No es una invención, un mito o una fantasía, el país de “las mil y una noches” existe. Quienes tuvieron la fortuna de visitarlo en su época de máximo esplendor, hablaban y no paraban de la indescriptible belleza de su capital, salpicada de monumentales madrazas, espigados minaretes, fastuosos palacios y relumbrantes mausoleos recubiertos de vidriados azulejos. Era el final de la Edad Media y es entonces cuando Samarcanda era la capital del imperio de Tamerlán, y el centro del mundo. Además, junto a las impresionantes ciudades oasis de Bujara y Jiva, eran los enclaves fundamentales de la famosa Ruta de la Seda. El país que acoge a este trío de ciudades de “las mil y una noches” no es otro que Uzbequistán, en Asia Central.

La plaza de Registán en Samarkanda

No es nada complicado llegar desde Alicante a Taskent, la capital de Uzbequistán, incluso existe en la actualidad la posibilidad de volar desde el Altet con tan sólo una escala, en Moscú, con Aeroflot, las líneas aéreas rusas por menos de 500 euros. No puedo ocultar mi debilidad por Uzbequistán y en 2013 hago mi tercer viaje a este país, al conocer que ya se puede viajar por libre sin necesidad de contratar los servicios de una agencia de viajes o presentar una certificación en la aduana de que has sido invitado por una empresa uzbeca. En las dos visitas anteriores, la primera todavía cuando este país formaba parte de la Unión Soviética, y la segunda en 2002, me vi obligado a viajar en grupo para poder obtener el visado.

Samarkanda evoca a "las mil y una noches"

Vuelo hasta Taskent con Turkish Airlines desde Madrid y con escala en Estambul, donde pernocto un par de noches para volver a recorrer, por enésima vez, la siempre fascinante Estambul. Nada más llegar a Uzbequistán hago lo que no suelo hacer nunca, cambiar dinero en el mercado negro, concretamente a un taxista. Aunque siempre es un riesgo el cambio de moneda sin ninguna garantía, en 2013 es una rutina en Uzbequistán, y obtienes una mejora del 30 por ciento. Si tienes dudas, puedes cambiar también a algunos empleados del hotel, que seguro que no te engañan. Los taxis son muy baratos, aunque hay que negociar la tarifa ya que no utilizan el taxímetro. Consigo el traslado desde el aeropuerto al hotel, que se encuentra en el centro de la ciudad, a unos 10 kilómetros, por 5 euros.

Monumento a la legendaria Ruta de la Seda

Tengo una reserva de un par de días en el hotel, un gigantesco edificio de la etapa soviética aceptablemente renovado, para visitar Taskent, con algunos puntos de interés que valen la pena, especialmente, el Complejo del Imán Hazrati, un conjunto arquitectónico con mausoleo, mezquitas, madrasas y minaretes recubiertos de azulejos vidriados de gran belleza y, en la mayoría de los casos, de reciente construcción.

Complejo del Imán Hazrati en Taskent, la capital de Uzbequistán

De Taskent a Samarkanda me traslado en un vuelo de menos de una hora por 47 euros. Lo primero que hago tras dejar el equipaje en el hotel, un pequeño pero muy agradable alojamiento de propiedad privada surgido tras la independencia del país, es dirigirme hacia la mítica plaza de Registán, construida en tiempos del conquistador Tamerlán y delimitada por tres impresionantes madrasas. Tamerlán llegó a dominar toda Asia Central y constituyó el último gran imperio de los conquistadores de origen mongol.

Imagen nocturna de la plaza de Registán, en Samarkanda

Me siento en un banco y durante largo tiempo permanezco igual de fascinado por la imagen de la plaza que en mis dos anteriores visitas, o más si cabe, ya que los edificios han sido sometidos a una profunda limpieza que los rayos del sol los hace refulgir más que nunca y el pavimento de la plaza se ha renovado.

Interior de una de las tres madrasas de la plaza de Registán

Dedico toda una mañana para recorrer la plaza y visitar el interior de las tres madrasas o escuelas coránicas. Las tres son de gran belleza pero puestos a destacar una de ellas me quedo con la puerta y la cúpula de la madrasa Tilla-Kari, de una belleza difícilmente superable. Vuelvo varias veces más a la plaza,algunas de ellas en horas nocturnas para poder contemplarla a la luz de los focos.

