Benilloba es un encantador pueblo de la sierra alicantina que no llega a los novecientos habitantes y que pasa de los quinientos metros de altitud, allá por la comarca de l'Alcoià-Comtat. Si su plato más delicioso es una olleta que está para chuparse los dedos, cuenta entre sus próceres más emblemáticos al miliciano republicano Federico Borrell García, miembro de aquella brigada alcoyana que en los primeros meses de la Guerra Civil cayó en las cercanías del cordobés Cerro Muriano víctima de las balas rebeldes y cuya muerte fue inmortalizada por el célebre fotógrafo Robert Capa.

En el centro del pueblo, bien cerca del ayuntamiento y de la iglesia, tienen su pequeño retiro Celia y Ricard, nuestros amigos de casi siempre. La vida de Celia, de la que necesitaríamos mucho más que esta página para bien contarla, transcurre entre su pasada vida "militante" y su actual dedicación entusiasta a una jubilación bien merecida y al cuidado de su familia, especialmente a sus nietos, dichosa y agotadora ocupación. Recuerdo que la primera vez que hablé con ella fue en su librería Set i Mig, cuando un servidor iba buscando un libro del intelectual italiano Ignazio Silone, el de Uscità di sicurezza o algo así, que había prologado Joan Fuster. Esa edición de Fontamara, la triste historia de la pobreza en un pueblo de los Abruzzos, se había publicado en catalán y lo lógico era buscarla en aquella librería de rojos y nacionalistas que por la década de los setenta había abierto su escaparate en la calle Rafael Terol, bien cerca de Correos. A partir de aquel primer encuentro nuestra amistad comenzó a engrandecerse y me hice asiduo de aquella pequeña librería, casi subterránea con oscuridad incluida, donde solía aparecer gente de todos los pelajes políticos progres que se pudiera uno imaginar. Allí podías encontrar en tus ratos libres discos, libros e ideas, ¿se podía pedir más? Además, en su "cambra", solían exponer diminutas muestras, el espacio no daba para más, algunos de los pintores alicantinos más importantes o, al menos, de los que nos gustaban a muchos de nosotros, como Xavier Lorenzo, Pepe Azorín o Arcadi Blasco.

Set i Mig había sido una brillante y utópica, claro, idea de Celia y Ricard acompañados del matrimonio que formaban Empar y el arquitecto JuanSa Parra. En el elenco laboral se incorporaría más tarde Manolo, otro de los nombres históricos de la historia de las librerías alicantinas en un tiempo en la que, créanselo, todavía existían lugares donde hojear libros, demandar información sobre las novedades y recibir consejo de los libreros. Era la época de Manantial, Laos, La Internacional, La Librería, Lux, Compás, y algunas más, fieles herederas todas ellas de aquellos excelentes profesionales que gestionaron las secciones de libros de las papelerías Marimón y Martín.

Mediaban los setenta y todo parecía sonreír a los que pretendían cambiar las cosas en un régimen franquista moribundo, nunca mejor dicho, y unos partidos políticos y sindicatos democráticos que comenzaban a mostrar que otra España era posible. Claro que algunos, los privilegiados de siempre, no lo entendían así y Set i Mig, Laos, Manantial y alguna otra (en Elche Ali i Truc, en Valencia Tres i Quatre o Dau al Set, en Alcoi Crida, u otras, como las de García Vidal y Jorge Cremades, en Ibi o Aspe), recibían periódicamente la visita con alevosía y nocturnidad (cómo si no) de los valientes salvapatrias del momento que firmaban sus heroicidades con las siglas GAS, muy adecuadas recordando el holocausto cometido por sus compañeros de ideas. Un día organizaban una campaña de anónimos y amenazas; otro afinaban más y cometían un atentado contra los escaparates con cóctel molotov, curiosamente; más tarde, una pintada como aquella que un día amaneció adornando la fachada de Set i Mig en pleno 1979, que ya es: "Votar Comunista (una hoz y un martillo) es votar Siberia".

Las primeras elecciones de la democracia trajeron consigo muchas novedades, ¡ay!, entre ellas, y no las mejores, la desaparición forzosa de revistas progres como Triunfo y Cuadernos para el Diálogo o el silencio de muchos cantautores que habían animado con sus letras reivindicativas los años difíciles en busca de la libertad. Y en Alicante de instituciones emblemáticas como el Club de Amigos de la Unesco, o el languidecimiento de la Obra Cultural de la CAM, genial invento de Carlos Mateo y un entusiasta equipo de colaboradores. También, y junto a cine clubes y grupos de teatro independientes, la de aquellas librerías que habían servido de refugio de gente o ideas y que, al parecer, ya no tenían demasiado sentido en una época de libertades.

Set i Mig fue languideciendo. Celia y Ricard abandonaron la nave que tantas satisfacciones y sinsabores al alimón les habían producido y se volcaron en la coordinación de aquel otro proyecto ilusionante que habían emprendido allá a mediados de los setenta: la Cooperativa de Enseñanza Valenciana Aire Libre, una entidad sin ánimo de lucro, de verdad, que se sumaba a los centros innovadores ya existentes en el País Vasco y Cataluña. Se trataba, y así continúa a pesar de los años transcurridos desde su fundación, de conseguir una metodología didáctica basada en que los niños son los que deben construir su propio conocimiento a través de la cooperación y la creatividad. Una educación, en suma, integral, solidaria, laica y no sexista que también trabaja por la normalización de nuestra otra lengua, el valenciano.

Bueno, pues a todo esto el día veinticinco de julio, festividad de aquel que dicen cerraba España y que con toda seguridad nunca anduvo por estos solares patrios a pesar del año Santo Compostelano y todas esas fantasías, Celia Ibáñez, nuestra Celia, cumplía años, nada menos que setenta. Y un grupo pequeño de amigos, son muchos más y seguro que protestan cuando lean esto, lo celebramos con ella y con Ricard, con sus hijas y con sus nietos. Fue un día inolvidable para ella y para los que estuvimos allí. Cantando al unísono el No serem mogutsL'estaca para ponernos en situación de rabiosa actualidad, volvimos a unos momentos que creíamos ya olvidados y encontramos a Celia tan combativa como feliz con su vida. Y, de paso, aprovechamos para recordar aquellos viejos tiempos, días de viejo color, en que todo parecía mucho más sencillo de lograr. Pero que, al parecer, no.