Viejos ordenadores, teclados destartalados, frigoríficos sin utilidad y teléfonos móviles reventados se apilan en gigantescas montañas de basura electrónica en el barrio de Agbogbloshie, en Accra (Ghana). Allí, en el reino de la mierda y el desperdicio, pululan cientos de jóvenes envueltos por el humo tóxico que brota de las pequeñas hogueras con las que desintegran los cables sobrantes de estos aparatos, hasta obtener el cobre que venden por unos euros al pirata que acecha en cada esquina.

El oficio, por llamarlo de algún modo, del que se malvive pese a su brutal dureza, obliga a muchos de estos adolescentes a refugiarse en las drogas para evadirse de la triste cotidianidad. Aunque junto al cannabis y el tabaco, en el vertedero, se puede encontrar casi de todo, porque hay quien se gana la vida vendiendo agua; otros, comida; ropa, calzado... en una especie de autarquía o mercado cerrado que solo ellos conocen.

Así, en la otra cara de la era tecnológica y de Internet, con la que una parte de la humanidad creemos que nos encaminamos hacia el progreso y el futuro; otra, que también muy amplia, sufre su particular pobreza entre toneladas de desechos tecnológicos, la mayoría procedentes de Europa.

Y hasta allí, en un viaje de reencuentro consigo mismo, el fotoperiodista alicantino Vicente Albero trabajó durante varios días hasta deparar una colección que, elogiada en la reciente Visa Pour L'Imagen, aspira ahora a un premio de 5.000 euros y una exposición en París.

«Además de los buenos contactos realizados, pues fue una alegría muy grande esta selección en Perpiñán de la Associacion Nationale des Iconographes», señala Albero, quien tuvo la fortuna, que también la experiencia, de ganarse la confianza de los grupos que acuden a diario al vertedero de Agbogbloshie, por lo que en caso contrario hubiera sido muy difícil el acceso.

«Cuando llegué, como suele ocurrir, no vieron con buenos ojos que me presentara con una cámara en mano. El caso es que les hice unas pocas fotografías que, al día siguiente, revelé, les regalé y entregué en mano. El detalle gustó, y empezó entonces a producirse un bonito vínculo, con el que pude moverme mientras ellos seguían haciendo lo mismo de siempre», explica.

Vicente Albero, que también ha trabajado en otros rincones del mundo como reportero gráfico, agrega que la basura electrónica recala en Accra vía Rotterdam, en contenedores de enormes dimensiones en los que descargan los desechos venidos «del primer mundo». De tal modo que, Agbogbloshie, se ha transformado hoy en un cementerio de herramientas, aparatos inservibles y televisiones que los jóvenes se encargan de destripar, como verdaderos profesionales, para extraer las piezas más valiosas, vendibles, y sobre todo el cobre, el tesoro más preciado.