­Primera novela, una editorial alicantina (ECU)... Dígame cuál es el secreto para que Manolín ya es un hombre vaya casi por la tercera edición.

Pues yo creo que es lo informal y a lo mejor que le he dado a la gente en el corazoncito. El lector se ha sentido identificado con su infancia y, con tantos problemas, si alguien pasa un buen rato pues estupendo. Es un libro muy sencillo, muy directo, pero no me imaginaba esto. Puedes encontrar el típico libro gordo que te lo lees en un mes y luego el libro de rápida lectura. Y yo creo que ahora hay una literatura demasiado espesa. Por eso a mí me gusta hablar del costumbrismo, de la vida real.

Manolín ahora es Manuel y el mundo ha cambiado. ¿Fue difícil echar la vista atrás y enfrentarse a esa época?

No... Lo escribí uno por una promesa a mi madre, porque siempre contaba las anécdotas de mi niñez y todo el mundo se reía mucho. También porque mi padre me lo puso muy fácil ya que guardaba muchas cosas de cuando yo era pequeño. Investigar en la niñez fue una maravilla, porque creo que mi generación vivió esa etapa de forma muy bonita. Y lo que pretende transmitir son los valores de entonces. Éramos familia numerosa, compartíamos todo, heredábamos los pantalones de los hermanos... No tiene nada que ver con ahora.

Se le ha comparado con el Manolito gafotas de Elvira Lindo.

Sinceramente no lo he leído... y quedo fatal. Pero no sé. Mi libro no es infantil, te cuenta la Transición y la infancia de un chaval en el Madrid de los años 70. Transmite más la historia y la vida de esa época.

A través de su experiencia retrata la vida de muchos españoles de su generación, en una España que ha cambiado mucho...

La gente dice que al leerlo se acuerda de un montón de cosas. Y sí, España ha cambiado mucho. Heredamos unos valores que estaban muy claros y ahora, sin desmerecer a la buena juventud que hay, creo que lo hemos hecho mal nosotros. Tienen todo y no se ilusionan por nada.

¿Qué pensaría ahora Manolín de todo lo que está pasando con la memoria histórica?

A mí me gusta mirar hacia atrás pero para cosas buenas, no para recordar cosas malas. El pasado hay que recordarlo para coger lo bueno, si me sirve para el futuro.

Sé que le preguntan mucho si su segunda novela, El niño de los pies zambos, es la continuación de Manolín...

No, no lo es. El tercer libro sí será continuación. La segunda también está basada en una historia real, un niño que sufre malos tratos, pero no llega la sangre al río. Es una obra es muy esperanzadora, porque creo que el ser humano tiene que endulzar su destino.

¿Qué queda del niño en el adulto?

Casi todo. No he perdido el Manolín e incluso en el tercer libro le dedico un capítulo. Sin Manolín, Manuel se hubiera venido abajo, porque es quien pone la vitalidad, la alegría y las ganas de vivir. Todos debemos tener un niño dentro y quien no lo tenga, lo siento por él.

A los seis meses de empezar a escribir su primer libro, le diagnosticaron una especie de esclerosis. ¿Cómo ha influido en su manera de escribir?

La escritura ha sido mi terapia, si no no sé que hubiera hecho, pero creo que me ha influido solo en el tercero, Reflexiones sobre un transformación, porque además lo necesitaba para desahogarme. Es como un diario, en el que cuento el proceso de cambio que he sufrido de trabajar en una multinacional a quedarme paralizado. Pero intento transmitir alegría y esperanza. Ahí he soltado todo lo que tenía pendiente, escupo todo lo que tenía dentro. Ahora trabajo en el cuarto, es un libro de poemas y crítica de la vida cotidiana. Puro pitorreo.