Una película nucleada en torno a un personaje de excepción –excepcionalmente amado y odiado, según las sensibilidades políticas– que fueMargaret Thatcher. Pero es mucho más: una película sobre las nubes previas al alzhéimer; desde las que la exprimera ministra, convertida en baronesa, y ya viuda, va revisando su vida, haciendo balance. Es también una película sobre la ascensión de la hija de un tendero inglés, hasta convertirse en primera ministra por el partido tory; lo hubiera tenido difícil dentro del labour –de hecho el socialismo todavía no ha dado un Premier a Inglaterra– pero dentro del conservador tory, una mujer, hija de tendero, tiene lo suyo.

Película sobre diez intensos años de la vida del Reino Unido, sacudido por una guerra con Argentina, por una batalla, a cara de perro, con los sindicatos; con el terrorismodel IRA, que por muy poco se lleva por delante a la propiaThatcher. Un Reino Unido que vive la guerra fría. La expresión Dama de Hierro viene de la URSS; quería ser crítica, se convierte en elogio. ¡Ay, poderosos servicios de la URSS, bien os equivocasteis! Claro que no eran los únicos. Prácticamente nadie, en la inmensa nube de los autollamados especialistas de la URSS, pareció entonces ver su delicuescencia. Analizaban al milímetro la caída de una hoja, pero no veían que se moría el bosque soviético. Saludamos a la directora, los actores, la guionista, con esos flash-backs desde el entorno del alzhéimer. Película particularmente dura, vista desde este ángulo. Hay detalles que nos deberían hacer pensar sobre los sistemas de asistencia social de los que tan orgullosos estamos. La Baronesa dispone de numerosas, y aparentemente eficaces, personas a su servicio. Lo que no aparece en todas esas personas es una brizna de afecto. En realidad, ni siquiera respeto. Las secretarias hablan de lo mal que se encuentra la baronesa, sin considerar que quizás lo esté escuchando (lo está escuchando). La escena con el médico privado es de antología. A la hija única, la anciana madre implora que no la riña. En realidad a la Dama de Hierro la tratan como a una vieja medio loca.

Una gran película exige grandes actores. Los tiene. Todo el mundo es convincente en su papel. Honor especial a la protagonista, una Meryl Streep sublime. Sublime porque sabe olvidarse de ella misma, de que es norteamericana, de sus ideas políticas que no coincidían con las de la Thatcher; que cambia su manera de hablar y moverse, para adecuarse como un guante al papel de la Premier Thatcher, y ser sublime en el de la Baronesa. La película evoca, con mínimos toques, temas importantes. Las breves, y contundentes, escenas de la Cámara de los Comunes, por ejemplo. Las reuniones con el Estado Mayor y el Foreign Office cuando hay que decidir sobre si hacer o no la guerra. La del Secretario de Estado Haig, al que acaba sirviendo una taza de té. Una película que no pretende adoctrinar. A cada cual sacar sus consecuencias. Si es que no las ha sacado antes, pues a un personaje como Thatcher, de una pieza, se la idolatra o se la odia. Así es el personal. Así somos. Probablemente también usted, querido lector. Considérelo. TVE ha producido recientemente una película-serie sobre el Cardenal Tarancón. Entristece, abruma, la comparación con la película La Dama de Hierro. Los actores son más ellos que sus personajes. El guión insuficiente, parcial, tópico. La realización pobre. Contemplábamos, asimismo, en TVE, en el último mes, otra película histórica sobre un personaje español admirable: el diplomático Ángel Sanz Briz, Budapest, año 1944, salvando judíos. ¿Alguien puede creer que aquel gran diplomático hablaba, se movía, actuaba como quien lo encarna en la pantalla?

Un filme sobre el ascenso de la hija de un tendero, pero también de las nubes previas al alzhéimer .