asistía al festejo desde el callejón, le cortaba la coleta en un simbólico y emotivo acto que tuvo lugar en la Maestranza de Sevilla, plaza cuya afición mantuvo siempre una singular sinergia con el desparecido torero. No en vano, aquella tarde, aun sin cortar trofeos, aficionados hispalenses y compañeros de profesión del diestro se lo llevaban en volandas por la Puerta del Príncipe en olor de multitudes, en un hecho prácticamente sin precedentes.

Se cerraba así una trayectoria tan brillante como irregular, comenzada en su tierra alicantina bajo la dirección artística de su padre, José Dols Cantó, conocido como Pepe Manzanares y desaparecido el 5 de septiembre de 2013. El patriarca inculcó un concepto en su hijo que le marcó en su carrera y en su manera de concebir el toreo. Debutó como novillero en Benidorm el 15 de mayo de 1970, y durante ese año y el siguiente despertó el interés del mundo del toro, manteniendo una atractiva rivalidad con el portuense José Luis Galloso. No tardaría en llegar la alternativa al siguiente año, la tarde del 24 de junio, en cartel de lujo apadrinado por Luis Miguel Dominguín, que andaba en veterana vuelta a los ruedos, con Santiago Martín «El Viti» como testigo de la ceremonia ante astados de Atanasio Fernández.

Una carrera meteórica

Ferviente y reconocido admirador del torero Antonio Ordóñez, la carrera del joven Manzanares parecía meteórica. Confirma en Madrid el 18 de mayo de 1972 con toros de Garzón (años más tarde compraría esa ganadería) con Palomo Linares como padrino y el mexicano Eloy Cavazos como testigo. Con la plaza de Las Ventas mantuvo Manzanares una relación de amor y de odio. Se consagró definitivamente, tras triunfar en el San Isidro de 1977, tras la faena al toro «Clarín», de Manolo González, el 22 de mayo de 1978. En ambos casos salió a hombros. Desde ahí, casi hasta el 12 de mayo de 1993, cuando desoreja a otro ejemplar de la misma divisa, «Hermosillo», y sale en hombros por cuarta y última vez (una de ellas como novillero) del coso venteño entre el clamor del público. Son años en la cumbre, y encabeza el escalafón en ese gran año del 77. Luego llegará un bache por problemas de salud y quizá de concentración.

En el año 83, coincidiendo con el apoderamiento de la casa Lozano, Manzanares resurge y comienza su época de mayor plenitud, en la que llega a liderar el escalafón durante 1984. Conviene destacar la faena que pone cénit a su relación con el coso de la Maestranza de Sevilla. Fue el 21 de abril de 1985 ante un toro de Torrestrella al que desorejó, calando definitivamente en una afición tan exigente como sensible al toreo de cadencia, arte y lentitud, tres de los sellos que el torero alicantino acuñó en su estilo a lo largo de su amplia carrera.

Retiradas y regresos

La década de los noventa resulta intermitente para el diestro levantino. Tras el triunfo comentado en Madrid en 1993, comenzará una época de idas y venidas, con especiales apariciones toreando en solitario en numerosas ocasiones. Destacan la encerrona en Ronda en 1988 y la de Alicante al año siguiente. Entre las menos afortunadas, la de 1990 en la corrida de la prensa en Sevilla, donde se fue de vacío tras seis faenas sin apenas historia.

A partir de 1994 llegan las idas y venidas, con su penúltima vuelta en 1998 tras descansar el año anterior para decidir casi definitivamente abandonar los ruedos en 2000. En esos años sus triunfos no se cuentan por orejas, sino por faenas que dejan huella en la memoria de los aficionados.

No contaba seguramente el maestro con su vuelta en 2004. Desavenencias con su hijo, recién doctorado en 2003 y que, según sus propias palabras, no andaba en la buena senda, le espolean para su última vuelta a los ruedos en 2004. Torean juntos en Sevilla, Monóvar y Alicante, principalmente, y durante ese año y el siguiente deja el veterano torero gotas del toreo más armonioso jamás interpretado, como la faena a un toro de Núñez del Cuvillo en la feria de Algeciras. No tardaría en llegar la retirada definitiva, al tiempo que se normalizaban las relaciones con su primogénito. Fue el 1 de mayo de 2006 cuando, como ya se ha dicho, su hijo le cortaba el añadido. Tarde negra en el resultado artístico y grande en el significado sentimental para el toreo del último medio siglo.

Mucha elegancia

José María Dols Abellán se mostró durante su carrera como torero de claroscuros. A una marcada personalidad en la arena le correspondió con una apatía fuera de ella. Si durante sus años de gloria aunó el éxito en las cifras a la intensidad, la mayor proyección del alicantino llegó cuando los números menos hablaron, en el tercio final de su carrera. Como gran artista que fue, se preocupó en depurar el fondo y la forma de su toreo hasta lograr una plasticidad basada en la naturalidad, el relajo y la parsimonia en sus formas. El amplio número de seguidores manzanaristas, principalmente paisanos suyos, le siguió casi como si de una religión pagana se tratara, donde el líder no siempre respondía a lo esperado, pero siempre había una esperanza en el maná del mañana. Muchos le criticaron su falta de ambición para llegar a ser una figura que marcara época, y aún así se erigió en espejo de toreros, maestro de maestros. Según sus propias palabras en una entrevista a este diario, trataba de vivir la vida como el toreo, con compás. En la retina de los aficionados que tuvieron la dicha de asistir a alguna de sus grandes tardes quedarán los reflejos del toreo más bello jamás contado, reservado solamente a los artistas privilegiados, a aquellos tocados por el capricho de las musas. Se podría citar su templado toreo de capote, con el quite de la escoba toreando por chicuelinas con la mano muy baja. Proverbial eran sus suaves comienzos de faena, a veces por ayudados, otras doblándose y enseñando a embestir al animal. Los cambios de mano, una mano izquierda especialmente rotunda, y elegancia, mucha elegancia.

Nunca vistió de color verde, porque le daba mal bajío. De verde y azabache vestía su amigo y banderillero Manolo Montoliú el 1 de mayo de 1992 cuando dejó su vida en el ruedo de Sevilla yendo a las órdenes del diestro de Alicante. Azules, granas, barquillos... serán los tonos que acompañen el color de sus recuerdos. En sus primeros años, sin embargo, abundó en vestir trajes con plata, sobre todo blanco y plata, que volvió a vestir en su debut como ganadero en la plaza de toros de Alicante. Torero levantino, tan torero que vertió sus genes artistas en su hijo, hoy ya consagrada figura del escalafón, que llorará al padre perdido y al maestro idolatrado.

Se ha ido en un silencio casi proverbial en estos últimos años, donde se le veía de vez en cuando acompañando a sus hijos José Mari y Manolo, este último rejoneador. Las estadísticas cuentan que fue el torero que más reses mató en el siglo XX. El Olimpo taurino le tendrá guardado un lugar preferente, y la memoria de quienes le admiraron le recordarán en aquel cambio de mano sedoso, inverosímil, eterno, en el centro del anillo de la plaza, de su plaza, la de Alicante. Para siempre, DEP, maestro.

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