La verdad es que hasta hace tan solo unos años poseía una vida muy normal. Tenía mi profesión como agente de seguros que amaba, ya que desde que termine mis estudios de administrativo, la ejercía y me había hecho un verdadero profesional. Una profesión que permitía lo que me gusta a mí, interrelacionarme con mis semejantes. Llegando a adquirir un don de gentes, muy importante para mi formación como vendedor de seguros.

Mi esposa que también estaba trabajando en un comercio de ropa muy importante de la capital de la Costa blanca y los dos empleados desde que éramos muy jóvenes, como todos los de nuestra generación, cuando nuestro país estaba en su máximo esplendor. Todo iba a pedir de boca, pero como no existe la felicidad completa, empezaron a venir las piedras en el camino. A mí mujer la despiden del trabajo, por el tema de la reforma laboral, había perdidas en la tienda. ¡Mentira! una gran cadena textil, que despidió a más de mil quinientas personas, mayores de cincuenta años y con más de treinta años de servicio en la empresa. Y a renglón seguido, emplea a jóvenes de dieciocho años, con contratos basura e indignos. Estaba claro que querían más beneficios, empresarios usureros y deshumanizados, aunque esa fue una piedra que la saltamos sin dificultad. Lo que no esperamos, era la roca que nos estaba esperando a todos. A mí me detectan un cáncer de próstata metastásico, pero además muy extendido en los huesos, desde el dedo pequeño del pie, hasta la cabeza. Que caos, que desastre, que tsunami de emociones y sentimientos, que pena. Toda nuestra vida al traste. De momento no hay salida. Aunque esto no ha sido es así, después de casi dos años con esta puta dolencia, les puedo decir sin miedo a equivocarme, que también tiene muchas partes positivas que hay que entresacar de la desesperanza.

Primero mi vida y la de los que me rodean ha cambiado por completo. Yo día que pasa cuando me levanto le doy gracias al Señor por estar aquí. Me he vuelto muy reflexivo, disfruto de las cosas más simples y cotidianas. Una buena conversación con un amigo, una charla con mis hijos, un paseo con mi esposa, una comida sencilla, un día de sol, un hinchar los pulmones respirando el aire que nos mantiene en pie. También me sirve de consuelo y alivio, animar a otras personas que padecen esta misma enfermedad, me hecho socio de la AECC. Una asociación que está haciendo mucho por nosotros, con todos los medios a su alcance, voluntarios, pagina web, foros en internet, información a todos los niveles, médicos, psicólogos y profesionales dispuestos a ayudarnos en todo lo que nos haga falta. Es otro mundo, los enfermos de cáncer somos especiales, somos un ejército de ángeles que luchamos por sobrevivir aportando todo lo mejor de nosotros mismos. Somos gente valiente y discreta. Somos personas que agradecemos, quizás más que los demás, lo que están haciendo por nosotros. Y cuando un ángel se nos va, pero vemos como esa noche brilla un lucero más en el firmamento, nos ponemos tristes, pero a la vez esperanzados, porque sabemos que esta nueva estrella va a brillar no solo para nosotros, sino también para todos los demás.

Por eso mientras tenga fuerzas y la musa no me falle y la enfermedad me deje entre quimio y quimio, no me voy a cansar de escribir de este ejercito de hombres y mujeres valientes y esperanzados que nos une un propósito común, el curarnos de esta lacra del siglo XXI que amenaza nuestra supervivencia, como es el cáncer. Una enfermedad que ha pretendido derribar y hacer polvo nuestras vidas, pero no lo va a conseguir. Y aunque algunos muramos en el intento, otros muchos se van a salvar, hasta erradicar para siempre de nuestras vidas y del planeta tierra, esta dolencia, que tanto daño está haciendo a la raza humana.

ESTE TEXTO HA SIDO PUBLICADO EN LA PÁGINA WEB DE LA ASOCIACIÓN ESPAÑOLA CONTRA EL CÁNCER (AECC)