Sábado, 9 de agosto. Cae fuego en Villena, autoproclamada capital del rock. Acoge en su barrio pobre con orgullo las citas musicales que no querría el PP alicantino en su zona Volvo, ni el PSOE en su proyecto de Benidorm que emboba al hipster con encanto kitsch. No hay costa ni brisa en la áspera ciudad de Villena, pero aquí los hijos del rock son bienvenidos. El Leyendas abrió la veda para lo que ha de llegar esta semana al polideportivo de San Francisco de Asís: Extremoduro, Rosendo y toda una hueste de poetas flacos que gritan a guitarrazos que las cosas, en realidad, no van bien.

Seis menos cuarto de la tarde. Ocho músicos en el escenario principal entregados a proyectar la visión de un mundo mejor con sus instrumentos. Eluveitie, uno de los puntos fuertes del cartel de 50 nombres de este año, ofrece distorsión endulzada con flautas y zanfoñas. Los jevis les dan su puño en alto, gritando el estribillo de Inis Mona con la campanilla pegada al paladar. Pocos aún, visto con la perspectiva de la carpa de las barras, atestada de gente que huye del sol. Un público majo pero apático, según el vocalista de la banda suiza, que reclamaba más acción en el circle pit, un vórtice de gente corriendo y saltando que sólo se celebra en las ceremonias del metal.

La app del festival daba la alarma. Toca H.E.A.T. en el escenario Azucena; Visions of Atlantis en el desabrigado Mark Reale Stage. Hard rock, power metal, folk metal... Los subgéneros del heavy y los códigos de vestir de sus fans se dan el relevo. Suena la campanita de nuevo: los alemanes Heaven Shall Burn desde el escenario Jesús de la Rosa.

Atronan. Sus cuerdas son cuchillas colosales que desgarran el aire, las letras un mensaje desesperado contra el cataclismo. En el pozo, el público parece comprender. Parece que asienten con violencia, pero en realidad, están bailando. El cuello es un martillo que aplasta un ángulo recto, pero el cabello cae elegante como una reverencia. Hacen headbanging. Los que no lo entienden no van al Valhalla.

Los himnos de Hammerfall, la leyenda escandinava del metal heroico, suenan mal desde las primeras filas. Se reconocen Renegade y muchas viejas glorias de su álbum debut Glory to the brave. Ya son varios cientos frente al escenario, decenas de miles dentro del recinto que se deja bañar por una luna llena que parece pedirse la portada de un disco.

Recta final, hora del ritual. Rotting Christ, la pasión hecha black metal desde 1987, en el escenario menor. Con el gesto redentor de un pantocrator, el fundador, guitarrista y cantante de la banda oficia su último disco. El público no escucha, comulga. El grupo da la bendición con Noctis Era. Todos se van en paz.

Afuera, Volbeat. Warcry calienta. Metal fundiéndose con su gente. Queda noche en Villena.