Manzanares se encontró ayer las puertas abiertas de par en par de la afición de Madrid. Apenas pudo dejarle la muleta en la cara a su primer astado, un burraco que se movía con buen aire hasta el tercer muletazo, cuando echaba la cara arriba y pegaba tornillazos. El espada alicantino lo entendió, pero el viento racheado que sopló toda la tarde le impidió plantearle batalla como viene siendo su sello últimamente. Lo cerró para atacar con la espada y, aprovechando la querencia del astado, le endilgó una soberana estocada al encuentro. Sonaron fuerte las palmas y algún pitido intransigente cuando se dirigió a corresponderlas.

Pero con el sexto "cuvillo" cambió la película. Derribó en el primer puyazo a "Chocolate", que cayó feamente sobre la cadera, y llegó a la muleta sin haberse definido en banderillas. Entonces apareció Manzanares en todas sus dimensiones. La más artista en las tres tandas diestras que le endilgó imprimiendo largura a los muletazos y ligando dulcemente los pases, sin brusquedades, con precisión y empaque, rematando con pases de pecho y cambios de mano de excelente trazo. Sin embargo, al final de la tercera tanda, el toro arrojó la toalla, no quiso responder a su raza y comenzó a esperar y medir. Y entonces surgió el Manzanares entregado y valeroso. Una tanda intermitente con la zocata precedió a otra diestra de mejor son a cuyo remate, un cambio de mano muy encajado, el diestro se quedó dormido y el pitón izquierdo lo zarandeó a su antojo. Fea voltereta de la que Manzanares salió con la taleguilla rasgada en el muslo izquierdo y de la que se repuso sin mirarse ni cambiar el gesto. Todo surgió despacio, con los espacios necesarios entre tandas, vistiendo los tiempos muertos y vendiendo muy bien cada trazo, sobre todo dos trincherazos de bella factura. Ya con el acero y en los medios, citó al toro y le caló una estocada en el mismo hoyo de las agujas. ¡Vaya espada la de este torero!

Dicen que antiguamente una estocada buena valía por sí sola la oreja. Esta de Manzanares valió dos, porque otorgó peso a un trasteo que había bajado en su tramo final y que, de no ser por la fea voltereta, habría caído en picado junto al juego del toro. Pero el momento dulce de Manzanares le está acostumbrando a subir a la gloria cada tarde. Ayer, la Puerta Grande se le abrió de par en par, porque la afición madrileña le había ofrecido las llaves nada más llegar y porque él las cogió a base de arrojo y una tizona incontestable. Sin embargo, quizá la faena que le encumbre en la catedral del toreo esté por llegar.

Antes de la apoteosis manzanarista, la tarde había navegado entre Eolo y las iras del público dando caña de la buena al ganado de Núñez del Cuvillo, que pagó la osadía de hace unos días, presentando toros de trapío muy justo, y el sello de ser hierro querido y deseado por los toreros.

Nada pudo hacer Julián López con el que abrió plaza, de Ortigao Costa, que soseó hasta decir basta. El cuarto no se había entregado hasta las banderillas, pero cuando "El Juli" se dobló poderoso con él, surgió la casta y rompió por abajo. Mi amigo José María tiene razón. Ese fue el gran acierto del torero madrileño, pero quizá no alcanzó a rematar todo lo que el animal ofrecía en su emocionante embestida. Le ligó tandas diestras arrastradas de buen aire, otras a izquierdas apretando más el toro, pero algunos enganchones finales deslucieron el último tramo, que debía ser la llave de la rotundidad. Se volcó sobre el morrillo y consiguió una buena estocada, algo ladeada. Se llevó una oreja que, quizá, dejó un poso incierto por la otra que se llevó el buen astado en su arrastre.

Sebastián Castella anduvo muy firme con sus dos oponentes, pero ni el cuvillo segundo, peor con el viento, ni el zambombo de Carmen Segovia le permitieron estar más que voluntarioso.

El cartel de mañana se pone carísimo, con Manzanares y Talavante en lo alto, y Castella deseando subir. Al alicantino le quedará una tercera tarde para seguir aupado a este hermoso sueño del que no querría despertar nunca. Otra vez más, enhorabuena, Maestro.