«No somos más que marionetas, nos mueven los hilos de los que nos precedieron, y algún día nuestros hijos tendrán que bailar como les dicten nuestros hilos» (George R. R. Martin). ¿Somos producto de nuestros antepasados?

Estoy convencido de que sí. No tengo pruebas científicas, pero hay diez millones de personas con los genes de Gengis Kan, cómo no vas a llevar el ADN de tu bisabuelo. Y es evidente que los padres son una influencia para los hijos.

Usted recupera la supuesta, y azarosa, historia de su bisabuelo que naufraga en Brasil a primeros del siglo XX y su abuela, ventrílocua de éxito en el París de los años 20. Pero entrelaza la ficción y la realidad.

En el prólogo doy la pista: existió un naufragio, pero yo lo he avanzado siete años. Yo soy escritor, y el escritor es un mentiroso. Es un juego honesto.

En su novela tiene gran protagonismo la ventriloquia. El escritor mexicano Pedro Ángel Palou decía recientemente que «el escritor es un ventrílocuo que le da voz a los otros», ¿coincide?

Sí, yo uso otro símil, digo que los personajes son como las figuras del ajedrez, es el escritor quien decide quién es la reina y quién el peón.

Y además reivindica al gran ventrílocuo valenciano Francisco Sanz, injustamente caído en el olvido.

Es cierto, si esto fuese Francia, Francisco Sanz sería George Méliès. Sanz hizo en 1916 una película maravillosa (restaurada por el IVAC hace unos años). Pero la cultura en este país tiene un problema.

¿El ministro Wert?

(ríe) Eso es evidente.

¿Por qué dice que escribir este libro le ha costado 44 años?

Porque nació cuando yo tenía siete años y mi abuela Sión me llevó a una librería, me quitó los cómics (aunque los sigo leyendo) y me regaló Las mil y una noches. Por eso digo que ella y mi padre me hicieron escritor. Desde entonces mi vida es un 30 % realidad y un 70 % ficción.

Cuenta también que «por fortuna» le despidieron y así pudo dedicarse al 100 % a escribir.

Suena fatal, cuando ocurrió caí en la «depre», claro, pero me duró dos días.

Fue profesor de Jordi Évole, ¿qué le pareció su «experimento» sobre el 23F?

Le di clases de redacción periodística, a él y a Thaïs Villas. Jordi siempre cuenta que lo pasaba muy bien en mis clases. Una vez les dije que había conseguido que viniera Michael Douglas. Salí y volví a entrar disfrazado. El programa del 23F me encantó, me divirtió, da igual en qué momento descubrí que no era real, incluso si el objetivo era denunciar los goles que nos pueden meter por la escuadra, chapeau.