Cúpula de la madrasa Tilla-Kari, en Samarkanda

A apenas un kilómetro, a través de un paseo perfectamente urbanizado y una nueva calle de tiendas para turistas, llego al que fue el proyecto más ambicioso de Tamerlán, un conjunto arquitectónico dominado por una de las más grandes mezquitas del mundo, con el que quiso homenajear a su esposa, Bibí Khanum.

La mezquita que Tamerlán dedicó a su esposa Bibí Khanum

Defectos de construcción y seísmos provocaron su temprana ruina y así estaba cuando visité por primera vez la ciudad. Sin embargo, el gobierno uzbeko se ha volcado en recuperarlo mediante una reconstrucción impresionante. Cuando lo visito en 2013 las obras están prácticamente concluidas y el resultado es imponente.

Llamativos vestidos de dos jóvenes de Samarkanda

El gran atractivo de Samarkanda son sus monumentales edificaciones históricas que han sobrevivido al paso de los siglos pero no así el resto de la ciudad, de la que apenas quedan huellas. Entre estos grandes edificios, a 15 minutos andando, destaca también la necrópolis de Sakhi Zinda, un conjunto de bellos mausoleos con hermosas cúpulas en tonos verdes y azules.

La necrópolis de Sakhi Zinda, en Samarkanda

Otro lugar de imprescindible visita es el mausoleo de Gur Emir, donde se encuentran enterrados los restos del propio Tamerlán, lo que lo ha convertido en lugar de peregrinación de la población uzbeka.

Mausoleo de Gur Emir que acoge los restos de Tamerlán

Me llama la atención que los grupos turísticos del país siempre viajan separados por sexos: ellos luciendo su sempiterno gorro negro con bordados blancos, llamado tubeteika, y ellas con sus estampados vestidos de colores chillones.

Las mujeres y hombres uzbecos hacen turismo por separado

Desde Samarkanda me acerco a otra ciudad imponente, pero la menos conocida de las grandes ciudades históricas de Uzbekistán y que tiene el complicado nombre de Shakhrisabz. Se encuentra a 80 kilómetros y consigo convencer a un taxista para hacer el viaje de ida y vuelta y toda la mañana de visita por 30 euros. El tour merece la pena y lo recomiendo abiertamente, especialmente por la plaza central, con el monumento a Tamerlán levantado entre las ruinas del palacio Ak Saray, así como por su ajetreado mercado y sus bellos mausoleos.

El monumento a Tamerlán en Shakhrisabz

Como propina invito al taxista a comer en un restaurante de carretera que él mismo me recomienda especializado en carne de pollo y cordero a la brasa. Las mesas son las típicas del país, una especie de catre con cojines con una parte central destinada a acoger los alimentos y en el que los comensales disfrutan de la comida repantigados.

El almuerzo uzbeco con el taxista

De nuevo en Samarkanda, decido viajar hasta Bujara en tren, ya que la distancia no es larga y el país ha modernizado sus ferrocarriles. En apenas tres horas me encuentro en Bujara, otra ciudad mítica de la Ruta de la Seda y que tiene a favor, frente a Samarkanda, que la ciudad antigua ha permanecido al completo prácticamente idéntica, por lo que pasear por sus calles parece una excursión al Medievo a través del túnel del tiempo.

La muralla de la ciudadela de Bujara

Desde lo alto de las imponentes murallas de la ciudadela la vista de la ciudad es completa y se puede apreciar la armonía del conjunto con sólo cúpulas y minaretes que despuntan entre construcciones de ladrillo y adobe. Se trata de una ciudad-oasis, situada en una zona desértica y estratégicamente situada para abastecer a las caravanas de la Ruta de la Seda.

Panorámica de la ciudad de Bujara

Al igual que Samarkanda y Jiva, Bujara está declarada Patrimonio de la Humanidad. La ciudad antigua hay que patearla al completo, recorriendo sus grandes plazas, especialmente la que acoge la mezquita Kalgán con su espigado minarete, y también todos sus rincones y callejuelas sin olvidarse de los tres bazares cubiertos mediante construcciones abovedadas y que si antaño suministraban pertrechos a las caravanas de comerciantes en camellos, hoy son tiendas de artesanías y regalos para turistas.

