Si hay algo que realmente me fascina de los Juegos Olímpicos, más allá del deporte en sí, es la cantidad de historias extraordinarias que hay detrás; historias de superación, de sacrificio, de esfuerzo sobrehumano, de espíritu de lucha y ejemplos de deportividad. En los Juegos Olímpicos, cada uno de los deportistas se juega nada menos que cuatro años de trabajo. Con lo cual, cada triunfo o derrota adquieren para ellos unas dimensiones astronómicas. Porque no se trata de ir a probar suerte a ver si ganan, se trata de que llevan cuatro años dedicando todo su esfuerzo a este momento, muchas veces apenas un minuto de competición. Esa descompensación entre la cantidad enorme de tiempo empleado en prepararse y la fugacidad del momento de la competición hace que las emociones estén a flor de piel, y sean intensísimas, para bien o para mal. Y eso es lo que más me llama la atención de los Juegos Olímpicos. En estos que estamos viviendo de Río 2016, hemos podido ver un poco de todo. Pero voy a centrarme en esta ocasión en Carolina Marín, que ganó ayer el oro olímpico en Badmington.

Algunos medios se han hecho eco de sus fuertes gritos en la pista, planteándose incluso hasta qué punto son antideportivos. En efecto, la propia deportista ha explicado que ha sido entrenada por un coach en los gestos que debía hacer en la pista.

Ésta es una prueba de la importancia de los mensajes no verbales sobre las palabras. Gritar en una pelea, en una lucha o, como en este caso, en un partido, como ya os podéis imaginar, tiene un origen que va mucho más allá de las cavernas. Cualquier primate se pone a pegar gritos ante un rival, a la vez que hace gestos de poder, como levantar los brazos hacia arriba o hacia los lados o abrir las piernas, todo esto con el fin de ocupar más espacio, de aparentar más volumen. Esto les permite declarar sus intenciones al rival, decirle: "esta batalla la gano yo porque soy el más fuerte".

Más o menos, éste es el significado del Haka de los jugadores de Nueva Zelanda. Por cierto, también se ha hecho bastante viral el Haka de las jugadoras de rugby de Nueva Zelanda en estos juegos. La hicieron después del partido de la final, cuando perdieron frente a las australianas. En este caso, el haka pierde en significado bélico (puesto que ya se ha perdido lo que se tenía que perder), pero gana en emoción. De hecho, si os fijáis bien, no se aprecian posturas expansivas, con las piernas y los brazos abiertos, no hay tensión en rodillas y codos; es decir, no están "listas para pelear". Se ha perdido en fuerza porque no se están declarando intenciones. Y se gana en emoción, porque es lo que está aflorando en ese momento. Fijaos en las diferencias entre una Haka y otra:

Como véis, la intimidación al rival es más antigua que la humanidad. Y se produce prácticamente en todos los aspectos de la vida. Desde un chico que, estando junto a su novia, se alza un poco sobre sus pies mientras levanta ligeramente el mentón al ver a otro chico acercándose, hasta un empleado que, estando hablando con su jefe, alza un poco el volumen mientras pone la voz más grave al ver acercarse a un compañero que considera un rival para el ascenso al que está optando. La voluntad de imponerse a los demás en cualquier rivalidad es algo innato en el ser humano. Somos competitivos por naturaleza y la comunicación no verbal juega un papel importantísimo en ese terreno. Carolina Marín ha exagerado algo que en realidad hacemos más habitualmente de lo que creemos: intentar ser más poderosos que los demás.