«¿Es lo mismo un cuadro de Picasso que un postre de Ferran Adrià o que esta silla de diseño? Pues yo creo que no, sinceramente, aunque me encanta la buena comida y la silla es muy cómoda». Lo dijo ayer el escritor Vicente Molina Foix en Alicante, en pleno debate con el profesor de la Universidad de Alicante Kiko Mora y con el periodista Rafa Burgos, dentro del ciclo Conversaciones en el ADDA que organiza el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert.

Metamorfosis de la cultura era el título de esta discusión en la que los tres ponentes plantearon sus puntos de vista sobre la evolución del arte, la literatura, el cine, el teatro... en un mundo cada vez más globalizado y revolucionado por las nuevas tecnologías. «Indudablemente antes había menos accesibilidad a la cultura, muchos libros no estaban ni traducidos y además había censura, algo que la mayoría de jóvenes ni entiende», apuntó el autor de El abrecartas, novela con la que ganó el Premio Nacional de Narrativa en 2007. Algo que impregnaba a la cultura de un «halo» que ahora ha desaparecido. «Eso le daba un aurea de gravedad y de altura, una sacralización que ahora no existe, aunque la distribución sin trabas de todo tipo de cultura es un bien».

Para Kiko Mora, profesor de Semiótica de la Comunicación de Masas y de la Publicidad, las nuevas tecnologías son «unos soportes» que «no son neutros» y aseguró que «los recortes sociales no solo los ha hecho el gobierno, los ha hecho también la cultura constantemente». Ahora, «el arte pasa siempre por el filtro del mercado en todos los niveles». «Lo que ha hecho Internet es dejarnos ver que hay un montón de escritores buenos, no geniales es cierto, pero buenos, aunque no están y eso no será solo por parámetros artísticos. De esto no se habla porque no interesa».

«Desde el punto de vista del creador y del consumidor, ahora hay acceso a todo y puedes elegir el camino a seguir, pero también si quieres valorar una cosa igual que otra», afirmó Rafa Burgos. El periodista destacó que «Internet hace que todo el mundo pueda escribir un libro o hacer cine, algo que sin dinero no se podía hacer; ha facilitado el trabajo del creador y la valoración del consumidor, ya no se necesitan intermediarios que deciden qué libro hay que escribir o qué película hay que hacer, y a lo mejor hay una especie de temor y coacción de los que hasta ahora han controlado el cotarro».

Un poco «escéptico» se mostró Molina Foix. «En la historia del arte genios desconocidos no hay; si no han sido reconocidos en su época en muchas ocasiones, han sido reconocidos por la posteridad». Es verdad, en su opinión, que «el monopolio de la cultura dirigida por los editores, por los críticos, por los productores ha desaparecido, ahora hay más facilidad, más pluralidad, hay acceso, visibilidad, pero también hay que juzgar esa cultura».

El también director de cine considera que «no es mejor un libro porque lo publique Tusquets o Anagrama... la industria cultural paga peajes y lo sabemos, pero a mí me sigue preocupando la excelencia».

El autor, que el jueves presentó en Alicante su último libro, El invitado amargo, manifestó que como lector y espectador «siempre busco la excelencia, y hay unas categorías por las que no valoro igual una obra de arte que me conmueve, me inquieta y me abre horizontes nuevos, que un plato de comida o una silla».

En su opinión, «el arte tiene la función de desestabilizar nuestra vida un poco y eso requiere detrás un pensamiento; el arte, en todas sus formas tiene que tener una entidad y una excelencia».