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Habría que inventarlo

Habría que inventarlo

1. Furia

Domingo, 19/10/2014. Cines ABC, Elche. Película: Relatos salvajes. Director: Damián Szifrón. Precio: 8,10 euros.

Si no existiese el delito, habría que inventarlo. Sin en algún momento prescindiéramos del Código Civil, del Código Penal, de la condena, de los juzgados, de las prisiones y de las fuerzas del orden; si de pronto el Estado renunciase a ejercer la violencia (o su posibilidad) como forma de control, represión y castigo, cederíamos a la poderosa tentación de consumar alguno de nuestros deseos. Y un jefe por aquí y un concejal por allí y un banquero por acá y un abusón por allá, se vería en dificultades. Tendríamos, en cualquier momento, un instante de furia. Y el amigo traidor, la vecina insidiosa, el trepa, el conductor faltón y la aprovechada pasarían un mal rato. Pero no, somos gente de bien. Por eso funciona esta película. Por eso te arranca una carcajada complaciente y liberadora. Porque pones la bomba sin ponerla tú, porque te resarces sin resarcirte tú, porque estrellas un avión que no pilotas tú. Y porque con actores así, la venganza es un plato muy sabroso.

2. Arte

Lunes, 20/10/2014. Universidad Miguel Hernández, Elche. Exposición: Una crónica social. Equipo crónica-Equipo Realidad. Entrada libre.

Si no existiese la crónica, habría que inventarla. Aunque a menudo resulte falaz, amañada y maniquea. Pasado el tiempo, algunas dudas se despejan. Y lo que en su momento pudo parecer intranscendente, adquiere la notoriedad que merece. Y se mantiene vigente, actual, pertinente. Y lo popular adquiere la categoría de retrato sociocultural y político de un tiempo que otros pintaron con distinto color. La exposición resulta magnífica: crítica, irónica, mordaz y oportuna. Porque, en ocasiones, una imagen vale más que mil realidades.

3. Memoria

Martes, 21/10/2014. Libro electrónico. Título: Historias de Londres. Autor: Enric González. Editorial: RBA. Precio: 6.64 euros.

Si no existiese Enric González, habría de inventarlo. Como periodista y como escritor. Por mantener viva una tradición, un género que aúna la autobiografía y la guía de viajes, la opinión con la narración histórica, lo particular con el retrato social, el análisis y el pormenor, la subjetividad y la veracidad, la cerveza con la monarquía. Y con pulso, estilo y gracia.

4. Fama

Miércoles, 22/10/2014. L'Escorxador, Elche. Exposición: 80's y 90's: Hall of Fame. Artista: Juan José Morillas. Entrada libre.

Si no existiese el mal gusto, habría que inventarlo. Qué sería de nuestra sociedad, de nuestra provincia, de nuestras instituciones, sin la vulgaridad. Sin la mediocridad, sin la chabacanería, sin la grosería, sin la zafiedad, sin la ordinariez. Y qué sería de todos aquellos que viven para denunciarlo, para mejorarlo, para enmendarlo. Escaños vacíos, plenos desiertos, alcaldías vacantes. Los que dicen que pueden, no podrían. No, no, no. ¿Y hacia qué lado mirarían (de reojo) todos aquellos que representan la elegancia, el urbanidad, la clase, la discreción, la educación y el refinamiento? ¿Qué sería de los unos sin los otros? Los primeros no sabrían a quién deben imitar y los segundos desconocerían de quién deben diferenciarse. Se necesitan. Se complementan. La señora y la choni, el intelectual y el empresario, la nobleza y la bajeza, el exabrupto y la sutileza. Si algo les diferencia, quizá sea que unos desean el prestigio y el poder y los otros el poder y la popularidad y la fama. Una fama charolada envuelta en una boa de plumas de marabú, cuyo objeto es que hablen. Que hablen de mí, aunque sea bien. Que hablen de mí, aunque sea peor. Al parecer, todo el mundo merece tener su momento y su astracanada.

5. Fetiche

Jueves, 23/10/2014. Cine. Película: Gerontophilia. Director: Bruce LaBruce. Filmin. VOSE. Alquiler: 2,95 euros.

