La amistad personal entre Gabriel García Márquez y el líder cubano Fidel Castro y la fidelidad y simpatía que el escritor profesó por la isla y su revolución, trascendieron las críticas, los cambios políticos y el simple paso del tiempo, con un vínculo que se mantuvo más de cinco décadas. Cuba se convirtió en uno de los puertos de la vida del novelista, donde vivió, trabajó y lo mismo se le podía encontrar en un concierto, impartiendo clases de guión cinematográfico o recorriendo una plantación de tabaco.

«No es que yo viva en Cuba, es que viajo tanto aquí que parece que estoy permanentemente», afirmó el Nobel en 2007, a propósito de sus frecuentes visitas. Cuando viajó a la isla por primera vez fue como periodista y conoció personalmente a Fidel Castro. Su relación traspasó la camaradería de contemporáneos ilustres y se convirtió en una amistad a prueba de balas, sobre todo por parte del escritor, al que sectores intelectuales y políticos censuraron por su actitud pro-Castro aún en los momentos más álgidos del régimen cubano. Incluso tuvo vetada su entrada en EE UU durante tres décadas.

A inicios de los setenta, la detención por contrarrevolucionario del poeta y diplomático cubano Heberto Padilla creó un cisma entre muchos intelectuales y la revolución. El llamado «caso Padilla» supuso para Cuba el alejamiento y la enemistad de escritores como Mario Vargas Llosa, pero Gabo siguió al lado de Fidel. El propio Castro se preció del valor de su amistad cuando en 2008, en plena convalecencia, calificó una visita de García Márquez y su esposa Mercedes Barcha como las «horas más agradables» desde que enfermó en 2006 y delegó sus cargos. «Los cubanos hemos perdido a un gran amigo, entrañable y solidario. La obra de hombres como él es inmortal», señalaba ayer el presidente cubano Raúl Castro.