Un tiempo atrás, cuando las nuevas tecnologías no eran más que un viejo sueño en los libros de Aldous Huxley, las novelas del Oeste eran consumidas con avidez, adentrando a sus lectores en nuevos mundos donde reinaban los disparos y la rivalidad entre vaqueros e indios. Y es que, por entonces, este tipo de literatura era el único bálsamo para el entretenimiento, alimentando y despertando la imaginación de grandes y pequeños, creando un legado de más de 5.000 novelas publicadas con, hoy por hoy, 50 millones de obras vendidas.

Federico Lafuente, hijo de Marcial, reside en Alicante tras su paso por Madrid y Vigo. Y así es como, a sus 76 años, Federico Lafuente cultiva un campo literario que se resiste a desaparecer pese a esa amenaza de la globalización que nos ahoga, partiendo siempre del objetivo de "entretener", tal y como le enseñó su padre. "La primera novela fue una apuesta con mi padre. Al final la hice, toda redactada a mano, y se la entrego. Me extrañó mucho que pasaran los días y las semanas sin que dijera ni una sola palabra. No entendía absolutamente nada. Hasta que llega un día y suelta la obra publicada sobre la mesa, soltándome que merecía su salida al público".

De esta forma arranca una competencia sana en la familia, a la que ahora se ha incorporado el nieto de Federico Lafuente, y que deparó muy buenas anécdotas en aquellos tiempos: "Me documentaba lo imprescindible para cada novela. Y, preparando una de ellas, le consulté a mi padre varias dudas que tenía sobre unos indios. El caso es que comienza a interrogarme y, al rato, me dice: "¿Y cuántos folios llevas?" Le respondí que 19. Y entonces me comenta: "Pues tíralo todo a la basura, joder, que estamos haciendo los dos la misma historia". Y así empezamos a hablar entre nosotros antes de ponernos a escribir".

Lafuente confiesa que en algún momento se ha sentido atraído por otra vertiente de la literatura histórica, que incluso le llevó a perfilar los personajes de una nueva trama alejada del Oeste. Sin embargo, las buenas ventas y siempre la "petición de los lectores", le obligaban a centrarse en sus aventuras con el "western", convertido en una especie de "obrero de papel" que calculaba por días las historias que ha podido llegar a escribir.

¿Pero no marca la historia de la novela el tiempo y la duración para su autor? "Redacto unos 70 folios por cada libro. Y, en los mejores tiempos de producción, he llegado a escribir una en un solo día. 24 horas pegado al escritorio. Era muy rápido, había cogido el estilo de mi padre, y no parábamos ni un solo momento", apunta Lafuente.

Las librerías de viejo españolas agolpan algunos de sus ejemplares, porque lo antiguo nunca muere, y algunos quioscos lucen todavía en sus escaparates estas "novelitas de a duro" que mantienen un público fiel, en una temática venerada por miles de seguidores. "Vendo mucho en América. Sobre todo, en los países de habla hispana. También en Argentina y Brasil. Incluso, hace poco, recibí la carta de un cubano pidiéndome algunas novelas porque por allí era imposible, y las obras estaban repetidas. Así que le he remitido algunas, pero tal como están las cosas por allá, no sé dónde irán a parar", agrega Federico Lafuente.

Tras unos tiempos revueltos, con pleitos de por medio por la defensa de la propiedad intelectual, Lafuente crea su propia editorial Cies (recuperando el nombre de la primera en la que publicó su padre) donde se reeditan clásicos o bien se añaden otras novedades. Así es como, bajo el problema de la distribución, Internet se ha presentado para la familia Lafuente como un espacio universal que abre al mundo sus obras, convirtiéndose en un punto de encuentro con amigos de ayer y hoy. De esta forma se supera los obstáculos de antaño, en aquellos difíciles años 50, que sin embargo dejaron una huella imborrable en la historia de nuestra literatura con estas "novelitas" del Oeste.