Tiene 34 años y un físico espectacular que le permite quedarse con muchos papeles protagonistas. La espeluznante Niña Medeiros de Rec le ha valido el salto a Hollywood, donde repetirá papel en el remake de este éxito español del terror. Ha convertido los síntomas del Síndrome de Marfan que le diagnosticaron de niño -extremidades finas y largas en sus 60 kilos de peso y 2 metros de altura- en su mayor baza, pero Botet es más que un cuerpo imponente; tiene talento para actuar, ilustrar y soñar. Da vida a un Frankenstein contemporáneo en Pertenecemos a la muerte, cortometraje que rueda estos días en Alicante.

¿Qué aporta su Frankenstein al mito clásico?

Es una revisión, una secuela del mito, que parte de que las criaturas son inmortales. Llevan toda la eternidad pululando y están agotados por la desesperación de que no hay un final.

¿Cómo se prepara para dar vida a estos personajes, como el de REC, por ejemplo?

Con la Niña Medeiros haces un trabajo de interpretación original. No tengo un método claro, no he estudiado arte dramático. Yo observo, analizo y pongo lo que cribo. En REC sólo tuve la noche de antes para pensar el personaje. Dije, ¿cómo consigo movimientos ligeramente femeninos en un monstruo? Pero luego caí en que esta criatura no era un niño, sino un animal que se había criado encerrado, sin televisión de la que aprender el amaneramiento femenino. No la han educado a echar los hombros atrás y tener la cabeza alta; lo que le sale es estar encorvada, con las manos caídas... Posturas a las que tendemos por naturaleza.

En el cine se nos enseña a huir de los monstruos, no a empatizar con ellos...

No realmente. Las criaturas llevan años siendo interpretadas. Las motivaciones y justificaciones que tiene un personaje surgen al conocer su pasado, que es lo que le lleva a actuar así, ya sea un abogado o un monstruo... Bueno, eso viene a ser lo mismo (ríe). Los monstruos suelen tener motivaciones muy humanas.

No debutó en cine hasta los 27. ¿Por qué tardo tanto?

Porque hice Bellas Artes, y, aunque llevo toda la vida dibujando personajes y creando historias, en las ciudades donde vivía no había industria. Cuando llegué a Madrid fui a un taller de efectos especiales, sabiendo que tenía una herramienta, mi cuerpo, que me iba a poner por delante de muchos. Uno de los maquilladores dijo que conjugaba capacidad interpretativa y un cuerpo espectacular que para los efectos especiales venía genial. Y de ahí vino la experiencia más intensa de mi vida, rodar con Brian Yuzna, a quien yo seguía de crío, Beneath still waters. Esa noche rompí a llorar por teléfono hablando con mi madre.También estoy haciendo comedias y otros papeles, pero aunque viviera toda la vida en la piel de los monstruos: bendito sea. Pero es verdad que cuando tienes algo, cada vez quieres más.

Antes de ese cásting. ¿Tuvo un proceso de aceptación de sí mismo o siempre lo ha hecho?

Bueno, en el colegio a todos nos jode no ser el guapito, y me he tragado abusones en todas partes. Pero pasé de ocultar el cuerpo a vivir de enseñarlo, recibiendo el halago por cómo lo hago. Pasó de ser mi talón de Aquiles a ser mi herramienta principal. Al ser tan diferente, no tengo competencia. Ahora tengo un representante canadiense y puede haber un salto cualitativo cuando se estrene Mamá, de Guillermo del Toro. A ver si es verdad, porque el dinero... Me gusta. Y las mujeres. Quiero llevármelo todo puesto (ríe).

Peter Dirklage, el enano Tyrion Lannister en Juego de Tronos, se ha convertido en un actor enormemente popular...

Justo con Nikolaj Coster, su hermano Jaime Lannister en la serie, he estado haciendo Mamá, en Canadá. Sí, es un crack, es buenísimo. Ya me fijé en él en Declárame culpable, donde es un abogado. Es genial como el físico puede olvidarse tan rápido sólo con la interpretación. La imaginaria del cine, quizá a veces buscando el realismo, se aparta de él. Hay enanos, cojos o calvos en cualquier trabajo, pero en el cine, un enano o un tío de dos metros tiene que estar justificado...