Llega un momento en toda serie de televisión que se prolonga demasiado en que sus tramas empiezan a perder frescura, lo que le ocurra a los personajes cada vez importa menos y, en definitiva, aburre. Es ese fatídico día, en que una serie pasa de ser lo más a convertirse en mala, empañando el buen sabor de boca que dejó en sus primeras temporadas. ¿Cuál es el número ideal de temporadas que debe tener una serie de televisión antes de que llegue ese momento? Este año hemos sabido que Juego de Tronos va a tener ocho temporadas, Mad Men ha terminado a la séptima, los forenses de CSI Las Vegas cierran su laboratoriotras 14 años en antena y Los Simpsons han sido renovados por dos años, hasta la temporada veintiocho.

Si se pregunta cuál es la serie más larga de la historia de la televisión, muchos se apresurarán a decir que Los Simpsons. Pero no. La respuesta correcta es Guiding Light, un culebrón que estuvo en antena la friolera cifra de 72 años. Comenzó como un serial radiofónico en 1937 y dio el salto a la televisión en 1952. La serie se canceló en 2009 tras 18.000 episodios emitidos en la CBS. En el otro extremo, tenemos aquellas que fueron canceladas aún sin haberse llegado a emitir. Es el caso de Emerald City, una reinvención del mundo El Mago de Oz de la NBC, que jamás llegó a ver la luz por diferencias creativas de sus responsables. Otro ejemplo reciente es el de How I met your father, un spin off de Cómo conocí a vuestra madre, del que sólo llegó a verse el episodio piloto.

Para los amantes de lo breve, cada vez proliferan más las series de una sola temporada de entre diez y doce episodios, que cuentan una historia cerrada y ofrecen la opción de renovarse el año siguiente con una nueva historia, nuevos personajes pero compartiendo la temática de la anterior. Es el caso de series como Fargo, American Horror Story o True Detective, aunque esta última ha decepcionado en su segunda temporada. La fórmula tiene la ventaja de que si un año la cosa flojea, siempre queda la posibilidad de empezar de cero al siguiente antes que tomar la drástica decisión de la cancelación.

Luego están estas series largas-larguísimas, de veintitantos episodios por temporada, que cuentan con una legión de incondicionales fans que semana a semana se sientan a ver lo que les ocurría a sus personajes favoritos. Entre este tipo de producciones, abundan las que se llaman series procedimentales, que te ofrecen el caso de la semana. Una fórmula en la que cada episodio se podía disfrutar por separado y en cualquier momento, con independencia de lo que uno hubiera visto antes de ella. Poco a poco, las procedimentales han ido incluyendo argumentos que se desarrollaban episodio a episodio y que tenían su gran culminación en el final de la temporada. Pero no todo son procedimentales en este grupo. Lo bueno de las series largas es que se trata de apuestas a largo plazo y van ganando con los años. No son ésas que enganchan a la gente con un buen piloto y luego se van deshinchando semana tras semana hasta hacer aguas por todos lados.

Wayward Pines tuvo un espectacular arranque pero su interés fue menguando tras conocerse cuál era el secreto de ese pueblo perdido en las montañas en el que pasaban cosas raras. A pesar de todo, la serie se dejó ver hasta el final y hubiera podido continuar otro año más Sus responsables han decidido no continuar el año que viene y dejarla como una miniserie de diez episodios. Por el contrario, la primera temporada de Helix, aunque no era gran cosa resultaba simpática. Un grupo de científicos atrapados en una base en el ártico con un extraño virus que convierte a los infectados en una especie de zombies inteligentes. Los productores dedicieron estirar el chicle un año más, trasladando la acción a una isla caribeña. Los rocambolescos giros argumentales cada vez eran más absurdos y hasta los fans más incondicionales terminaron dándole la espalda. Ya no tendrá tercera temporada, pese a que se dejó tramas abiertas en su desenlace.

La tercera temporada es el momento en que una buena idea empieza a alzar el vuelo para adentrarse en la madurez. No porque las dos primeras temporadas hayan sido una pérdida de tiempo, sino porque es cuando actores y guionistas han cogido el punto a sus personajes y a sus historias y empiezan a subir el nivel. La tercera temporada de una serie es la prueba de fuego en la que uno ya se da cuenta si la cosa va a dar para mucho más o no. Pasado ese momento, nos encontramos con cuartas y quintas temporadas que suelen ser redondas y consiguen hacer historia en la televisión. Aunque en el caso de Dexter, muchos colocan su momento de decadencia en el final de la cuarta temporada y puede decirse que Trinity acabó ganando, porque ya no hubo otro villano mejor.

Pasada la quinta temporada llegamos a esa barrera en la que muchos empiezan a poner las luces rojas para avisar a los productores que quizá va llegando el momento de acabar. A veces, no son sólo los espectadores los que se cansan. Hay actores y guionistas pueden llegar a sentirse hastiados de estar encasillados y quieren hacer cosas nuevas. A lo que se une que año tras año, el caché de los artistas va subiendo y las productoras están obligados a ir subiéndoles el sueldo por su antigüedad. Ya pasó en su día con el reparto de Friends y está pasando con The big bang Theory, cuyos actores han logrado ganar un millón de dólares por episodio, siendo lo mejor pagados de las historia de la televisión. Están muy bien remunerados, pero más le vale mantener audiencias buenas porque los costes de producción empiezan a ser astronómicos y en cuanto desciendan es posbile que deban empezar a buscar nuevos trabajos y horizontes profesionales.

The Wire o Breaking Bad acabaron en su quinta temporada, mientras que Los Soprano aguantaron hasta la sexta. Lost iba a terminar en su quinta temporada, pero la huelga de guionistas motivó que la cuarta entrega fuera más corta que las anteriores con lo que su producción aguantó un año más del previsto. Los distintos spin off que se hicieron de Star Trek a partir de los años 80 tuvieron siete temporadas. A los siete años, la serie terminaba y comenzaba otra nueva con distintos personajes y distinta nave que retomaba el testigo de la anterior tripulación, al igual que hizo Jean Luc Picard con James T. Kirk en el puente de mando de la Enterprise.

Pasada la barrera de la séptima temporada, podemos seguir teniendo ganas de más y de seguir a nuestros personajes favoritos. Pero empezamos a llegar a ese momento de riesgo en el que se puede cansar al espectador. El show ya no es lo que era. Algunos de los miembros del reparto original han abandonado la serie. Cada vez es mayor el riesgo de ese temido momento del salto del tiburón, aquel en el que los argumentos inician un lento descenso hacia la decadencia en el que ya no hay vuelta atrás. A veces, es mejor marcharse a tiempo y dejar a la audiencia con un sabor de boca, que no esperar ese momento de la cancelación al haber conseguido hartar al espectador.