Empieza con una muerte entre familiares. Así fueron los años 30 en España...

Empiezo en 1934 con la revolución de Asturias porque el perro de la novela está inspirado en uno histórico, Salero, que iba con un teniente de la Legión y saltaba entre las balas sin que le dieran. La Guerra Civil, aunque es el ambiente, no me interesaba demasiado, porque está infinitamente tratada. Me interesaba más cómo la protagonista y el perro se acompañan en esos momentos tan dramáticos.

¿La equidistancia hacia ambos bandos es para subrayar el horror de la guerra?

Sí, mis personajes son esa tercera España que, como la mayoría de españoles, sufrió la guerra porque le tocó, pero que no estaba en los extremos ideológicos.

Aunque no posicionarse es una forma de posicionarse también, ¿no?

Estoy de acuerdo. En mi casa, y creo que en la mayoría, se habló poco de la Guerra Civil. Tenía la visión académica y la obligación de documentarme me ha hecho mover ideas y decantarme un poco más.

De lo que se sabe poco es del papel de los perros en la guerra.

En la de 1914 empiezan a utilizarse de verdad con fines de apoyo, pero en la Segunda Guerra Mundial fue el no-va-más. Se habla de 400.000 perros implicados entre todos los ejércitos. En la Guerra Civil prácticamente no existieron, por desgracia porque lo primero de lo que sirvieron fue de alimento. Nos los comimos por la hambruna que había.

Pero no experimentaron como los nazis. ¿Hay un Mengele de los perros?

Lo hay. Más que actuar él, influyó para que otros actuarán: un capitán prusiano, Von Stephanitz. Convenció a dirigentes nazis como Himmler de que tenían el perro más perfecto e inteligente y convirtieron el pastor alemán en un icono nazi.

¿Ha aprendido más de los animales que de los libros?

No, mucho más de los libros. Los animales son mi trabajo diario, una ventana fantástica a un comportamiento más lineal, menos complejo y más noble.

¿Enseñan mucho de los hombres?

Te ayudan a entender lo que no tiene el hombre. Lo que más atrae del perro es que no te juzga nunca: es generoso, te da lo que tiene, no pide mucho a cambio (comida y cariño) y no juzga.

Es el veterinario que más libros ha vendido. ¿Cómo se consigue, sólo por azar?

El comienzo en literatura fue un milagro. No tengo agente literario, escribí una novela, la puse en un premio, no funcionó, la mandé a una editorial y Plaza & Janés me llamó. ¿Por qué van bien a partir de ahí? Yo escribo con pasión -si no, sea mejor o peor, no puedo hacerlo- y escribo las historias como las visualizo. Quizá eso atrae.

Y con animales siempre de por medio.

Quizá ese punto original también ayuda.

¿Espera ser el Rodríguez de la Fuente de los libros?

No, pero quise ser veterinario porque leí con 13 años un libro de un veterinario inglés, James Herriot, que me fascinó, y ahora me llaman el Herriot español.

Sigue ejerciendo la veterinaria. ¿No se considera escritor?

Yo soy muy de campo. Me gusta esa vida y no la quiero abandonar. La veterinaria es mi vocación primera. Dejaría antes la escritura, pero espero no tener que decidirlo.