Cuando se retiró hace cinco años dijo sentir alivio. Cuesta imaginar que salir de ese mundo de fama y glamour no signifique para un artista todo lo contrario.

Se siente un gran alivio por esa responsabilidad que tenemos todos los artistas pero especialmente los cantantes que dependemos de nuestra voz y de todo nuestro cuerpo. Yo he vivido muy angustiada. Cantaba en la Scala, el Covent Garden, el Metropolitan y mi nombre estaba ahí. No podía bajar el listón. La responsabilidad pesa mucho.

Su generación aportó algo que no se ha vuelto a repetir. ¿ Por qué no ha existido un relevo y hoy los nombres son aislados?

Es cierto, aún no se ha producido el relevo. Mi generación fue increíble. Y no sólo en España. Además, salió espontánea. No sé si fue debido a que aparecimos después de las guerras y la gente tenía menos facilidades.

¿Qué ve en la nueva generación de cantantes?

Hay de todo, gente que canta muy bien y gente que tiene muchas prisas, y cuando les oigo hablar del día que cantarán en la Scala me da un shock. Hay que pensar en cantar bien, en estudiar y ser cada día mejor interprete, en hacer crecer la voz porque un artista ha de cantar igual en la Scala que en un teatro menor. Nunca tuve prisa en comprarme una casa o un coche, además vivía en casa de mis padres. Ahora cuando han empezado a cantar ya piensan en comprar una casa aquí o allá. Los jóvenes tienen mucha prisa por triunfar.

¿Ya no quedan divas o está demodé?

Nunca me he sentido diva, pero cuando he tenido que hacerlo me he sentido como una gran diva y lo he hecho como nadie. Una se pregunta: ¿tú quieres tratarme como una diva? Pues entonces hablas de otra forma, pisas de otra manera, miras a la gente por encima, pones la mano así... es como un juego y además divertido -ríe-. Diva viene de divina, y divinos no somos.

¿Acude mucho a la ópera o la vive desde la distancia porque el oficio acaba comiendo la pasión?

No, no, no. Yo si hay algo que me interesa voy, pero si no voy es porque hacen espectáculos que no me gustan.

¿Lo dice por la tiranía de los directores de escena y ese afán de modernizar hasta lo imposible?

Sí, los directores de escena son hoy los protagonistas. En cuanto me entero que una ópera no se respeta no voy porque no quiero sufrir ni enfadarme. El director musical tiene en sus manos la verdad, que es la partitura. La partitura es la Biblia. Y no se debe permitir hacer nada que no esté escrito.

Algunos entienden que sin modernidad no se crean nuevos públicos.

Pues que se conozca la cultura y explique cómo fue escrita. Me parece muy bien que las obras contemporáneas las hagan contemporáneas, pero hay cosas sagradas. Una ópera ya lo dice todo. No hace falta más.

¿Todavía se examina a sí misma?

Sí, me examino y pienso: «qué tonta has sido pasarlo mal con lo que bien que cantabas». Pero desde el momento en que te ponen el nombre aquí pegado -señala la espalda- y te dicen que eres la mejor mezzo del siglo, ya no puedes fallar. Siempre he sido muy perfeccionista y exigente. Entiendo la escena como una liturgia de pura entrega. Está carrera es como entrar en el mundo de la religión. Has de entregarle la vida.