El Diario INFORMACIÓN entrevistó a José Saramago durante su última visita a Alicante, el 5 de mayo de 2006. He aquí la reproducción de la entrevista:

Umberto Eco planteaba en su obra «Apocalípticos e integrados» una dicotomía ideológica y cultural que al Premio Nobel de Literatura José Saramago no le ofrece ningún tipo de duda. El escritor portugués, que cerró ayer en el Aula de Cultura de la CAM de Alicante el seminario «Esclavos del siglo XXI», se define como «escéptico profesional» y aboga por «reinventar» la actual democracia que, en su opinión, no es más que «una fachada».

Si nos remitimos al eco y consideración que siempre tienen sus declaraciones, ¿podríamos extrapolar que la literatura goza de una gran influencia social?

La literatura es el hecho de la palabra y eso no significa que sea una herramienta o algo útil. A los escritores siempre se nos pide que digamos qué se debería hacer para resolver ciertos problemas, pero no tenemos la respuesta. El papel de la literatura es el de ser, no tiene una función, sencillamente es una expresión de los sentimientos, de la observación de la realidad por parte del escritor. Ahí quedaría todo si los libros fueran a la librería y ya está, pero se ha convertido en una industria, un comercio, y por tanto se espera que tenga consumidores, los lectores. Estos buscan a menudo en los libros un vehículo para su formación o entretenimiento. Sí, la literatura puede servir para la construcción de la personalidad, pero a un escritor no se le puede preguntar por qué o para qué escribe; es como preguntarle a un pájaro por qué canta: simplemente canta.

En su literatura se observan dos grandes bloques: por un lado, las obras en las que se aprecia por encima de todo la complacencia por la narrativa, y por otro, aquellas en las que el contenido se supedita a las cuestiones filosóficas. ¿A qué se debe esa dualidad en su trayectoria?

El ser humano es un animal filosófico, piensa y no sólo en lo inmediato, sino en lo que ocurre en el mundo, reflexiona y opta entre distintas propuestas. El hombre debe adoptar una actitud filosófica para poner el mundo en cuestión. Lo que ocurre es que hoy vivimos aturdidos, no tenemos tiempo para pararnos a pensar. Está la televisión, que es un instrumento de absorción, aunque no es la culpable de todo lo malo. Leer es un trabajo, requiere una interpretación de lo que se lee, sentirlo; en cambio, la televisión no pide ninguna participación, aunque con ella puedas reír o llorar. Cuando empecé a escribir era como si llevara una cámara fotográfica y hubiera utilizado el gran angular para captarlo todo; sin embargo, a partir del momento en que escribí «Ensayo sobre la ceguera» es como si usara el zoom para fijarme en el detalle, en el ser humano. Eso se nota, hay un cambio en la visión, que se acerca más a lo que se considera esencial.

Ese libro fue entonces el punto de inflexión en su trayectoria.

Sí, a partir de esa obra pasé a mirar más allá de lo superficial, al ser humano, pero no desintegrado sino en su entorno, para ver qué piensa y cómo reacciona. No obstante no era algo que tenía preparado. Después de escribir «El Evangelio según Jesucristo» no sabía qué iba a pasar.

Ahora que cita esa obra. ¿Qué le parecen las conclusiones que se han sacado a raíz del reciente hallazgo del Evangelio de Judas?

Lo que está escrito en copto en ese evangelio lo escribí yo en el año 90: Jesucristo no quería servir como hijo de Dios y le pidió a Judas que lo denunciara como líder político.

Aprovecharé el hilo religioso para preguntarle qué opina del papel de la Iglesia católica en este siglo XXI.

No me importa mucho, la verdad. La Iglesia siempre va con dos o tres siglos de retraso. En ese tiempo, o quizás antes, aceptará el condón, los matrimonio homosexuales... Está ahí para intentar imponer reglas arcaicas que no tienen que ver con el tiempo en que se vive.

Usted siempre se ha declarado bastante pesimista sobre la situación actual del mundo.

Yo soy un escéptico profesional. Vivimos en un mundo injusto e hipócrita. El título de mi intervención de hoy -por ayer-, «Por un mundo sin esclavos y sin cadenas», no lo puse yo, pero me temo que seguirá siendo justificado en el siglo XXII, XXIII, XXIV... Otros darán cuenta de si las cosas han cambiado. No nos percatamos de que vivimos en un mundo de mentiras sistemáticas. El espectáculo del mundo es absolutamente deprimente.

