Han llenado de basura el Teatro Real de Madrid y ha sido un éxito, ¿cómo se explica eso?

Hombre, la basura es una metáfora, todo sucede en un vertedero como idea de los residuos que genera esta sociedad, 3 kilos cada español al día. Es una propuesta austera porque el momento lo pide y también la obra, que es una crítica al capitalismo. Es una de las óperas más contenidas, desnuda de artificio y del video, que siempre nos acompaña, para centrarnos en una dramaturgia muy sólida y en la que nos hemos sentido muy a gusto.

Estrenan una crítica al capitalismo feroz el día después de la huelga general. Eso es llegar en el momento justo.

Sí, la gente nos decía: "Fíjate, qué listos, y al final sacáis una manifestación". No, el final de la manifestación ya estaba en la obra de Kurt Weill y Bertolt Brecht. Y, como dijo Gerard Mortier, no convocó él la manifestación del 29 él, fue casualidad.

La Fura ha vuelto a la desnudez de los primeros tiempos, ¿apetece después de 30 años?

Lo pide la obra, pero volvemos desde la escena porque trabajamos con material de desecho, como hacíamos en Accions, Suz y Tier Mon, reciclando, pero con la sabiduría de 31 años en el oficio. Con los años logras capacidad de síntesis y una pureza en los mensajes, que te ayudan a vertebrar un espectáculo y eso no habríamos sabido hacerlo al principio, ahora sí.

¿Cómo se logra no perder ese espíritu inquietante en sus montajes después de tanto tiempo?

No tiene nada que ver, en los espectáculos fureros de nuestros inicios, actores y público estaban al mismo nivel, se usaban espacios no convencionales... hemos pasado de propuestas más viscerales a otras más cerebrales y reflexivas.

Pero no es lo mismo ver a la Fura que a otra compañía...

No, hay un ADN, sin duda, y buscamos ser capaces de descolocar al público y hacerle más vulnerable porque cuando uno es vulnerable es más fácil llegar a las emociones.

¿Echan en falta al público joven que ahora no puede pagar una entrada?

Bueno, estamos intentando que acuda un nuevo público a la ópera, que es importante porque, como decía Wagner, es el espectáculo total. Juegas con muchas disciplinas artísticas: música, cantantes, actores, bailarines; la ópera tiene unas infraestructuras que no tienen la mayoría de teatros y si se utilizan bien puedes hacer cosas que en teatro es más difícil. Hoy se están viendo propuestas en la ópera que no se ven en teatro.

¿Es más innovadora la ópera?

No más, porque el teatro sigue siéndolo, pero la gente tenía una idea más elitista o conservadora del mundo de la ópera y afortunadamente eso se va renovando y se van creando nuevos públicos y nuevas formas de entenderla.

Tienen cierta querencia por las óperas, ¿se ajustan a su forma de hacer teatro?

Nosotros somos creadores, seguimos haciendo espectáculos fureros, ahora hay un Titus Andrónicus de gira, hacemos teatro de texto a la italiana, cine, macroespectáculos. Creemos que la creatividad no hay que enmarcarla, que la puedes aplicar a cualquier disciplina y a tu propia vida.

Su ópera es una manera de reflexionar sobre la situación actual. ¿La crisis servirá de algo para el futuro?

Las crisis provocan un revulsivo en la gente. Quizás en positivo consigamos que no haya una idea tan materialista de las cosas y esta cultura del pelotazo. Ahí está el Mahagonny y la voluntad de mostrar que no todo es dinero, con una producción a un coste más bajo que otras óperas. En la obra jugamos con tres corruptos proxenetas que fundan una ciudad en el desierto y crean espejismos para atraer a la gente. En España esos espejismos están clarísimos: campos de golf en zonas desérticas o barrios con más construcción que demanda. Mostramos una realidad desde nuestro prisma y que cada uno lo interprete a su manera.

¿A Bertolt Brecht le gustaría su versión?

Seguramente. Brecht y Weill eran creadores comprometidos, buscaban una provocación y eso también está ligado a la trayectoria de la Fura, provocación para generar una reflexión en la gente. Yo espero que la voluntad transgresora no nos abandone nunca.

¿Mortier es el padrino perfecto para esta obra?

Es un buen padrino. Con su oferta de realizar La condenación de Fausto en Salzburgo en el 99 nos abrió muchas puertas y nos marcó una trayectoria escogiendo títulos que creía adecuados para nuestro lenguaje y ahora nos ha hecho cambiar, reinventarnos a nosotros mismos. Gerard es un director artístico muy bueno pero es un excelente agitador cultural.