He notado una especie de carga en los hombros. La carga de una sombra invisible. Tal vez algo que no existe, que nunca existió. Es difícil estar en algún sitio si no se existe. De todos modos había alguien detrás. Una figura irreal, nada material, pixelizada hasta la descomposición. Me sopló en la nuca, especie de aliento frío de otoño, brisa átona y fea.

Sobre los hombros la sombra ha posado una mano. No sé bien como lo ha hecho, pero he notado como suspiraba levemente, ingrávida. Me levanto sobrecogido del escritorio. No hay nadie en la casa. Suena Vivaldi por los altavoces y pienso que es sólo una sensación.

Cuando vuelvo a sentarme para escribir y contar que creía que había alguien pero no había nadie, no dejo de saber que otra vez, ella, ha venido a tocar mi hombro con su blanca mano muerta.