Si no existiese la perversión, habría que inventarla. Qué sería de nosotros sin el vicio, el pecado, la adicción, la depravación, la desviación, la truculencia, el exceso, la degeneración, la inmoralidad y todo aquello que puede resultar pernicioso para el cuerpo o para el alma. Sin líneas rojas, sin límites, la vida sería como hacer surf en una piscina comunitaria. Sin riesgo, sin peligro, sin posibilidad de perdición. Qué sería de la salud y de la virtud. Para qué entonces enmendarse o arrepentirse. Para qué entonces entrenarse, cuidarse, disciplinarse, sacrificarse, confesarse, contenerse, analizarse, regularse, ajustarse. ¿Quién entonces se sabría recorriendo un camino de perfección? ¿Quién reconocería y diferenciaría la santidad del envilecimiento? ¿Qué sería de lo normal sin lo patológico? Pues sería un lío tremendo. Todos como locos, sin dirección ni guía. Sin etiquetas ni parches. Algo así como ocurre hoy con el cine, el arte o la música. Sería como ser indie y tocar ante 200.000 personas o como ser Marina Abramovic y realizar anuncios de Adidas. De ahí que el uso del término underground para clasificar una película, resulte hoy tan extemporáneo como correoso. Aunque cuente la historia de un bello efebo que siente una consumada atracción por los maltrechos residentes de un geriátrico. Aunque reivindique una belleza que nadie más ve. Aunque la firme el transgresor y díscolo director Bruce LaBruce. A pesar de todo eso, lo mismo es una fábula moralizante.

6. Libro

Viernes, 24/10/2014. Libro. Título: Que levante mi mano quien crea en la telequinesis (y otros mandamientos para corromper a la juventud). Autor: Kurt Vonnegut. Editorial: Malpaso. Precio: 17,50 euros.

Si no existiese el libro, habría que inventarlo. Aún hoy, prescindiendo de géneros y formatos, el libro sigue resultando imprescindible. El artefacto más competente (y aún así, totalmente ineficaz) para acercarse al conocimiento del mundo. El mundo que habitamos y el que nos habita. Mundos y mundos y más mundos, dentro de un solo mundo. La psique, la idea y la realidad física. Y los hechos: lo que fue, lo que pudo haber sido y lo que es posible que fuera. Y lo que nunca es ni será: el sueño, la pesadilla y todo lo imaginado. Aún hoy, resulta sorprendente la capacidad de un verso, la facultad de un párrafo para iluminar rincones de la existencia que permanecen en sombra. Hay muchos más libros de los que deberían haber y aún así resultan insuficientes para aprender todo aquello que deberíamos saber. Saber (por ejemplo) cómo, cuándo y por qué. Y quizá, quién. Quiénes somos y quiénes son ellos. Y qué terminaremos siendo. Leer o no leer. El libro, ni nos salva ni nos condena. Se pueden encontrar, sin mucha dificultad, innumerables ejemplos para afirmar lo uno o lo otro. Y por eso, conviene hacerlo sin pretensiones. Siempre tuve la sospecha de que la primera mentira, la primera ficción, la primera ocasión en que un antepasado nuestro elaboró una narración -independientemente del modo y del medio que utilizó- dio comienzo la cultura. Carece de importancia si lo que contó fue que salió a cazar un mamut y en realidad se pegó una siesta o si el mamut se desplomó solo y él, en cambio, dibujó sobre una pared una dura pelea. Fuese la pereza, la desidia o la fanfarronería, lo importante es que lo hizo. Y aquel primer cuento, aquella trola, es lo que nos ha traído hasta aquí. Y gracias a aquel bribón lo cómodo que resulta que tantas cosas, hoy, estén ya inventadas. Incluido el desorden y el olvido. Y las mudanzas y las cajas y la desfachatez y el consumo. Y encontrarte con este libro y apartar el resto y consolarte con que aún existirán tipos como Vonnegut: dispuestos a decir en voz suficientemente alta a quienes quieran escuchar lo que ya casi nadie se atreve a decir. Y poder así reencontrarte, reafirmarte, contradecirte, tambalearte o retroalimentarte. Gracias a que ya estaba aquí. Porque de otro modo, por necesidad, esta noche de viernes, a este escritor, habría tenido que inventarlo.

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