Pero en algo habremos avanzado.

Hay un progreso material, sí, pero estamos rodeados de inutilidades. No hemos adelantado nada, el mundo sólo ha cambiado para algunos. Si algo no varía en la historia del ser humano es la explotación. Estamos sometidos constantemente a la manipulación: por parte de la Iglesia, de la política, en las relaciones personales. En esto no hay inocentes ni culpables porque la manipulación de la conciencia no es un crimen en ninguna parte. Yo soy crítico con la democracia actual, habría que reinventarla porque no se puede seguir así. Aunque nuestro voto influya en la vida política, aun así se manipula luego en el ejercicio práctico de la política. Y en realidad lo que manda es la esfera económica y financiera, y allí la voluntad del ciudadano no llega. La democracia no pasa de ser una fachada. Hay que tener espíritu crítico y sentido común, reflexionar. El silencio es lo peor. Al levantarse hay que preguntarse: ¿no hay ninguna posibilidad de cambiar las cosas? ¿Voy a seguir viviendo así? No son las palabras las que cambian las cosas sino los hechos. En un mundo con tanta filosofía y revolución no puede permitirse que millones de personas sigan sin salud o sin vivienda.

¿Cómo cree que será el futuro?

Estamos llegando al final de una civilización y al comienzo de otra. No tengo ni idea de cómo será, pero se necesita una base común de acuerdo para avanzar. Yo cambiaría el concepto de utopía. Es una estulticia imaginar que una utopía de hoy pueda interesar a quien viva 200 años después. La única utopía razonable es el día de mañana. La influencia de hoy en mañana es directa, pero para más adelante, sabe Dios...

Usted que aborda en «El hombre duplicado» la cuestión de la identidad del individuo, ¿qué opina de la polémica en España por el uso político de conceptos como «nación» o «realidad nacional»?

Son eufemismos que se utilizan para no enfrentarse a lo que acabará ocurriendo: la conversión de España en un estado federal. La tradición centralista, encarnada por el PP, defiende que si esto ocurre el país se fragmentará. Con ejemplos como Brasil, Alemania o Estados Unidos, la idea de que España sería el único país en fragmentarse por federarse es rara, sobre todo en el marco europeo, que es más integrador. Ahora cada uno intenta afirmar su propia identidad, pero no es más que ruido. En el fondo todo responde a objetivos políticos a un plazo. Cada uno mira su lugar y se está posicionando para las elecciones.

¿Qué le parece el alto el fuego anunciado por ETA?

Lo creo, sinceramente. Ha llegado el momento que tanto esperábamos. El proceso necesitará años, pero yo creo que es irreversible. No hay más que ver lo que ha pasado en el País Vasco, donde a partir de la declaración del alto al fuego la conciencia y el tono del espíritu se ha fortalecido en esa dirección.

Lo que viene a demostrar que la palabra, en ocasiones, sí que cambia el rumbo de los acontecimientos.

Es que la palabra es la puerta de entrada a los hechos.

¿Qué está escribiendo desde la aparición de su última obra?

Estoy trabajando en una vieja idea de hace más de 15 años. Se trata de una autobiografía un poco especial, que se centra sólo en mi infancia porque no me interesa contar lo que ha pasado después en mi vida. Se titulará «Las pequeñas memorias» y es, en cierta manera, un modo de recuperar a ese niño.

¿Tiene previsto dejar de escribir en algún momento?

Lo dejaré, pero no sé cuándo. Tengo 83 años y en este momento no ha llegado el día, ni soy consciente de que se acerque. Un escritor debe dejar de escribir cuando no tenga nada que decir. Lo peor es repetirse o escribir sólo por la cuenta del banco. Eso no tiene sentido.

¿Teme a la muerte?

No vale la pena temerla. Cuando hay dudas sobre si algo ocurrirá o no, sí que se puede entender el tener miedo, pero la muerte nos va a llegar a todos y puede ser en cualquier momento, por lo que hay que vivir. Yo he tenido la suerte de una vida larga y con trabajo. No tiene lógica llorar por la leche derramada... Lo peor de la muerte es que pasas a no estar donde estabas antes. Yo ahora estoy en mi casa, con mi mujer Pilar, mi jardín, mis perros, mi biblioteca, y sé que un día no estaré ahí. Y pensar eso sí que duele.