Cuando este artículo ya se encontraba en maceración, se ha producido la declaración por parte de la UNESCO del fado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Un año después de que recibiese la misma protección o reconocimiento el flamenco. En ambos casos resulta paradójico: por el uso del término inmaterial -lo que carece de materia- y porque aquello que se define como patrimonio de todos es, al mismo tiempo, privilegio de unos pocos. Se intuye además en el afán proteccionista de inspiración romántica -esa vieja tendencia de las élites ilustradas a sentirse conmovidas por las expresiones culturales del otro y por lo exótico-, una intención no revelada de unir en un solo acto la génesis y el Apocalipsis de estas músicas; cuando, gracias a la tecnología, nunca antes fueron tan accesibles desde cualquier punto o lugar, habiéndose recuperado y digitalizado una amplísima fonoteca a través de la que indagar, profundizar y disfrutar de un recorrido histórico por sus hacedores e intérpretes, por sus estilos y formas.

Pero vayamos al grano. Aunque es tanta la paja, la broza y la utilería herrumbrosa y oxidada que entorpece el camino y satura la actualidad, que se precisa cierta habilidad para no sufrir un desvanecimiento prolongado al tropezar con la aguja de un hilar olvidado.

El pasado viernes 18 de noviembre presentó en el Aula de Cultura de la CAM de Alicante su primer disco en solitario la fadista Cuca Roseta. El trabajo, producido por el prestigioso Gustavo Santaolalla -guitarrista, productor y compositor doblemente oscarizado por las bandas sonoras de Brokeback Mountain (2005) y Babel (2006)-, es un trabajo depurado, libre de artificios, con una colección de temas que va desde clásicos como "Rua do Capéalo" o "Marcha de Santo António" hasta canciones como "Porque Voltas De Que Lei" o "Maré Viva" y el valor añadido de algunas composiciones propias. Esa fue la base de su repertorio. Condimentado con menciones y homenajes a dos grandes del Atlántico: a una orilla Vinicius de Moraes y en la otra orilla la gran sacerdotisa, Amália Rodrigues.

Adoleció Cuca Roseta en el dominio escénico, pero en los tiempos medios y en el dominio vocal estuvo brillante, íntima, hermosa. A mayor desnudez, mayor intensidad: cuanto más despojada se encontró del asidero de las guitarras, más claramente quedaron desvelados sus atributos musicales y la intensidad de su expresión.

Las entradas del concierto estaban agotadas y treinta minutos antes del comienzo -emulando la ansiedad del aficionado taurino ante la penúltima reaparición de José Tomás- se te acercaba una señora y te decía aquello de "¿No te sobrará una entrada?". También lo hacían los señores, no crean. Y no es una mera anécdota, es un hecho material patrimonio de los gestores del Aula: porque en los dos últimos lustros por ese mismo escenario ha pasado lo más granado del fado. Mariza, Katia Guerreiro, Carminho, Joana Amendoeira, Camané, Ana Moura, Mafalda Arnauth y tantos otros. Muchos de ellos cuando, como en el caso de Cuca Roseta, aún no se habían convertido en lo que hoy son: cantantes de renombre internacional. Un trabajo coherente y continuado que ha permitido la formación de un público aventajado en posesión de los códigos necesarios para el disfrute de una música hermosa e hiriente. Tan necesaria como son todas las músicas.

Desde Valencia hasta Murcia, por tierra; desde Mallorca a Xàbia, por mar; desde Albacete a Alicante, en tren; no ha habido una programación cultural que de forma tan equilibrada y excelsa -hasta donde mi memoria alcanza- haya acercado al gran público a las figuras más reconocidas del cine, la literatura, la música, el arte o las ciencias sociales. Una labor que ahora pende de un hilo de pescar en un mar revuelto de pirañas.

Tristeza y saudade. Porque como dice el canto: todo esto existe, todo esto es fado. Todo esto es nuestro, todo esto fuimos, todo esto somos.