"Los españoles de los años cincuenta ignoraban la existencia de los libros de autoayuda, con sus recetas laicas y pragmáticas para alcanzar la felicidad, pero escuchaban la radio porque, entre otras razones, la publicidad y las canciones consolaban mejor que las prédicas del padre Venancio Marcos".

Cómo puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo es la última obra de Juan Antonio Ríos Carratalá, catedrático de Literatura de la Universidad de Alicante. Un ensayo que analiza el papel de comediógrafos, cineastas, artistas o periodistas que, sin caer en la propaganda del régimen, se sumaron a la creación de una ficción que se presentaba como una alternativa a la realidad de la dictadura, a la realidad de los días sin libertad.

"Hay una parte de la sociedad irrecuperable en la dictadura, a la que asesinan, ejecutan o meten en la cárcel. Y ahí están las cifras de ese holocausto, que se ha abordado en numerosas investigaciones. Pero también hay una mayoría de la sociedad que vive tranquila y feliz, o en silencio. Porque hay una mayoría que calla, disimula, mira hacia otro lado o no ejerce ningún tipo de oposición. Esta mayoría es feliz, y hay muchas formas de alcanzar esa felicidad, que son las que se cuentan en el libro", afirma el también autor de La obra literaria de Rafael Azcona.

Del mismo modo, el profesor Ríos Carratalá ahonda en la vida de escritores como Miguel Mihura o Edgar Neville, e incluso en casos tan particulares y curiosos como el de Jacinto Benavente, premio Nobel español en 1922, y republicano declarado que, al ver las tropas franquistas tomar el poder, se sumó al bando nacional. Y no lo hizo de cualquier manera: sino en el balcón del Ayuntamiento de Valencia, a la vista de todos, y con el brazo en alto, por supuesto. "Hay gente que se inventó, literalmente, un pasado. Personas que tenían una vida antes de 1939, y otra bien distinta después. Cambian su biografía, y se colocan como una especie de máscara, de ficción, y se adaptan a las nuevas circunstancias", explica Juan Antonio Ríos Carratalá.

En Cómo puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo también se hace mención a la eclosión musical de los sesenta, que aportó nuevos aires de cambio, en una era aparentemente controlada y encauzada por la dictadura. Eran los años de éxito del Dúo Dinámico, quienes "tuvieron el valor de hacer creer a la juventud que ser joven no era un defecto, sino una afortunada circunstancia que permitía vivir para cantar, bailar y amar", agrega Ríos Carratalá. El Dúo Dinámico, que pretendía presentarse en los escenarios como The Dynamic Boys, eran los yernos perfectos para las madres españolas de la época, luciendo camisas de cuello y chalecos de colores alegres.

Al final del libro, Ríos Carratalá dedica un pasaje del libro a cómo la ficción alimenta la memoria, la memoria histórica. Porque... ¿Quién guarda un mal recuerdo del 23-F, siendo un Golpe de Estado que nos puso al borde de una nueva guerra? "Las imágenes de Tejero entrando al Congreso se han convertido en un cúmulo de anécdotas, muchas de ellas generadas por los discursos que hemos escuchado en los medios de comunicación", reflexiona.

Cómo puede ser feliz. La felicidad en la cultura del franquismo es un ensayo que recorre los 40 años de dictadura, y en el que tiene cabida una frase de Mario Vargas Llosa: "Solo un idiota puede ser totalmente feliz".

Cuando Rafael Altamira se fue de viaje a México

El conjunto de referencias periodísticas a Rafael Altamira en la dictadura es, sin sorpresas, paupérrima y contrasta con la importancia de la trayectoria intelectual del alicantino. Dicho esto, en el último ensayo de Ríos Carratalá, el profesor de la Universidad de Alicante rescata una sorprendente historia sobre el reconocido escritor. Resulta que, para dedicar un homenaje a Rafael Altamira en 1966, el Cronista Oficial de Alicante, Vicente Martínez Morellá, se encargó él mismo de escribir la propuesta al Ayuntamiento. Del escrito, llama poderosamente la atención cómo se obvia la condición de exiliado de Rafael Altamira, y cómo comete un supuesto error cuando afirma que "en 1936, se trasladó a México, donde le sorprendió la muerte". La solicitud tampoco mencionaba los homenajes anteriores a la guerra civil, y que parte del legado del ilustre alicantino se encontraba en el instituto de enseñanza media de la ciudad, desde noviembre de 1952, por voluntad del finado. En otras palabras, el Cronista Oficial, para evitarse problemas, y tener que dar más explicaciones de las debidas, se "comió" literalmente los 15 años que Rafael Altamira sufrió en el exilio, en México, hasta su muerte. En el informe, Martínez Morellá tampoco explicó la pertenencia del intelectual alicantino en La Haya hasta abril de 1940, como miembro del Tribunal de Justicia Internacional, y su posterior traslado a Bayona y Nueva York junto a parte de su familia.