¿Qué pasaría si no existiera el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert? "Que nos comería por los pies la mediocridad", afirma convencido José Luis Ferris, actual director de este organismo autónomo de la Diputación, que el próximo miércoles cumple 60 años de su creación.

Un viernes 13 de marzo de 1953 se fundó el Instituto de Estudios Alicantinos, que en 1984 pasó a llamarse Instituto de Estudios Juan Gil-Albert -en un reconocido homenaje, no sin polémica, al poeta y ensayista alcoyano- y que en el año 2000 fue bautizado con la denominación actual tras recuperar el término "alicantino" y sustituir los "estudios" por la "cultura".

En este más de medio siglo de andadura es necesario recordar algunos aspectos desconocidos para la mayoría sobre el instituto. Uno de ellos es que durante siete años -entre 1960 y 1967- permaneció en estado de hibernación y casi estuvo a punto de desaparecer por la falta de medios y el desinterés de los gobernantes provinciales. Otro aspecto llamativo es que, en contra de lo que a simple vista parece, el escritor Juan Gil-Albert no tuvo ningún vínculo directo con la institución a la que dio nombre.

"Mucha gente se cree que esto es una especie de fundación en su honor porque lleva su nombre y no tiene nada que ver. Esto es un instituto que nace ante la necesidad de crear una institución que vele por los intereses culturales de la provincia y que fomente cualquier iniciativa creativa, científica o artística, unos fines que, en esencia, siguen siendo los mismos", explica Ferris.

No obstante, la incorporación del nombre de Gil-Albert al centro supuso, a la vez, la reivindicación de su figura después de décadas de marginación por el exilio y de discriminación por su homosexualidad y el inicio de una nueva etapa en el instituto con la llegada de la democracia y la victoria de los socialistas. "Fuimos un grupo de personas -Emilio Laparra, Ramiro Muñoz, Paco Moreno, entre otros- los que propusimos su nombre al entonces presidente de la Diputación, Antonio Fernández Valenzuela, y hubo algo de polémica, pero se aprobó", recuerda el catedrático de Literatura Hispanoamericana, Jose Carlos Rovira, que añade que "Gil-Albert era el más ilustre de los escritores vivos y queríamos reivindicarlo después de todos los años de marginación y de olvido".

De hecho, el cambio aprobado en 1984 con José María Tortosa de director, ocasionó el abandono del Grupo Popular del salón de plenos de la Diputación por la ausencia del calificativo de "alicantinos" y por el nombre de Gil-Albert, de quien el portavoz del grupo dijo "representaba una generación y unas actitudes que queremos olvidar".

Ferris también apunta que en aquella época "ya estaban explotados todos los nombres de los alicantinos ilustres utilizados en otros centros, como Gabriel Miró, Óscar Esplá, Sempere o Azorín" y añade que, con posterioridad, el símbolo de la cultura maldita de la Generación del 27, tuvo su lugar destacado en el instituto, "que ha editado todo lo que ha podido de Gil-Albert, como su poesía completa entera y muchos de sus ensayos y novelas, además de que en los últimos años se han publicado por el instituto numerosas tesis doctorales y proyectos de investigación sobre su figura y su obra".

Esta actividad es un ejemplo de lo que el instituto ha ido desarrollando a lo largo de seis décadas, la de la difusión de la cultura y la promoción de estudios e investigaciones, así como la puerta abierta a la intelectualidad. Eso ha sido así desde su origen, incluso con el primer director -el catedrático Ángel Casado-, a pesar de las reminiscencias franquistas que figuran en la presentación de la primera revista, IDEA (1954), que apelaba a las "tareas del espíritu" y "la estructuración de una patria remozada, consciente de su misión universal y con fe incuarteable en su destino".

IDEA logró reunir a las personas con mayor prestigio de la cultura alicantina y en ese tiempo se concedieron becas para ensayos y memorias, se convocaron certámenes de música y artes plásticas, se desarrollaron jornadas culturales y se comenzó a fraguar un importante fondo bibliográfico con la creación de una línea propia de ediciones. Incluso se organizaron cursos de verano para extranjeros y se creó teatro de cámara.

En la segunda etapa, con Juan Orts de director, el instituto se consolida como centro aglutinador de la cultura alicantina pero fue en la década entre 1984 y 1995 cuando vivió su etapa dorada. "Se rodea de la gente de la Universidad, que quiere hacer tabla rasa con lo anterior para desvincularse de connotaciones caducas, pero tuvo la visión y la elegancia suficiente de crear un simbólico consejo de honor para integrar a los miembros del viejo instituto. Ahí convivieron generaciones distintas y figuras como Figueras Pacheco y Enrique Llobregat, Gastón Castelló o Enrique Cerdán Tato", apunta Ferris, que añade que en 1984 se publica el primer número de la revista Canelobre y el centro se obliga a fijar un punto medio que equilibre lo local y lo universal.

"Hasta la democracia, el instituto tenía un trasfondo provinciano importante, que cambia con la democracia y la idea de que se puede defender lo propio desde una perspectiva universal sin caer en el provincianismo", indica el actual director, que recuerda que se incorporan autores extranjeros, como el irlandés Seamus Heuney, autor del que se publicó una antología y al año siguiente logró el Nobel de Literatura. Congresos internacionales de Miguel Hernández o exposiciones de Rafael Altamira que traspasaron fronteras fueron otros ejemplos de su expansión internacional.

Tras una etapa de vuelta al pasado con la llegada al poder del PP, el instituto recuperó la estabilidad en el siglo XXI -tiene hoy el mismo presupuesto que en 1984, 300.000 euros- y vive en los últimos años su acercamiento al gran público aprovechando el hueco que en otro tiempo ocupó el Aula de Cultura de la CAM como foro de pensamiento y encuentro con autores de hoy, "hemos creado un público fiel, que ve que la cultura es algo vivo, que no está en los anaqueles", señala.

De vuelta a la pregunta inicial, si no existiera el Gil-Albert "se acabarían las ayudas a la investigación, ahora que se han recortado tanto ayudas y becas; la cultura se dolería, se dejarían de publicar obras sobre lo que está pasando y lo que ha pasado; se perdería la ocasión de dar a conocer a artistas jóvenes, de conocer la memoria de Alicante...".