¿Alguna vez, estando de vacaciones, se ha cruzado en un hotel con un hombre que fuera a hacerle la cama? Si no quiere perder el tiempo, no hace falta que siga pensando. La respuesta es NO. Porque, como ocurre con las meigas, aunque hay empresarios que aseguran que haberlos, haylos, su presencia en el mercado laboral es tan, tan residual que podríamos decir sin miedo a equivocarnos que el oficio de las camareras de piso es el único trabajo en el mundo en el que no trabajan hombres.

Por contra, más de 4.000 mujeres ocupan un puesto en esta categoría laboral en el sector turístico de la Costa Blanca, el principal motor económico de la provincia de Alicante y donde Benidorm, como en tantas otras cosas relacionadas con el turismo, se sitúa una vez más a la cabeza. Representan uno de los colectivos más numerosos dentro del empleo directo que genera el sector. Pero, pese a su elevado capital humano, también son uno de los que más sobrecarga de trabajo, menos cualificación y más precariedad han venido soportando históricamente. Hasta que hace un par de años muchas de estas mujeres se atrevieron a decir «basta».

El origen de la desigualdad

Así nació el germen de la agrupación que ahora se conoce como Las Kellys -«las que limpian»-. Esta organización, con presencia en la mayor parte de zonas turísticas de España y, cómo no, también en Benidorm y la Marina Baixa, se ha encargado de dar visibilidad a la gran desigualdad que sufren las empleadas de limpieza de los hoteles con respecto al resto de sus compañeros. «Hacemos uno de los trabajos más duros, pero nadie nos lo reconoce», lamenta Yolanda García, la portavoz de Las Kellys de Benidorm. «Cuando a un cocinero le sale bueno un plato, la gente lo comenta: 'Oh, qué rico estaba'; se lo dicen a los camareros o, incluso, hacen salir al jefe de cocina para darle un aplauso. Nadie se percata de qué limpia está una habitación ni te dice qué bien haces tu trabajo».

Más grave aún que esta discriminación moral están las diferencias en las condiciones laborales o salariales que estas trabajadoras soportan. Con respecto a otros trabajadores hombres, pero también entre ellas mismas. A ello contribuyó enormemente el fenómeno de la externalización: la contratación de mujeres por medio de empresas intermediarias, para poderse saltar a la torera todo lo establecido en el convenio colectivo del sector.

Aunque en Benidorm esta práctica se reduce a una minoría de hoteles y afecta sólo a alrededor de un 10% de las trabajadoras, en otras ciudades de la provincia, como Alicante, la cifra se dispara hasta cerca del 90%, una cantidad que Las Kellys tildan de «alarmante», incluso después de los intentos de regulación introducidos en la última actualización del convenio sectorial. El motivo no es otro que el empobrecimiento que esta externalización provoca a las trabajadoras y que, según las afectadas, dicha revisión sigue sin atajar. Mientras que una camarera de piso tiene establecido por convenio un salario de entre 1.206,22 y 1.084,72 euros, con 14 pagas y la extra de octubre, el salario medio que cobran las trabajadoras de empresas externas está en torno a los 750 euros, por lo que la diferencia salarial supera muchas veces los 5.000 euros al año.

Y la cosa no acaba ahí. La secretaria general de Hosbec, Nuria Montes, recuerda que hasta el año 2010 las camareras de piso estaban en un nivel laboral inferior que, por ejemplo, los camareros de bar; o que hasta el pasado 2017, no se equiparó el salario de las gobernantas al del resto de jefes de departamento, como los de cocina, recepción, mantenimiento o comedor, la mayoría de ellos ocupados por hombres. «Desde el sector hemos dado muchos pasos para lograr acortar esta brecha, aunque queda trabajo por hacer», defiende la portavoz de la patronal, que reconoce, no obstante, que la externalización ha sido lo peor que le podía pasar al sector.

Avances pendientes

¿Qué es eso que queda por hacer? Precariedad, falsos contratos a tiempo parcial, sobrecarga laboral o el no reconocimiento de sus dolencias como enfermedades laborales son algunas de las asignaturas a las que los empresarios, la Administración y los sindicatos todavía han de lograr dar respuesta.

Aunque las partes lo ven harto complicado. «Las camareras de pisos deberían tener, sin duda, un régimen especial de protección en materia de bajas, jubilación... como existe en otros empleos. Si en vez de mujeres fueran hombres, hace años que lo tendrían», apunta Nuria Montes.

Yolanda García secunda esta reflexión: «Es triste pero es así. Los policías pueden jubilarse o pasar a una segunda actividad, los mineros también... A nosotras lo único que nos queda es trabajar con dolencias crónicas, medicadas y sabiendo que somos la parte más débil de la pirámide. Y la única explicación es que aquí no trabajan hombres». ¿Acaso ellos no saben limpiar?