Su nombre sigue asociado, para muchos, a la cartera ministerial de Cultura, pero esta madrileña de 48 años es, ante todo, una creadora de ficciones para el cine, la televisión, el teatro y la literatura. Ser finalista del último premio Planeta por 'El buen hijo' promete modificar su perfil público. Meterse en la psicología masculina para crear su personaje, asegura, no le comportó esfuerzo extra. "El protagonista siempre fue un hombre y siempre se llamó Vicente", afirma. "Pero el escritor, como el guionista o el actor, debe ser capaz de ponerse en la piel del otro. Es la base del trabajo".

La autora se sirve del dubitativo protagonista con estancamiento vital y "mamitis aguda" de su obra para hablar de "la importancia que una ausencia a destiempo tiene en la vida de alguien, cómo marca sus decisiones, cómo luchar contra la propia naturaleza que te ha hecho demasiado dócil y que vivas demasiado para los demás, cómo aprender sin maestros".

Los referentes eran de altura: "Me gustan los personajes que no son heroicos, como los de Mastroianni o Fernán Gómez, Sergi López y Eduard Fernández". A la hora de escribir sobre las diferencias de género, destaca el magisterio de J.M. Coetzee, porque "en sus libros saltan por los aires todos los clichés y es enormemente humano y avanzado en sus retratos".

Esta extraductora, expromotora de conciertos, exredactora en revistas femeninas y exprofesora en escuela de cine detecta cierto rasgo distintivo, y envidiable, del varón. "Su determinación. Las mujeres somos más prudentes y nos cuesta más sentirnos invencibles". Valora las mismas virtudes en unos y otros: "La capacidad de escucha, la compasión, la bondad, la inteligencia, el humor€", y deplora idénticas manchas: "La codicia y la crueldad".

En el recetario para hallar la armonía, amistosa o amorosa, con el otro sexo apunta: "La naturalidad, la generosidad, el afecto, el apoyo mutuo y el reírse juntos". En su mundo ideal, el hombre abandonaría la competitividad, la agresividad, rasgos poco útiles, y la mujer estaría más presente en la vida pública. "Los hombres tienen un permiso social para priorizar su trabajo o su tiempo. Esa misma actitud a la mujer le puede crear mala conciencia", afirma.