Lo primero que el lector se pregunta al leer Contigo aprendí, basada en la vida de su abuela, es cuánto hay de ficción y cuánto de realidad.

Tenía claro que quería hacer una novela, no una biografía de mi abuela. A veces, la realidad no es verosímil cuando la plasmas en una novela y te tienes que inventar cosas para que parezca que es real. La gente debe pensar que toda la parte de Nueva York, en la que mi abuela conoce a Cole Porter, Xavier Cugat o Dorothy Parker es ficción, y sin embargo, es verdad. Donde hay menos verdad es en la parte del triángulo amoroso, que existió, pero del que mi abuela me contaba muchas menos cosas. Para una mujer en los años 30, esa parte tenía un poco un escándalo. Ahí es donde más he inventado.

¿Se hizo escritora para contar esta historia?

Creo que sí. Mi abuela me contaba todas estas historias cuando era pequeña. Por una parte pensaba que todas las abuelas tienen esa vida pero cuando vas creciendo te das cuenta de que no. En mi familia siempre ha habido un ambiente artístico. Mi tío es pintor y mi padre no llegó a dedicarse a la escritura de manera profesional pero le gustaba escribir. Yo siempre escuchaba en casa que la historia de mi abuela era una novela. En el fondo, creo que esta es una novela que le hubiese gustado escribir a mi padre. A veces uno hace cosas porque piensa que es algo que debe hacer cuando los padres ya no están. Leía novelas de Jane Austen, la clásica historia decimonónica de amor y de aventuras, que es el tipo de novela que he querido hacer y pensaba ¡pero la vida de mi abuela es más interesante que esta novela! He tardado en escribirla porque sentía que necesitaba más oficio. Después de las dos novelas anteriores he pensado que ya me sentía capaz.

Durante la escritura de la novela llegó a ponerse ropa de su abuela.

Fue un poco casual. Estaba empezando a escribir la novela y fui a una perfumería donde me vino el olor del perfume de mi abuela, que era Eau de Rochas. Me lo probé y dije: es ella. Yo no usaba perfume y a partir de entonces he usado este. Al menos de vez en cuando. No he heredado vestidos, por desgracia, pero sí algún bolso y algún abrigo de piel. No me los ponía porque pensaba ¿a dónde voy yo con esto? [risas] Pero después pensé ¿y por qué no me voy a poder poner un abrigo con unos vaqueros? Empecé a usar también alguna joya suya. Los dos últimos meses fueron muy intensos, tenía que entregar la novela antes de que se agotase el plazo. Estuve en trance dos meses. No es que escribiese con el abrigo de visón puesto, que sería de loca total [risas] pero sí que sus cosas me ayudaron.

Leyendo el libro se siente una cierta nostalgia de aquella época en la que se cuidaban tanto los detalles

Sí, es una pena que se haya perdido el glamour de los años 30. Hay que defender que si una mujer está interesada en la moda, la ropa o en maquillarse no tiene por qué no interesarle leer a Proust. En esa época era normal, las mujeres podían ser muy cultas y no se veía mal que fueran también coquetas y que les gustaran ciertas cosas muy femeninas. Hoy parece que si te arreglas mucho no estás cultivando tu intelecto.

Ahora no se buscan solo best sellers sino long sellers que se mantengan. ¿El escritor está presionado por las ventas?

No sientes presión, pero cualquier artista que diga que hace arte para sí mismo miente. Escribo lo que realmente siento porque si hiciera otra cosa no saldría bien. Escribir es un don. Tener una inquietud artística es lo mejor que te puede pasar en la vida. Sufres y lo pasas mal cuando no te salen las cosas pero, cuando lo consigues, es maravilloso. No puedes desperdiciar un don que te han dado los dioses para hacer algo que no te gusta. Los escritores pecan de que, una vez que ha salido la novela, se apartan del mundo y deciden que no van a hacer promoción. Yo tengo clarísimo que soy libre escribiendo la novela, pero una vez terminada, quiero llegar al máximo de público posible.