La primera parte de la corrida de ayer, plena de expectación ante una terna que recogía a los dos protagonistas de las puertas grandes de días atrás, resultó una venganza del sector más exigente de Las Ventas, centrado en el tendido 7. Los tres primeros astados de Parladé no tenían un trapío exagerado (ya se sabe que en Madrid, para ser hombre, hay que ser poco menos que un modelo), pero mucho peor fue la falta de empuje y de emoción que dejaron en el ruedo.

Prácticamente nada pudo realizar Castella en el que abrió plaza; Manzanares dejó alguna tanda diestra de buen trazo; Talavante, en el tercero, aburrió y se aburrió ante la falta de gracia del astado. Ante este panorama, los clásicos "revientaplazas" hicieron su agosto protestando y gritando sin ton ni son. Hay quien necesita desahogarse de alguna manera y tener su minuto de gloria.

Pero en el cuarto cambió el tono. El de Juan Pedro Domecq lucía menos sospechosa presencia. Lo acarició Castella por delantales con el percal, y en el último tercio, a pesar del volantín inicial, se movió y permitió al francés ligar tres tandas con la derecha bien rematadas. Ahí se paró, y después de rondar esas cercanías que tanto gustan al galo, le recetó un buen espadazo que llevó una oreja a sus manos.

Manzanares desplegó toda su torería y personalidad en el quinto. La lidia de Curro Javier, ejemplar, y los buenos pares con saludos al respetable de Trujillo y Blázquez fueron el complemento a una tauromaquia, la del alicantino, que llena el escenario con su empaque y sello particularísimo. Un cambio de mano después de una tanda por el pitón derecho levantó a un público que le esperaba. Y luego dos tandas de naturales rotundos, largos, mecidos. Importante trasteo, que desde ahí se vino a menos igual que el astado. Una estocada algo ladeada y otra oreja al esportón del torero en mejor momento del escalafón.

Y en el sexto, un mansurrón que huía de su sombra en los medios, Talavante le plantó batalla en el tercio, más pegado a tablas, y logró que el burraco de Parladé sacara fondo encastado y ligarle un par de tandas al natural vibrantes y otras tantas por la derecha algo enganchadas, pero que encendieron al respetable. Resultó feamente cogido cuando ensayaba las manoletinas, aunque sin consecuencias. Sin embargo falló con los aceros y toda la faena quedó al final en una aclamada vuelta al ruedo.