Hace hoy 70 años que Miguel Hernández fallecía en la enfermería de la prisión de Alicante. Una "fimia pulmonar", según el certificado de defunción, acababa con la corta vida del poeta. Tenía 31 años y su popularidad parece que alentó la imaginación de aquellos que coincidieron con él en la cárcel. Así lo contempla el investigador leonés Santos Escarabajal quien, junto al periodista Miguel Ángel Nemopuceno, se acaba de alzar con el Premio Internacional de Periodismo Miguel Hernández.

Tras navegar en numerosos archivos, como el del Reformatorio de Adultos de Ocaña, del Gobierno Civil de Alicante, de la Auditoría de Guerra, del Hospital Provincial de esta ciudad y del Reformatorio de Adultos de esta ciudad, ambos han conseguido desmontar algunas "leyendas" que rodearon la muerte del poeta, así como versiones románticas fruto de la imaginación o del afán de protagonismo de algunos compañeros de cárcel del oriolano, como Ramón Pérez, Luis Fabregat, Antonio Ramón Cuenca y Bernardo López.

Como ejemplo, según sus biografías, el féretro fue sacado a hombros por su compañeros en el patio mientras la banda de música del centro le rendía homenaje. Pues eso no ocurrió. "A mí me extrañaba que a un poeta comunista le hicieran ese homenaje en una cárcel fascista", apunta Escarabajal. Según la documentación, la funeraria se hace cargo del féretro a las 18.15 horas, cuando todos los presos están en el patio general, por lo que ninguno de ellos pudo verlo. Además, en la prisión de Alicante solo había un cornetín y al que se atribuye la dirección de la agrupación, Jesús Vergel Leal, nunca fue a la cárcel.

Otro punto destacado son los dibujos que retratan al poeta ya muerto. Hasta ahora su firma se atribuía a José Clemente Torregrosa, pero en realidad son del alicantino Eusebio Oca Pérez, que los hizo al parecer sin el cuerpo presente de Miguel, a los pocos instantes de su fallecimiento, porque también estaba en la enfermería.

Tampoco pudo ser velado su cuerpo porque lo llevaron al cementerio, pero no se le pudo enterrar porque esa noche iban a fusilar a varias personas allí. Fue al día siguiente cuando su cuerpo ocupó el nicho 1.009 y en 1987 cuando los restos fueron trasladados a la tumba actual.

Escarabajal asegura que "sus amigos no dicen la verdad absoluta y pintaban a un poeta querido y apoyado en su enfermedad", cuando "al tratarse de una enfermedad infecciosa nadie podía estar con él". Considera que estas aportaciones cambian la biografía del poeta al desvelar nuevos datos, "pero son los biógrafos quienes deben tomar la decisión".

"Hay mucha leyenda", apunta Miguel Ángel Nemopuceno, aunque "la amistad nunca debe estar por encima de la verdad". Ahora, espera que los biógrafos "se hagan eco de estos nuevos datos".

Autores e investigadores

Uno de los biógrafos de Miguel es José Luis Ferris, que afirma que "muchos de los compañeros del poeta habían muerto cuando hice la biografía y me basé en testimonios que dejaron, aunque es cierto que mucha gente me llamó diciendo que había estado con él y luego tuve que descartarlos". Aún así, considera estas cuestiones "menores". "Hay cosas más revolucionarias, como mi aportación sobre su enfermedad de tiroides que justifica muchas cosas de su vida o el papel fundamental de Maruja Mayo... esos datos nuevos aportan matices pero no cambian su biografía".

Por su parte, el profesor José Carlos Rovira, encargado del Año Hernandiano, apunta que "me parece interesante, sobre todo lo que significa aportaciones para la explicación de su obra y es importante la atribución de los dibujos". Sobre el homenaje al poeta en el patio de la cárcel, considera que "ha sido una mitificación y yo siempre tuve dudas sobre eso, pero el detalle me ha interesado poco, me preocupan los datos que nos sirven para reflexionar sobre el valor de su obra".

Para Joan Pamies, primer director de la Fundación Miguel Hernández, "supone cambiar el testimonio de gente que ha dicho cosas que no son" y "esto implica que hay que reelaborar todo, desde su estancia en la cárcel y quién estaba con él, hasta la muerte".