Ver a estas personas afanadas en la cría concienzuda y el meticuloso cuidado de sus gallinas, gallos y pollitos, es todo un espectáculo. Desde los espacios abiertos en que los animales se mueven libres y felices hasta los selectos alimentos con que los miman, todo está pensado en función de su mejor desarrollo y mayor tranquilidad. No se conforman con piensos industriales sino que les proporcionan una mezcla perfectamente estudiada de trigo, cebada, panizo no trasgénico triturado, hierba frescaÉ Por su parte, las aves complementan el menú con insectos y caracoles que por sí mismas rebuscan en la tierra.

Armando Tarí "Mandi", nacido en El Rebolledo de padre recovero, ecologista nato, enamorado de la fauna y flora del entorno de la Fontcalent y demás sierras y campos de la contornada, lleva cinco años dedicado en cuerpo y alma a la recuperación de las razas avícolas autóctonas. Se lamenta con tristeza de que "el lazo negro de la extinción total ya cuelga sobre la Gallina Sajeña, una de las más grandes del mundo, la Roja de Gorga y la Blanqueña". Pero al mismo tiempo se congratula del resurgir de otras, que gracias a algunas personas se han logrado conservar consiguiendo ejemplares de gran calidad.

Tradición y belleza

Tres son, fundamentalmente, las razas que se están recuperando con éxito: la Milflores Alicantina, la Joya de Tibi y la Gallina Ilicitana, aunque también se hallan en fase de recuperación la Alicantina Blanca y la Armiñanada. Cuenta Mandi que la Milflores debe su resurgir a Julio Díaz Moltó de Aspe, que durante más de 40 años ha mantenido sus características. Son animales elegantes y despiertos, de diferentes colores de base pero siempre moteados de blanco, con patas y orejillas blancas muy peculiares.

Al corral conservacionista de la familia de José Ventura Verdú se debe la pervivencia de la Joya de Tibi, también con patas y orejillas blancas como la Milflores pero caracterizada por su cresta en forma de ese y espolones en los tarsos. El color aperdizado con llamativa esclavina evidencia el origen silvestre de sus ancestros, con escaso cruzamiento. Destacan sus criadores los nacimientos sucesivos de gallos y gallinas con la cresta roma en vez de picuda, lo que, en lugar de constituir defecto, está conformando una nueva línea pendiente de oficializar.

Por su parte Asunción Selva Amorós, de 85 años, a lo largo de su vida ha venido manteniendo un nutrido grupo de Gallinas Ilicitanas que todavía conserva, si bien algo diezmadas. Se distingue esta raza por ser muy vivaracha y en ella predomina la pata blanca y orejillas con fondo del mismo color, y plumaje de colores blanco limpio, rojo, leonado y cobrizo, con cola rizada encrespada de buen porte en la edad adulta. Se acostumbra a destacar de ella la excelente calidad de su carne.

Afición que se transmite

Romualdo Vicente Roselló le ha transmitido con naturalidad la afición a los animales a su nieto Alexis, de 18 meses, que antes de aprender a hablar ya imita a la perfección los sonidos que emiten gallos y gallinas, pavos, palomos, corderos, cerdos y hasta burros: ventajas de pasar muchas horas en el campo de los iaios, correteando al aire libre en total libertad. Al abuelo Romualdo, que lleva más de un cuarto de siglo ("toda la vida", puntualiza) con el triquitraque de sus corrales, se le cae la baba viendo a Alexis moverse con confianza entre las aves. "De ellos depende que las razas de siempre se conserven o que terminen de desaparecer bajo el cemento de los chalés". Qué razón lleva.

Lo mismo piensa Miguel Ángel Rodríguez Jerez, presidente de la Cooperativa de Agricultores y Ganaderos San Vicente Ferrer: que es necesario que los jóvenes conozcan los tesoros de nuestros campos y aprendan a quererlos, para que se conserven. "Los viejos recuerdan los corrales de Campoamor llenos de gallinas Milflores, pero hoy los niños del barrio no conocen más pollos que los envasados en el supermercado".

Otra forma de vida

Me dan una lista de las personas implicadas en la recuperación de las razas avícolas alicantinas pero por falta de espacio no es posible publicarla; aunque acudiendo a la exposición de mañana se las puede conocer directamente. Y también disfrutar con la contemplación de unos ejemplares hermosos y cuidados, gallos altivos y soberbios que se yerguen con fiereza, gallinas sociables y simpáticas que acuden presurosas a la llamada de sus cuidadores esperando la golosina habitual, un trozo de higo maduro o un dátil lustroso a modo de capricho gastronómico.

Y sobre todo se pueden conocer de primera mano la historia y las anécdotas de un entorno privilegiado que todavía sobrevuela algún águila, a punto de desaparecer para siempre bajo montañas de basura, pólvora de barrenos, toneladas de asfalto y estructuras de hierro que acabarán con el último soplo de vida de la sierra. Esa sierra agreste y fiera, hoy agonizante, que veía llevar a los toros a la plaza por la vereda con los mansos, y correr el agua por las acequias para ir a remansarse en el inmenso embalse conocido como El Arsenal de la finca El Poblet. Esa sierra en la que el eco del canto de los gallos se sumergía cada madrugada en las aguas tibias de la fuente que manaba de las profundidades de su vientre. Todo lo que se perdió y lo que se acabará de perder, en fin. Menos mal que, por lo menos, las gallinas y los gallos renacen. Algo es algo.