Plaza de la mezquita de Kalgán, en Bujara

Para completar el trío de ciudades míticas uzbekas de la Ruta de la Seda me falta Jiva, que se encuentra unos 450 kilómetros de Bujara. Tras consultar todos los medios de transporte público sólo encuentro uno para llegar, que es el tren pero únicamente funciona un día a la semana y además te deja en Urgench a 30 kilómetros de Jiva. La única opción diaria es un taxi compartido por lo que me armo de ánimo y me dirijo apenas ha amanecido a la estación de autobuses de las afueras de la ciudad. Allí, preguntando a los pocos que hablan inglés consigo localizar a varios taxistas que hacen el trayecto siempre que completen el pasaje del vehículo, que suele ser de cuatro personas.

Son muchos los uzbecos que usan el gorro tradicional

El precio más barato que consigo es de 80.000 somes uzbekos, que aunque pueda asustar a primera vista, sólo suponen unos 20 euros, así que concierto el viaje y me siento en el vehículo confiando en que se complete de pasajeros lo antes posible. Pasa casi una hora, que se me hace eterna y por fin salimos hacia Jiva. El vehículo es un viejo Lada de la época soviética bastante destartalado pero decente si lo comparo con los otros taxis colectivos que hacen el mismo recorrido.

El tiempo parece haberse detenido en zonas de Uzbequistán

Los primeros kilómetros de carretera son buenos pero pronto empieza a estrecharse y a serpentear, y los baches se van multiplicando. Si a ello unimos que el conductor parece un kamikaze y supera los 180 kilómetros en una carretera tan deficiente, el resultado es un viaje que más parece una pesadilla, lleno de tensión y nervios. Doy suspiros de alivio cuando, en cinco horas, llego a mi destino sano y salvo, cosa que me he cuestionado a lo largo de todo el recorrido.

Panorámica de Itchan Kala, la ciudad interior de Jiva

La Jiva histórica, denominada Itchan Kala, es una ciudad rodeada por una gigantesca y muy bien restaurada muralla de 12 metros de altura, que ha protegido a lo largo de los siglos a esta ciudad-oasis, lo que ha permitido su excelente conservación. Rodeada por el desierto, fue un lugar de paso obligado caravanero. Desde una de las torres de la muralla hay una vista panorámica espectacular de toda la ciudad, en la que se aprecia la armonía del conjunto, y del que sobresalen las madrazas, palacios, minaretes y cúpulas de las mezquitas.

Vista parcial de Jiva

Penetro en la ciudad por una de las puertas de la muralla y descubro un mundo donde parece que el tiempo se haya detenido. Apenas doy unos pasos y me tropiezo con un minarete de gigantesco diámetro y que, según se cuenta, estaba destinado a ser el más alto del mundo en su época. Sin embargo, quedó inacabado cuando sólo alcanzaba 27 metros. Dicen que el arquitecto huyó antes de acabarlo porque temía que lo ejecutaran al completarlo para que no pudiera repetir una obra similar en otro lugar.

El minarete inacabado en Jiva

Todavía hay algunas zonas de Itchan Kala habitadas cuando la visito, aunque el objetivo es convertirla en una ciudad museo y conferirle vida destinando los locales a establecimientos turísticos de todo tipo. Es sábado cuando recorro Jiva y es el día de las bodas en Uzbekistán, por lo que me tropiezo con frecuencia con parejas de novios que quieren inmortalizar el acontecimiento posando en los lugares más emblemáticos de la ciudad.

Grandes alfombras para su venta

Mención especial merecen los habitantes de este país, en un 95 por ciento de una amabilidad y simpatía desbordante con los visitantes. Sólo en un caso, en mis tres viajes a la zona, un uzbeko me niega una foto, los demás posan con mucho gusto y, desde luego, nadie me pide una propina por la foto.

Los uzbecos son muy amables

De todos los países de raíces islámicas que he visitado, y que son muchos, Uzbekistán es, para mi gusto, el que más se asemeja a la fantasía oriental de relatos como Scherezade, Simbad el Marino, Aladino o Alí Babá. En definitiva, el que mejor encaja como escenario del país de “las mil y una noches”.

Puesta de sol sobre una cúpula de Samarkanda

TODAS LAS IMÁGENES DE MANUEL DOPAZO