Está en Mallorca para descansar y donde presidió una de las grandes fiestas del verano, en la que presentó los objetos joya que diseña con materiales semipreciosos. Fue la primera esposa del príncipe Alfonso de Hohenlohe, creador de Marbella, con el que se casó a los quince años en una boda veneciana fastuosa. Con él tuvo dos hijos. Tras su divorcio contrajo matrimonio con Baby Pignatari, pero no funcionó.

¿Ha sido una princesa rebelde, verdad?

Sí, nací en un mundo que ya no pertenece a los aristócratas. Un mundo que ya no existe aunque creo que todavía hay personas que quieren vivir con cierta elegancia, lejos de la vulgaridad. Antes el mundo era mucho más pequeño. ¿Por qué se casó tan joven con Alfonso de Hohenlohe, que contaba 31? ¿Para huir?

Mi boda fue preciosa. Nadie se casaba en Venecia en esa época. Era el año 55, una de las primeras grandes bodas tras la guerra. Fue extraordinaria. Me casé joven porque no quería estudiar. Alfonso me cortejaba galantemente y en aquella época a las chicas se nos educaba solo para el matrimonio. Mi tío Giovanni Agnelli fue el que insistió a mis padres para que me dejaran casar y así salvarme. Yo ya era rebelde, con mucha personalidad. Me fascinaba la idea de vivir en México. Marbella todavía era solo un pequeño motel, no me gustaba especialmente.

¿Qué le pareció la boda de Mónaco?

Me pareció muy bonita y muy bien organizada. Nos trataron como a reyes. Maravillosa. No había españoles, solo Luis Alfonso de Borbón que estaba a mi lado. En el patio de Palacio hacía un calor horroroso. Ella estaba muy bien vestida, muy elegante, simple. Me parece una chica deportiva, de otro mundo, claro. Esperemos que le vaya bien como princesa, pero es difícil. El tiempo lo dirá. Creo que el príncipe Rainiero estaría encantado con este matrimonio, bueno, con que por lo menos Alberto se casara.

¿Usted se podría haber casado con el príncipe Rainiero?

Hace tanto tiempo. Éramos, es verdad, muy amigos. Alberto es de otra generación, de la del deporte y la prensa, y se necesitan otro tipo de princesas. Es otro mundo el de ahora. Yo siempre he amado la libertad. El casamiento es muy complicado, es muy serio, se tienen muchos deberes. Yo ya he fracasado en dos ocasiones y basta.

¿Tiene miedo al compromiso?

Soy bohemia, de lujo, pero bohemia. Me gusta hacer lo que me da la gana. Me estimula hacer cosas distintas. Nunca me ha gustado la normalidad, soy muy curiosa. Por eso hago objetos diferentes que me divierten y que me permiten pasar medio año viajando.

¿Hay un punto de locura en su vida? ¿Y en su obra?

Para hacer esto hay que tener un punto de locura. El mundo de hoy está demasiado uniformado, todos hacen lo mismo. El futuro del lujo esta en China. En Hong Kong un señor me ha pedido que le haga un cuarto entero de cristal de roca. Esta locura genial en Europa la hemos perdido. Tenemos miedo del qué dirán, de los impuestos. Ni la duquesa de Alba da ya grandes fiestas.

¿El dinero da la felicidad?

No. Mucho más importante es la calidad. Hay que tener un equilibrio entre dinero y calidad. Por eso dejé el cine, porque no era de calidad lo que hacía, y no valía la pena. La diferencia está en saber distinguir lo que es válido y lo que no. Una excuñada decía, muy graciosa, que existían dos tipos de princesas, las de cuna y las de cama. Hoy, las de cuna ya no quieren ser princesas. Hasta las princesas se han liberado.

Usted fue una pionera...

Sí, quizás demasiado. Lo que es ha sido y no se puede cambiar. Pero en fin, estoy muy satisfecha con mi vida. Quizás debería haber ayudado más siendo tan privilegiada.