Cuarenta mujeres han muerto este año víctimas de la violencia machista. Demasiadas, a pesar de las campañas de concienciación, de los medios técnicos (siempre mejorables, por supuesto), del teléfono de ayuda 016... ¿Qué falla? Falla la educación. Acabo de leer un artículo que pone de manifiesto que 2 de cada 10 jóvenes tienen las ideas machistas interiorizadas, tanto chicos como chicas. Pero, aunque la forma machista de entender la vida es necesaria para este tipo de situaciones, también es necesario o al menos habitual otro componente: los celos.

Los celos son una emoción secundaria, que entremezcla tres emociones primarias o básicas: la ira, el miedo y la tristeza.

Para el Dr. José Miguel Mestre, profesor de Motivación y Emoción de la Universidad de Cádiz, "probablemente la causa más profunda que subyace a los celos es la creencia de sentirse indigno de ser amado. Los celos proceden de alguna historia personal de sentirse menos querido o valorado que otro".

Es decir, siempre está latente una especie de complejo de inferioridad, de sentir que la otra persona podría optar a algo mejor que a uno mismo. Pero, estando este complejo en la base del problema, el verdadero peligro de los celos se produce cuando una de las emociones que componen los celos, la ira, se activa en exceso, haciéndose entonces acompañar de la agresividad. Ahí es donde puede aparecer la violencia machista.

Según el Dr. Fernández-Abascal, catedrático de Psicología de la Emoción de la UNED, "la emoción de ira tiene como objetivo la vigorización del organismo para urgirlo a la acción, interrumpiendo los procesos cognitivos que se hallan en curso, centrando la ateción y la expresión de afectos negativos en el agente que la instiga, y actuando como defensa en situaciones que comprometen la integridad física o la autoimagen y la propia estima". En sí, la ira no sería más que un agente afectivo negativo. El problema es cuando se junta con la agresividad. La agresividad, según este mismo autor, "hace referencia a la propensión a desplegar un tipo de conducta que supone confrontación con el agente inductor, con ánimo de causarle daño". En este caso, el agresor actuaría contra su víctima, que es la causa de su ira, según él, con el objetivo de hacerle daño.

Como véis, el proceso mental que lleva a un hombre a actuar contra su pareja es complejo. Demasiado como para que cambie de la noche a la mañana. Se puede modificar esta conducta, pero sólo con mucho tiempo y sesiones de psicólogo, que actúen sobre las emociones y sobre las causas de esas emociones. Si no vamos a la causa que está generando esa conducta, no se solucionará.Y pedir perdón después de una agresión, física o psicológica, no es actuar sobre la causa que ha motivado la conducta agresiva.

Por otro lado, hace un par de años, hice un estudio, junto a dos compañeros, sobre aspectos no verbales en la violencia machista. Aunque en ese estudio nos centramos en los aspectos no verbales del agresor, segundos antes de la agresión (nos centramos en agresiones físicas), a mí me llamó mucho la atención el comportamiento no verbal de las víctimas. En todas, excepto en una, de las escenas de violencia machista que pudimos estudiar se podía ver cómo las mujeres adoptaban una postura claramente de debilidad frente al hombre. Se hacían "pequeñas", contrayendo la postura y ocupando el mínimo espacio, con los brazos pegados al tronco, la cabeza hacia abajo y las piernas juntas. El hombre, sin embargo, en todas las escenas que analizamos, adoptaba una postura de dominancia, expandiéndose, "haciéndose grande". La postura que adoptaban las mujeres era claramente una postura de "víctima", que buscaba la protección y no la autodefensa. Mientras que la postura que adoptaban los hombres era la típica de lucha. Cualquier agresor, no sólo en el campo de la violencia de género, sino en general, busca víctimas fácilmente abordables. Una mujer con una postura contraida se percibe como más vulnerable que una mujer de aspecto dominante. Os pongo dos fotos para que veáis la diferencia y penséis cuál de las dos se percibe como más vulnerable.

Con este post, quiero animar a todas aquellas mujeres que sufren este tipo de violencia, física o psicológica, para que se alejen de la persona que les agrede, por leve que les parezca esa agresión, al menos hasta que ésta haya acudido a un psicólogo. Pero, de entrada, que no se muestren nunca vulnerables.