Es un hecho incontrovertible que las corridas del arte del rejoneo se han consolidado en la cartelera de las mejores ferias de la temporada. Cuentan con asegurado concurso popular, que suele ofrecer una de las mejores entradas, cuando no la más nutrida. Presentan, por añadidura, la ventaja de que las exigencias del ganado no precisan de los detalles y puntos de vista del resto de festejos, los del toreo a pie. También es cierto que el público que suele acudir no se anda con demasiadas ortodoxias, excepción hecha del aficionado al caballo y a la torería ante el toro. Son muchas las facetas, los detalles, los matices, que ese buen catador sabe descubrir y disfrutar. No abunda, desde luego, en la generalidad de la geografía del toreo, pero sí en latitudes donde el toro y el caballo tienen, y disfrutan, de su mejor entorno. Hace muy bien el gran público en aceptar, con rica generosidad en la actitud, los espectáculos del toreo a caballo. Sí, toreo, que no son escasas las ocasiones en que la ejecución de las diversas suertes ofrecen todo un cúmulo de templados procederes. Tal cual si de un capote o de una muleta de entonado y eficaz recorrido se tratara. Por añadidura, he ahí su acento más popular, a la gente le encandilan los alardes de doma, que arrebatan fervores del tendido, aunque en ocasiones se haga en detrimento de la mejor torería. Hace muy bien, pues, el generoso personal en mostrar significada preferencia por el arte del rejoneo, por el toreo a caballo.

Por otra parte, el sexteto de "Murube", de aceptable presentación, aportó no pocas facilidades para que los caballeros alcanzaran lucimiento sin tener que vérselas ante resabios, querencias ni asperezas que pudieran complicar el desarrollo de la ecuestre lidia. Sí que hay que anotar algún abuso del capote de los subalternos, a todas luces excesivo. Situación que suele contar con el absoluto rechazo del público, que en ocasiones parece tomar la cosa como un número más del espectáculo. Peón que sale a lancear, protesta asegurada. A pesar de que, en ocasiones, sí es preciso algún capotazo de oportuna eficacia.

El portugués Rui Fernándes anduvo desigual en su primero, alternando pasadas de sereno temple con otras de no buen remate. Lo mejor, un par de farpas al sesgo y alguna ceñida conducción. Más eficaz y reunido se mostró en el cuarto, incluso reunió y clavó al estribo en alguna ocasión por ajustado ceñimiento. Lo más destacado, su empeño, en ocasiones, en citar de frente, sin agotar la cabalgadura.

Andy Cartagena mostró en el quinto la mejor faceta de su bien asentado arte. Se le nota maduro, muy puesto y resolutivo. Tanto en lo que al toreo ortodoxo se refiere como al de relumbrón y populista. Con amplitud de recursos lidiadores. De ahí que, de las cabriolas y revueltas que prodigó en su primero, ante el beneplácito complaciente de la gente, pasara a ofrecer facetas de toreo de más limpia torería, citando de frente, hacia los medios y reunir al estribo en no pocas de las ocasiones. Con el buen detalle de sosegar más la faena de sus formidables cabalgaduras. Ahí se pudo contemplar al Cartagena más convincente, menos superficial.

El juvenil arrojo de Leonardo Hernández encuentra pronto complicidad en los tendidos. Acelerado y un tanto desajustado en el tercero, sin demasiada limpieza en reuniones y ejecuciones, sí mostró mejor torería y ricos resultados en el sexto. Dignas de alabanza sus llegadas en corto y muy por derecho, de frente y hacia los medios, para ceñirse convincente al clavar farpas sobre todo. Los quiebros en esta ocasión sí resultaron más limpios y menos tropezados que en su primero. Vuelve en agosto. Con Cartagena.