El workshop que imparte en la Coco School tiene un curioso título, Piedra, papel y escalera.

Es una propuesta de participación lúdica y festiva a partir del descubrimiento, de la sorpresa, que es una parte fundamental del diseño y también de la actividad vital, porque hemos anulado nuestro factor sorpresa por la saturación de información y yo intento ver cómo podemos recuperar esa sorpresa como estímulo y potenciador de fórmulas alternativas para desarrollar trabajos.

¿Recibimos demasiada información y por muchos canales?

Sí, vivimos en una sociedad llena de ruido y contaminación, fundamentalmente en el terreno de lo audiovisual. El ruido lo que hace es que genera en nuestra conducta como espectadores una barrera, un freno, y todo se ve de una misma manera. El ruido potencia la mediocridad absoluta.

¿Esa saturación nos inmuniza y nos hace insensibles?

Sí. En muchos casos somos inmunes a la belleza, a la sutileza, al tiempo que requiere mirar imágenes. No nos concedemos tiempo para mirar; miramos sin ver.

¿Diría que usted hace arte?

No, no. Yo trabajo en el terreno de la comunicación, de lo profesional. Utilizo herramientas y argumentos artísticos, pero de la misma manera utilizo otros que son propios del diseño gráfico, la ilustración y la comunicación. Lo que me diferenciaría a mí de un artista es que yo trabajo con una voz prestada, no con argumentos propios, me vienen dados.

Usted trabaja con basuras, desechos y chatarras para crear. ¿Cómo sale belleza de ahí?

No tanto belleza como emoción y utilidad. Hemos dejado de lado todas aquellas cosas que dejan de ser funcionales y las apartamos del territorio de la utilidad, pero un objeto va más allá de su propia utilización porque genera lazos afectivos y está sujeto a la historia personal de cada individuo. Yo lo que intento rescatar de los objetos desechados son sus historias y sus potencialidades emotivas y simbólicas.

¿Podría servirnos esta filosofía para aplicarla a la sociedad?

Eso es algo personal. Pero sí, detrás hay toda una filosofía de vida, una intención de recuperar los espacios del ser humano que le corresponden por naturaleza y que en muchos casos, frente al abuso tecnológico y a la rapidez del momento, hemos dejado de lado, como las relaciones humanas, el tiempo, la mirada, las sensaciones corpóreas, las físicas. Estamos viviendo una potenciación de nosotros mismos no sobre nuestras necesidades sino por las necesidades creadas por el mercado a una velocidad que no es nuestra propia velocidad.

El diseño es lo que vende todo. ¿Es cierto?

Es cierto, pero es una crueldad, no debería. Nosotros trabajamos con el argumento de la seducción, que es una herramienta muy poderosa porque hacemos necesario lo que no lo es. Trabajamos con una trampa porque muchas veces nos ponemos al servicio de lo superfluo y lo enmascaramos con argumentos hermosos. Los diseñadores tenemos que ser conscientes de esa herramienta con la que trabajamos y hacerlo de manera honesta y sensata.

Realizó los carteles del Centro Dramático Nacional entre 2006 y 2009, uniendo así sus dos pasiones. Ahora es autor del dossier de la candidatura olímpica de Madrid para 2020. ¿Son trabajos muy diferentes?

Absolutamente, hay que encontrar el tono adecuado para cada cosa: cómo te expresas y cómo lo vendes, cómo generas los argumentos apropiados para que eso se potencie de la manera más ajustada posible. Pero por otro lado existe también esa posibilidad de aportar pequeños matices personales para no sea solo una lectura tan utilitaria y comercial. Ahí es donde está el reto.

¿Hasta qué punto influirá su dossier en la decisión del COI?

Mucho, porque haces una imagen de lo que vas a encontrar en el producto. El diseño tiene que facilitar las cosas, hacer de territorio intermedio entre emisor y receptor. Un exceso de personalismo perturba, pero unas imágenes complejas o abigarradas hacen flaco favor al contenido. Claro que hay contenidos perversos y muchas veces no merecen una buena imagen. Como dice Arnal Ballester, a veces nos convertirnos en maquilladores de cadáveres.

¿Cree que las empresas y las instituciones son conscientes de la importancia de su imagen?

Lo han sido, ahora menos. Hay una involución en este terreno, la crisis nos ha conducido a abaratar en todo, algo que es un error, porque hay cosas sobre las que no habría que aplicar nunca las tijeras, como todo lo que tiene que ver con la cultura, la educación, los servicios sociales... La cultura forma parte de nuestras necesidades básicas y no mimarla como se merece es dinamitar uno de los valores más importantes de nuestra sociedad.

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